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La Guerrita del Pepino: crónica de una bacteria anunciada
Desde que se difundieran las noticias de la muerte de las primeras víctimas de la bacteria E.coli en Alemania, la opinión pública ha seguido con sumo interés la información que los medios vienen ofreciendo: el hecho preocupante de las muertes, los enfermos y su multiplicación; la cuestionable actuación de las autoridades alemanas, que dirigió hacia los pepinos españoles el origen del contagio, y las sucesivas rectificaciones sobre el hecho, del que ha sido eximido nuestro país, pero del que no se logra identificar al culpable.
Además de los espacios ocupados por las solicitudes de indemnizaciones y el tratamiento que le han dado al tema los afectados y la política, la más importante noticia es que este contagio es causado por la bacteria E.coli, que hasta ahora había convido en paz con los humanos. De modo que la aparición de una mutación de una bacteria inofensiva, que se ha convertido en otra letal, es lo que viene examinándose desde diversos ángulos, en la medida que avanzan las investigaciones. Pero éstas, hasta hoy, no han dado con el origen. No ya de dónde parte esta infección que se inicia en Alemania, sino de dónde demonios surgió una variante mortal de la E.coli.
Sólo la prensa alternativa ha apuntado hacia un sitio al que casi nadie ha mirado: la sospecha de que una mutación genética de esa naturaleza, que implica una fusión con otra agresiva cepa bacteria africana, no sea el resultado de un proceso natural, un cruce altamente improbable. Y sea el resultado de un trabajo de ingeniería genética para la producción de armas biológicas.
Es prácticamente imposible que las autoridades que investigan y los expertos que siguen el caso no hablen de una sospecha de tal naturaleza, perfectamente posible y compatible con la forma en que se inició el contagio. Sin embargo, no se habla; pues le daría al hecho unos tintes políticos y llevaría el dedo acusador hacia algún punto absolutamente inconveniente. Estas cosas, aunque cuesten vidas, se saben después o nunca se llegan a saber. Es un asunto tan de Matrix, de ciencia ficción, que con ser una realidad sumergida parece ser una paranoia de revoltosos.
Tal vez sería conveniente que las autoridades alemanas, y las del resto de la Comunidad Europea, también contemplaran esa variante, por posible, y la desmintieran. Estaríamos, al menos, algo más tranquilos a pesar de saber que la noticia del E.coli escapado por un descuido de un laboratorio de ingeniería genética sería una noticia de primera plana que nunca se publicará.
En el caso de la biotecnología, el mundo está viviendo ya el futuro que otros imaginan en un viaje tripulado a Marte. Podría ser que esa sospecha fuera infundada. Sería lo mejor para nuestras conciencias. Pero nadie se llame a engaño. Esa industria ya es capaz de producir cualquier engendro, cualquier Frankenstein biológico, cualquier ser capaz de terminar con la civilización misma. Y la industria de la guerra hace uso de ella, a pesar de la prohibición de su empleo, que no impide su producción.
Esto último no es nada revelador, porque ya se ha escrito mucho sobre un tema real en nuestro mundo real; al punto de mezclarse guerra con economía en situaciones puntuales, donde la magnitud misma del problema le ha restado credibilidad. La gente sencillamente se niega a creer que cosas de esa naturaleza sean posibles. Sucedió, por ejemplo, cuando en Estados Unidos la influenza porcina apareció por primera vez y diera la casualidad que el único medicamento al que parecía responder era producido por un laboratorio del que era directivo y propietario Donald Rumsfeld, el Secretario de Defensa del gobierno de Bush.
Desde hace ya varios años se viene filtrando al público el empleo de la bacteria E.coli como arma biológica y algún que otro científico ha adelanto lo que podría significar como ente exterminador. En los noventa, el profesor Macaskie, de la Universidad de Birmingham, afirmaba haberse descubierto que la bacteria E.coli se puede utilizar para recuperar el uranio de la atmósfera y de las aguas contaminadas por residuos nucleares. Las bacterias contaminadas se pueden recolectar y extraer de ellas el uranio o “enterrarlas”, dijo entonces.
El uso de la bacteria E. coli, reconfigurada para que consuma residuos nucleares y residuos de armas químicas y bacteriológicas, ha sido admitido por un equipo del LBNL (Lawrence Berkeley National Laboratory): “Nosotros hemos manipulado la E. coli y la Pseudomonas aureginosa para que acumulen en su pared celular uranio, plutonio y otros metales pesados, lo que nos permitirá filtrar los contaminantes de las aguas contaminadas”. Y aunque esto no demuestra nada en la Guerrita de los Pepinos, sí deja bien claro que la E.coli ha sido objeto de investigaciones y mutaciones por la ingeniería genética.
En un artículo publicado por Paz Digital se cita un documento restringido del ámbito farmacéutico titulado “Microbiología, ingeniería genética y desarrollo de armas biológicas” en el que se afirma, refiriéndose a las bases de la guerra biológica: “El uso de microorganismos (virus, bacterias) o agentes bioactivos (toxinas), con el fin de producir enfermedades a las fuerzas militares enemigas, a la población civil o contaminar sus fuentes de agua o alimentación, es lo que conocemos como guerra biológica. Para fabricar un arma biológica se puede utilizar, teóricamente, cualquier microorganismo patógeno, y solamente con un pequeño número de éstos se puede convertir en un arma de un enorme potencial”.
“Los microorganismos seleccionados han de poder cultivarse en grandes cantidades y dispersarse con facilidad utilizando, por ejemplo, aerosoles. Estos microorganismos deben ser muy infecciosos, es decir, que con una baja dosis del microorganismo se pueda inducir la enfermedad y, preferentemente, que el contagio sea persona a persona. [...]”.
Otra estrategia de la ingeniería genética –según el documento aludido—, “es la transferencia de genes que se codifican para la síntesis de toxinas altamente tóxicas”. Asimismo, refiere que en torno al años 2002, el Dr. Breindl, catedrático de Biología Molecular de la Universidad de San Diego (EE.UU.), afirmó que “existen planes para modificar genéticamente microorganismos de la flora intestinal, como E. coli”.
Breindl explicó que el procedimiento sería muy simple: primero se le introducirían genes de resistencias para hacerlos inmunes a los antibióticos; seguidamente se podría elevar su resistencia a los ácidos gastrointestinales a fin de conseguir su rápida proliferación intestinal; también se le podrían introducir genes de otros microorganismos con la finalidad de que sintetizaran toxinas o, por ejemplo, que sintetizaran un anticoagulante; finalmente, se le podría insertar un gen que lo hiciera más invasivo, para que pudiese pasar del intestino a los otros tejidos del organismo. Esta bacteria recombinada podría escapar a todos los mecanismos de defensa del organismo y convertirse en mortal.
Reitero que lo que viene sucediendo con la nueva cepa de la E.coli podría tener cualquier causa natural, digamos. Pero, hoy por hoy, lo que se viene confirmando es la crónica de una bacteria anunciada. ¿O no?
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