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Lo que nos dijo L, que estuvo en el más allá y volvió para contarlo
El día que morí aún no había cumplido sesenta y uno. Sólo más tarde, después de resucitar, alcancé esa edad, la cual, sin duda, me acerca a mi auténtico final, que acabará llegando cuando llegue, como comprenderéis no tengo ninguna prisa. Y por aquí ando mientras tanto, limpiando telarañas al mismísimo tiempo, en días en los que, como hoy, el aire amanece fresco y limpio, cargado de promesas.
Así que morí, ese es el caso, muerto cabal estuve durante trece minutos, con sus segundos todos, durante una operación de trasplante de pulmón, a la que me vi abocado por haberme fumado la vida. Encefalograma plano en el monitor, electrocardiograma lineal como una llanura yerma, planitud total y exacta de impulsos y latidos, muerto o eso me han contado, exánime, postrado, fiambre, acabado, listo. Por eso, cuando, al cabo de unos meses, cumplí sesenta y uno, en realidad lo que alcancé fue esa cifra que escribo, medida en años, menos trece minutos, esa era la cuenta precisa del tiempo de mi vida hasta ese momento, 61 años menos 13 minutos, eso es lo que hay que descontar a cada edad que cumpla, trece minutos justos, puesto que no los viví, que estuve muerto, según me han dicho.
Escarbo en mi memoria para ver si encuentro algún vestigio, alguna prueba de mi paso por ese arco suspendido, materia ingrávida, vacío, hueco, nada, cero, qué sé yo, ese túnel blanco luminoso del que he leído que otros han contado en trance semejante al mío, irse y volver, marcharse y regresar, dormir y despertar, acabar y recomenzar, florecer de nuevo, respirar, andar, levantarse como Lázaro lo hizo, quitarme la piedra de encima, la losa pesada de la tumba polvorienta, apartar de mi cuerpo la mortaja, sacudirme de las pupilas ciegas la tierra pegajosa, a ver cómo lo cuento.
Una sucesión de imágenesvisionespalabras simultáneas o, más bien, un fogonazo, un instante solo en el que todo se amontona, como se agolpa la multitud despavorida ante la única puerta de fuga de un estadio, un embudo insondable de latidostosespestañeos, una explosión contenida de emociones que amenaza pero no llega a estallar y se mantiene flotando ante los ojos, ante la mirada que indaga y desvaría, con todos los pasos anteriores dados bien presentes, digo bien, todos, perfectamente dibujados, delineados, recordados, los caminos recorridos y los apenas entrevistos, los deseos cumplidos y los no cumplidos, las horas malgastadas, tantas, y aun las plenas, las vividas con pasión, que también las he tenido, las personas conocidas o rozadas u olvidadas desfilando, con sus nombres, sus cabellos, sus rostros, los amigos, uno a uno, y también los muertos verdaderos míos, aquellos que amé y ya están en la fosa, polvo entre el polvo, por siempre jamás y no como yo, que solo me asomé al borde y observé el panorama desde fuera como si fuera otro distinto a mí que estuviera vivo.
Así pasó la cosa, o parecido, podéis creerme, así lo viví estando muerto, bien muerto, durante trece minutos justos.
- bueno seguro que parecido a
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Amigo L
Cuanto me alegro de que te despertaras de ese sueño que conduce a la otra orilla. Se conoce que no tenías moneda para Caronte y claro, sin moneda no hay viaje.
Me alegro sobre todo porque podemos jugar al mus y cantar esa de "En una mina una catástrofe ocurrió..."
A
Vengo de venir, amigo L., por los caminos de abajo, y me he acercado a tus treces minutos de vértigo. Subiremos a la sierra, cualquier día, a lomos de mula vieja, desde Candelario, como siempre, o desde la Garganta de la que no te acuerdas, y veremos si tus pulmones cantan como antaño. Seguro que sí.
Av
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