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De Magos y Pilongas...
He dicho pilongas?, tal vez debería poner milongas…, tal vez.
Pelo naranjitas en esta mañana de Reyes: redondas, las pieles brillando como soletes de cuento, después de la noche lluviosa y cabalgada. No es la primera vez que sus majestades me obsequian con naranjas.
Sorteando recuerdos de la niña de agua, vienen a mí imágenes de la puerta del balcón taponada los inviernos con trapos, y frutas entremezcladas con algún juguete barato.
Los magos pasaron y volvieron a dejar esa niña que me habita a la intemperie; la carita misma de pasmada, como aquel seis de enero en que apuñaba un montoncito de céntimos, (entonces de peseta), con la certeza de haberlos visto antes.
En realidad la historia había comenzado a principios de invierno en la tiendecilla de ultramarinos frente al reloj de San Gil, las bacaladas tiesas que adornaban el escaparate, fueron sustituidas por un montón de castañas secas sin cáscara (pilongas), que ocupaban todo el escaparate amarilleando ante mis ojillos infantiles, degustando el fruto sin catarlo… Cuatro veces al día pasaba yo caminito de la escuela ante tal exhibición y fue grande mi alegría cuando recibí el encargo de ir a comprar medio kilo de azúcar al establecimiento.
Cuando guardaba cola como solo los niños de entonces estábamos obligados a hacerlo, el tentador montículo me reclamó junto a él y en ese preciso momento, por extraño que parezca, la montaña se me vino encima sepultándome casi totalmente, apenas un puñito cerrado apretando los céntimos salía retador sin saber de dónde…
La situación acabó con un par de castañas en la boca por el intento de abrirla, alguna más en el bolsillo y el retorno al hogar con la bolsa de papel basto, azucarada una mano, avara la otra, los céntimos bien seguros, que el buen hombre perdonó la cuenta, dándola por saldada a cambio del mal rato.
En aquella ocasión, sus majestades dejaron naranjitas, un bizcochito nevado y… un puñadito de céntimos conocido, como ya he dicho.
Recuerdo…, repaso la cantidad de montañas que se me derrumbaron desde entonces, sospecho que desde aquel momento me quedó la costumbre de apretar el puño.
Ha llovido mucho, llueve ahora, y no ha habido bizcochito nevado… Tenemos Angelitos y Cascabeles, Días de Reyes y… de milongas, en una ciudad que de nuevo languidece como las bacaladas a la puerta del ultramarinos en la memoria. “Ultramarinos” de más allá del mar… qué bonita palabra, majestades, ya que trajeron las milongas, las pilongas, los recuerdos de la niña rota, ¿podrían por favor hacerle un hueco y llevársela a Oriente?
Esta mañana, tristemente, comía naranjas con pendiente de oro, incienso cohibido y ausencia de mirra, apretaba empuñados unos céntimos de euro; futuro de cobre, el mundo “encobrado”, varias vidas, como tiene un gato.
Gel Borrajo
(Enero, 6 de 2011)
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Muchas gracias, Gel, por el regalo de Reyes
No nos dejes
Aun en la ciudad de grietas y telarañas , se habré paso con esfuerzo, un soplo de aire fresco. A.S.
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