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El Kraken y el Capitán
Para Aurora Wiggins de la Serra
Se ajustó la gorra y ató fuerte el nudo de la vela mayor. Miró las olas y sintió un sudor frío en las manos. El azul claro del arrecife se había tornado oscuro, casi negro. Estaba cerca, el Capitán lo podía sentir. Las gaviotas ya no cantaban, ya estaban lejanas, llegó el silencio y cuando éste llega mar adentro nunca es buena señal. El joven marino que había contratado para esta travesía se apuraba por tensar el último cabo que tintineaba en la proa, el Capitán quería haber hecho esto solo, pero no podía, aquel chico no debía estar allí, el capitán lo sabía, pero no podía enfrentarse a la bestia él solo.
Aquella batalla le había arrebatado el sueño durante semanas, noches enteras mirando al mar sabiendo que era inevitable ese encuentro, sabiendo que sí o sí tendría que escuchar de cerca la respiración del monstruo que le esperaba, el Kraken.
Un grito le sacó de su abstracción y le trajo de nuevo a la cubierta de su barco. El joven marinero señalaba al horizonte, “Lo he visto” gritaba “Lo he visto”. El capitán sacó su catalejo y apuntó hacía el lugar que el joven señalaba con brazo tembloroso. Y allí, en aquel encuadre negro de espejos convexos, un tentáculo púrpura de dimensiones descomunales hizo su aparición sobre la superficie del mar. Como un estilete enfiló al cielo, quizá queriendo decir al capitán que estos eran sus dominios, que aquí eran ellos los extranjeros y que estas aguas sólo tenían un dueño, él, el monstruo marino, la bestia indomable, el kraken.
La mano firme, inconsciente quizás, impaciente, giró el timón dejando atrás cualquier cobardía. Ahora, llegó el momento, no quedaba tiempo para arrugarse, no había tiempo para temblar, mirada al frente y convicción. Podía sentir su propia respiración, seca y firme, como un metrónomo perfecto, como un previo a la gran aria de ópera que estaba por venir. Siempre había amado la música clásica, en tierra y mar, siempre le había acompañado, siempre... Y de algún modo incomprensible, siempre aparecía en los grandes momentos. Esta vez fue Wagner el que se escapaba entre los labios del Capitán, las primeras notas del Holandés Errante,...Wagner.... murmuró ….El Capitán contra el Kraken, solo Wagner puede estar a la altura... El capitán sonrió. El mero hecho de estar allí era su victoria, ahora comprendió que cuando se planta batalla ya se ha vencido, ya se le abrían las puertas de la gloria.
Mordakay.
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