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Nemesio Sánchez: adiós al colegio
Quinto capítulo de las memorias de D.Nemesio Sánchez García, nacido antes del amanecer del 20 de diciembre de 1889 en El Cerro. Emigrante. Nunca regresó.
En el año 1899, a mi padre lo citaron las autoridades del pueblo y le dijeron que iban a subastar el corretaje. Así llaman allá a un impuesto que se les cobra al que compra o vende y que tenían interés en que se encargara él del corretaje y no otra persona, y que después le rebajarían a una suma razonable, para que mi padre también tuviera una ganancia. Mi padre estuvo conforme. No sé si esto fue de palabra o escrito, lo que sí sé es que, cuando llegó el momento de cobrar, le exigieron el pago subastado.
Mi padre se puso nervioso y se negó a pagar. Entonces las autoridades le hicieron juicio por cobro de deuda y le embargaron las vacas y el mulo que tenía y se lo remataron. Entonces mi padre fue a la ciudad de Béjar y buscó un abogado. Recuerdo haber oído el nombre del abogado, un tal Casimiro Gómez. Pasado un tiempo, mi padre fue a ver cómo seguía el trámite y le dijeron que el abogado había fallecido.
Ese día volvió de Béjar muy afectado. Se metió en la cama y no quiso levantarse más. A los pocos días falleció, tenía cuarenta y dos años. Nos quedamos sin padre mis tres hermanos y yo, siendo el mayor con nueve años y el menor de dos meses. Mis abuelos maternos se llevaron a Juan y lo criaron hasta que se hizo hombre. Mi abuelo y su hijo soltero nos labraban las tierras y me llevaban para que aprendiera la labranza. Y ahora asómbrense los que me escuchan; las autoridades, o sea el alcalde, que viene a ser lo que aquí el intendente del pueblo, era tío de mi madre…
Al quedar huérfano, no fui más al colegio. Eso me hace sentir que soy un ignorante. Ahora les digo lo que pensaba cuando estaba triste…
Por camino a trabajar, van el padre con el hijo
Montados en un mulito para ganarse su pan
Así pasaban las horas así pasarán los siglos,
Y siempre la misma historia trabajar para los ricos
El mundo es un libro abierto para el que quiere estudiar
y ganarse un monumento si lo sabe aprovechar
Caminando por la noche yo me sentí muy rendido,
Me senté a descansar para oír cantar al grillo.
Así pasaron los días... Un día estaba mirando por la ventana de mi casa, la que da a la calle. Es una ventana de dos hojas con balcón, desde donde se ven las sierras que están cerca del pueblo. También se puede ver el tren saliendo del túnel de Béjar, que está a tres kilómetros del pueblo. Esto se puede ver debido a que no hay edificación frente a nuestra casa. De pronto veo dos grandes pájaros subiendo la sierra, gritando y luego posándose en una roca.
Le pregunté a mi madre y me dijo que eran águilas que merodeaban para robar las gallinas y los chivitos. Al día siguiente, me fui solito a curiosear a la entrada del pueblo, viniendo de Béjar. A unos trescientos metros de donde yo estaba vi dos águilas comiendo carne de un mulo muerto. Cuando me vieron levantaron vuelo y fueron a posarse en la citada roca, en la sierra. Me dio mucho miedo esa visión y volví a casa.
A los pocos días, mi madre me dice: “ve a buscar un atado de leña porque se está acabando y tu tío Nicolás no puede traernos hasta pasado mañana”. Tomé una soga para atar la leña y un calabozo, así llaman allí la herramienta que se usa para cortar la leña, (debe ser un hacha), y fui en busca de un matorral.
Cuando encontré uno de mi agrado, solté la soga y me disponía a cortar cuando, desde el matorral, sale corriendo un lagarto grandote, ¡qué susto me llevé! Tomé una piedra para tirársela y se volvió a esconder un poco más lejos y desde allí abrió la bocaza que me hizo estremecer. Solté la piedra despacito para que no lo notara, agarré la soga y el que salió corriendo fui yo.
De a ratos miraba para atrás para ver si me seguía. No había hecho más de cien metros cuando veo un águila que viene, cerca de mí, con una culebra en el pico. Me quedé mirando hacia dónde iba y veo que sube a un roble, allí tenía el nido, hecho con palos del grosor de los dedos de un hombre. Puso allí la culebra y comenzó a destrozarla con el pico al tiempo que le daba de comer a sus pichones, que aún no tenían plumas.
Cuando me cansé de mirar, fui a buscar otro matorral. Encontré uno cerca del camino y comencé a cortar leña hasta que me pareció que era bastante para poder llevarlo. Pero resultó muy grande y no sabía cómo llevarlo de pesado que era. Por fin se me ocurrió una gran idea: dejé un extremo de la soga un poco más largo de un lado, formé un lazo, me lo acomodé en el hombro y tirando de él conseguí arrastrarlo hasta mi casa.
“¡Pero Mesio, ¿cómo hiciste el atado tan grande?!”. Allá me decían Mesio, porque era más corto que Nemesio. Mi madre me dijo que no lo volviera a hacer tan grande porque me podía hacer daño, a lo que contesté que para mí era una satisfacción ayudar en casa trayendo leña para todos.
Texto transcrito del original por Doña Inés Ruiz Quiroga.
Continuará….
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