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Memoria de Béjar. Episodio 6: hablan las Mujeres en Alemania
Llovía.
Desde el ventanal de la estación de autobuses, vi avanzar su paraguas entre media docena de viandantes que se movían con prisas por las aceras mojadas.
En ese primer encuentro, nos detuvimos mas de una hora junto a un café y una infusión de hierbas, con la mirada y la memoria puestas sin reparos sobre un sobre color sepia.
Contenía un montoncillo de fotografías en blanco y negro, testigos lejanos de aquella andadura que comenzó mediado el mes de marzo de 1960.
BERTA HERNÁNDEZ FERNÁNDEZ es una de aquellas pioneras que salieron de la comarca bejarana a trabajar a Alemania. No tarda en hacer una pequeña baraja con las fotos en su mano y las palabras vienen inundando de recuerdos la tarde de este otro mes de marzo tan abundante en lluvias.
Escucho, sintiendo el verdadero sentido de lo que quiere decir “ser mujer”:
“Casi todas éramos jóvenes, la mayoría trabajadoras de las fábricas, porque entonces había muchas mujeres trabajando en las fábricas, y también había mucho paro, yo no, yo era sastra y trabajaba, pero estaba deseando cumplir 21 años para que mi padre me dejara marcharme a Alemania…”.
Fotos de trabajo, de paseo, en la residencia, en los días festivos, los primeros aparatos inventados por la técnica, un viaje en helicóptero…
Buenas impresiones en todas las amigas, las compañeras, los amigos, las parejas; tan sólo hay un recuerdo triste: el asesinato del padre Juan, un sacerdote que, junto a una monja, tutelaban su estancia en aquellas tierras tan distantes… Cuenta, relata situaciones y vivencias.
A pesar de la distancia de las otras mesas, las voces de los hombres “echando una partida” y el ruido de la televisión se colaron de rondón, tapando el sonido de su memoria… Sugiero entonces que quedemos para un segundo encuentro en un lugar más tranquilo donde repasar el tiempo que empezó a correr cuando avanzaba aquel antiguo vehículo, pasando la frontera francesa cargado de juventud y esperanza, rodando al son de “el emigrante” una canción para sus lágrimas y su añoranza. Dos días de viaje hacia nuevas oportunidades.
Mucho más íntimamente, alrededor de la mesa camilla, en nuestro segundo encuentro, sosegadas, tomamos “menta-poleo”. El título de “Ciudadanas Ilustres de Béjar” concedido a este grupo de trabajadoras en 2008, por el Alcalde González y el delegado del gobierno Sr. Málaga, preside esta vez, la mesa y su memoria:
…”Había amigas mías que habían ido en la primera expedición y estaban muy contentas, pero mi padre no me dejaba. yo había ido por mi cuenta a sanidad, a hacerme el reconocimiento, y cuando cumplí 21 años, recién hechos, me marché… yo quería salir, conocer mundo, yo no había salido de las faldas de mi madre, era la pequeña y me fue a llevar mi padre allí a la calle San Pablo, que salían los autocares, y cuando ya me dejó, me entró así una morriña, morriña, pero bueno… iba bien porque iba con una chiquita que era de Alba de Tormes, y le dijo mi padre que cuidara de mí…”
Tiene en la mano el retrato de unos rostros que sonríen pero si se observan detenidamente hay pequeños rasgos de tristeza en ellas, juntas esperan subir a un modelo de autocar de la época, (algo así como una oruga que transportara con ellas los sueños de progreso y la esperanza de salir de la tiranía soportada sólo por el hecho de nacer mujer).
“Dos días de viaje, larguísimo, un frío horroroso, la escarcha pegada a los cristales del autocar, que no había calefacción, una capa de hielo. Nos pararon en Francia, en un restaurante para que nos calentáramos y nos dieron un café…
Un frío horroroso, horroroso.
Cuando pasamos la frontera, yo lloré, yo decía ¿dónde iré, dónde iré?….”
Baja su mirada al mantelillo…, largo viaje por la vainica doble del viaje y del recuerdo. Seis juntas en cada habitación y la compañía de su protectora de viaje desde Salamanca.
“A la llegada nos estaban esperando, salían a buscarnos a ver si conocían a alguna, muy bien, la verdad, se sentía una acogida.
A la mañana siguiente nos llevaron a un reconocimiento médico, a todas, y repartieron los turnos, se entraba de seis de la mañana hasta las dos de la tarde, y de dos de la tarde a diez de la noche. Estuve quince días aprendiendo a hacer el nudo del tejedor, el cruzado, luego después me pusieron en “una bobinadora” y estuve allí como dos semanas… o así, de allí a “una continua”, yo nunca había visto aquello, eran enormes, tenías que andar, andar…, me pusieron con otra española, se llamaba María, me dejaron ocho días con ella porque se casaba y se marchaba; me dejaron a mí en el puesto de ella. El encargado, el maestro era italiano, Y nos entendíamos muy bien. Era muy atento. Teníamos una máquina para cada una, si necesitábamos algo nos llamábamos una a la otra… y muy bien”.
Imagino aquel puñado de ilusiones serranas de un rincón de Iberia palpitando en la comarca textil de Lennep .
Pregunto con qué condiciones marcharon, si llevaban desde aquí contratos, por qué duración, con qué requisitos, responde segura que “nada tiene que ver con las condiciones de los emigrantes que llegan aquí hoy”…
“El contrato era por un año, nos entendíamos con el intérprete, el idioma no nos hacía falta porque la mayoría eran españoles, italianos y turcos, aunque había también alemanes trabajando. Con el tiempo aprendimos algo del idioma. Una vez que acababas el contrato de un año, si querías volvías a España o te cambiabas a otro pueblo, yo me fui a Wuppertal de zurcidora y despinzadora, allí conocí a mi marido…"
Llegó el amor, el destino que traba donde y cuando debe. “Paseábamos las amigas a la salida de misa, y por la tarde íbamos a un baile todas las españolas y los españoles; yo en la residencia tenía una amiga que tenía un hermano allí, iba a verla y así nos conocimos…” Sonríen los ojos en el recuerdo.
El recuerdo emocionado de las “Nochebuenas” fuera de casa, las cartas, los paquetes llegados de España, el intento de hacer de esas fechas una fiesta, romper la tristeza…
“los Españoles le dábamos el toque nuestro”, hace un gesto risueño y deja una risilla colgando de la boca.
“Se siente mucha nostalgia, yo todas las semanas esperaba la carta, a ver si tenía carta, oooyyy- suspiro-, ya que llegaba la carta, se me caía la lágrima…
-Aquella emigración estaba más controlada, tenías que hacer lo que te mandaban, con contrato, papeles, reconocimientos, muy distinto.
Íbamos al baile pero la monja cuidaba de nosotras, tuve un brazo que me hicieron un injerto, no pude trabajar y ella estaba todos los días y todas las horas allí, sí…
El recuerdo positivo, también triste, te acordabas de tu familia, contabas el tiempo, luego cuando llegaba la fecha te volvías a quedar allí otra vez.
Luego nos casamos y estuvimos todavía tres años, teníamos casa por la empresa, era un chalet con derecho a cocina, compartido con otras parejas, vivían también alemanes, muy atentos, te llevaban alguna cosa. Muy buena acogida. Hicimos amistades, alemanes, griegos”…. amistades que han perdurado en el tiempo.
Alguna visita, postales, ese lazo creado y mantenido, que solo va diluyendo la muerte. “Conoces y quieres a la gente más a veces que a la familia, por todo lo que se comparte, te acuerdas de los tuyos, pero si tienes círculos de amigos, es de otra manera, se pasa mejor”.
Recuerda incluso la anécdota de una madre, muy mayor, que no quería morirse sin volver a ver a sus hijos, se atrevió en el año sesenta y cuatro, a hacer el viaje en coche y a montar en helicóptero, ¡algo inaudito para la señora Leandra, que nunca había salido de la panorámica de Sorihuela!
A la vuelta a España, me cuenta que lo primero que se nota es el ruido, la algarabía, los tonos altos de voz; lo segundo, la limpieza, aquí mucha suciedad, además de que con respecto a la economía allí se vivía más desahogadamente.
Piensa.
Hace unos años, colectivos y asociaciones de mujeres de Béjar nos obligaron a reflexionar sobre su recuerdo, la producción de un video auspiciado por la diputación de Salamanca pone de manifiesto el avance colectivo que supuso su “modernidad” para la sociedad, la riqueza que aportaron, tanto económica como cultural, promocionando a la mujer y su entorno, llevando a las generaciones siguientes a lugares, profesiones, actitudes que apenas un cuarto de siglo antes eran imposibles incluso de imaginar.
Sus libertades, conseguidas con esfuerzo y trabajo, las disfrutamos ahora toda la sociedad. “Yo nunca me había visto en una cosa de esas. Fue muy emocionante, mucho”, posa complacida con su pergamino enmarcado.
…Es el rostro de la memoria de una pionera, nombres de amigos, compañeras, la cara en la que los años dejaron vestigios de los primeros trabajos “casi” igualitarios con los hombres, la maternidad y la paternidad compartidas, los electrodomésticos estrenando el mercado, los primeros vehículos, el desarrollo de los medios de comunicación, los primeros cambios sociales, importados a la sociedad española desde el centro de Europa.
Para finalizar pregunto si repetiría la experiencia, si animaría a salir a buscar nuevas oportunidades…, su respuesta es SÍ, sin dudarlo.
Se despide con un beso repartido y amplio para todas sus compañeras de experiencia.
Es sólo que, en este mundo de hoy globalizado, la comarca de Béjar responde a otras necesidades, a otros caminos en búsqueda de progreso, pienso para mis adentros.
…Y me queda, en el aire, (como perdura un perfume de mujer sin su presencia), una duda.
Una duda planteada en este final de marzo en que se dibuja la efigie del género sobre la sombra del Día Internacional de la Mujer:
¿Dónde está la esencia de nuestra feminidad hoy?, ¿dónde el coraje para contribuir al futuro de nuestro entorno?
…Ese perfume de mujer trabajadora, hoy lo encarna Berta, como representante de aquel puñado de pioneras, encontrando con su destino un destino colectivo.
Ha llovido mucho.
Debemos volver a buscar respuestas, trabajar para una nueva era, la tierra apunta brotes, otras realidades.
…ya es otra vez “primavera”: (sustantivo, simple, común, femenino, singular ¿?).
¿sujeto?...... tal vez.
Me gusta jugar este juego pleno de “hembras”, y no puedo menos que sentir gratitud hacia ella.
Gel Borrajo
(Marzo de 2010)
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