Marcos AnaLa Agrupación Socialista Bejarana, desde el año 2002 entrega un premio llamado “Premio a la Libertad”, a personas e instituciones que se han señalado por actos a favor de la libertad en cualquiera de sus manifestaciones. El premio está basado en los hechos ocurridos en Béjar en el año 1868. Murieron 31 bejaranos por defender su tierra frente a las tropas de la reina Isabel II. Fueron mártires de la Libertad que pagaron con su vida la aspiración del pueblo español de alcanzar las luces y dejar atrás el absolutismo…. Hasta aquí la historia.

Este año la Asamblea de la ASB pensó en Marcos Ana. Poeta salmantino que pasó 23 años de su vida en las cárceles franquistas… Su trayectoria y su vida se pueden leer en muchas páginas de Internet, con lo cual dejo a la curiosidad de cada uno el ilustrarse o no.
Marcos llegó a Béjar, traía una mochila repleta de recuerdos, de anécdotas, de compañeros, sentimientos, penas, tristezas, alegrías, sonrisas y una mirada penetrante, en línea recta al corazón. No trajo rencores, ni rencillas, ni revanchas… dice que no le caben en el equipaje, que ocupan mucho y no sirven para nada.

Nos reconocimos en la puerta del bar (él necesitaba un café y yo una coca cola “en vena”, de los nervios que tenía) Nos abrazó a todos, con ternura y fuerza. Le habíamos preparado un acto para entregarle el premio con música y poemas. No teníamos ni idea del regalo que él nos traía.

Sin mediar palabra, sin presentación alguna sonaron en el salón de actos los sones del tema “para la libertad” violín y piano. Cuando presenté el acto me temblaba la voz, intenté disimular, aunque en realidad, a esas alturas de la mañana, me daba igual. Le entregamos palabras juntadas para él. Poesías, sus poesías en la voz rota por el recuerdo de una mujer emocionada. Le dedicamos y evocamos partes de su vida… y le entregamos el premio; un cuadro realizado por los niños de un centro de disminuidos psíquicos que hay en nuestra ciudad y que nos proporcionan verdaderas obras de arte.

… y llegó su turno, el momento de su presencia, de sus palabras del recuerdo de sus compañeros, “ellos deberían estar aquí, todos y cada uno, los que sobrevivieron y los que no, los que volvieron a España y los que no pudieron regresar….”

ÉL hablaba, yo le escuchaba y miraba como el público se tocaba los ojos para evitar que las lágrimas les recorrieran la cara y se hicieran visibles. No era un discurso triste, ni quejoso, ni lastimero. Eran palabras salidas desde dentro, desde un patio, entre unas rejas, en la libertad que tanto le costó, en la adaptación a un mundo que le perdió con 19 años y le reencontró con 41.

El hablaba, sin guión, sin papeles escritos, delante de un silencio respetuoso y unas caras entre sorprendidas y apabulladas. Al final cogió unos folios y nos leyó, sin gafas, las últimas páginas de su libro. Cuando terminó, el público, obedeciendo a un impulso invisible, se puso en pie y los aplausos restablecieron las respiraciones, que apenas se habían atrevido a interrumpir las palabras, que aún resonaban en nuestros oídos.

- ¿He hablado demasiado rato? Me preguntó.

- Podría haber seguido mucho tiempo más, nadie se hubiera movido.

Cogió mi cara con sus manos y me dio un beso en la frente, como si fuera mi padre, como si fuera mi abuelo perdido en algún lugar…

Comimos juntos y nos contó anécdotas e historias entre sonrisas, asombro y expectación.

Ayer Marcos Ana me enseñó el camino hacia la libertad y llenó mi corazón de sentimientos positivos. Creo que viviré de las rentas el resto de mi vida.

Marina Hernández Martín