Las cosas siempre pasan por algo, nunca pasan porque sí. Si la gente se ha estado movilizando solo porque el Madrid o el Barça ganaran la liga o la champions, o porque España fuera campeona del mundo, no era porque sí, era por algo. Si ninguna convocatoria política era capaz de movilizar a tan solo uno más de los de siempre (los que van a todas), tampoco era porque sí, era también por algo. La inercia existe después de iniciado el movimiento, pero el movimiento no se genera nunca porque sí, es por algo. En muchos sitios de España se ha iniciado, en apariencia venido de la nada, un movimiento de protesta sorprendente, con las plazas como protagonistas. Pero no es venido de la nada en realidad, es de lo contrario, es del todo, de la hartancia de muchas cosas por parte de la gente. Si no hubiera sido así, ya teníamos bastante con movilizarnos cada vez que ganaba nuestro equipo, que era muy placentero.

Durante mucho tiempo hemos asistido a una especie de apatía de la gente joven (ellos que representan el porvenir) por lo común. Y con ellos los demás, que parecíamos de vuelta de todo. Salvo unos cuantos, a veces con coleta y barba neo-hippy, a los que en realidad nadie tomaba en serio (¡los pobres!), el resto de los jóvenes lo que buscaban era fama como futbolistas o actores, diversión o simplemente ganar mucho dinero de la forma que fuera, con estudios o sin ello, y disfrutar de todas las prebendas que lleva consigo tener dinero. Bastante importaba en una situación de muchas posibilidades si había políticos corruptos y aprovechados, si se derrochaba dinero público en tonterías, si la democracia se estaba viciando o si los bancos jugaban a los mercados ganando todo el dinero posible, tomándonos de paso por idiotas. Nosotros en realidad estábamos a lo nuestro, cada uno iba a lo suyo y lo que ahora se nos despierta como algo del común, parecía cosa secundaria. Solo cuando hemos visto peligrar lo que tenemos, hemos salido a la calle para otra cosa que para celebrar el triunfo de nuestro equipo. Pero si no tuviéramos el miedo que tenemos a que todavía venga todo peor, a estas horas nada de nada, como antes.

Le hemos echado la culpa a la clase política como una forma muy astuta de culpar al prójimo, dejándonos disimuladamente fuera. Pero hay que empezar por revisarnos a nosotros mismos e inmediatamente, seguir con la clase política que administran lo de todos, y lo de todos son muchas cosas muy básicas que parece que no nos importaban ya mucho, embelesados con nuestro triunfo personal. Si cambiamos nosotros, cambiarán ellos, porque ellos no han hecho otra cosa que administrar nuestra despreocupación por lo público, en lo que ellos trabajan. Ya que se dice tanto de reflexionar con esta movida, reflexionemos sobre nuestro propio comportamiento. A mí la primera reflexión que se me ocurre es que aprovechemos esta experiencia, este calambrazo que es la crisis aguda que vivimos, para despertar de tanto sálvese quien pueda y de tanto individualismo, y pensemos más en lo que nos atañe en conjunto. Pero con preocupación, dedicándole una parte de nuestro tiempo, convencidos de que merece la pena. Nada de gestos oportunistas. Y desde ahí, vendrá bien reformar lo reformable, que como todo, debe ser adaptado a los tiempos.