El Partido Popular va a ganar las elecciones sin despeinarse. No quiero ni pensar en lo que sería de esta pobre gente si por cosas de la política hubiera un vuelco, a causa de una fulminante y loca movilización de la izquierda desencantada y exigente de siempre (como debe ser, lo de exigente), decidiendo sentirse motivada con Rubalcaba e impidiendo la debacle.
No quiero ni pensar si eso pasara en las vísceras de tantos y tantos, aplacadas desde hace poco viéndose con un futuro prometedor y de paso salvando a España. Miedo me daría. Casi mejor es que ganen, que por menos, vaya cuatro años que nos dieron hace ocho cuando perdieron simplemente en la certeza de que andaban justitos para ganar, pero ganaban. Perder cuando la previsión es arrasar, debe ser horroroso.
No queda casi nada (si procede) para ese gran momento de algunos y para la amarga despedida de otros, a los que se les habrá pasado el tiempo en un soplo, con la percepción ahora de que parece que no les ha dado tiempo a nada. El tiempo corre que vuela. Así es la vida. Todo pasa.

Me imagino estos meses, a medida que vaya llegando el momento, las miraditas por los pasillos de donde sea, en las convenciones, en las reuniones comarcales, provinciales o regionales del partido, ofreciéndose los unos a los otros como en un cortejo animal de apareamiento, con gestos, con cabriolas, exhibiendo el plumaje y el colorido de los ojos dulces, ofreciendo sacrificarse en cualquier cosa que venda por el partido, por España y por lo que haga falta en un puesto del nuevo organigrama. Qué agotador debe ser en esos casos tener que soportar a tanto jodido pelota, a tanto manta que no lo sabe hacer bien y se ofrece de forma tosca él mismo o a su hijo, o a un cuñado. Y así un día tras otro hasta que por fin se despejen las dudas, se repartan los puestos y de nuevo el pastel. Y qué cruz la de las madres de los que tienen que elegir entre los pelotas. A estas pobres buenas señoras las van a llamar de todo los que no resulten nombrados nada, los que –como se dice en la jerga- no cuenten con la confianza de tal o cual cargo porque su hijo ha elegido a otros.

Una de las cosas que espero con más impaciencia cuando por fin la nueva legislatura se ponga en marcha, es la que tiene que ver con la demagogia. Dos cosas colaterales me interesan sobremanera cada vez que hay elecciones: en la municipales la sorpresa de todos esos espontáneos que se presentan a concejales o a lo que sea sin que se les supiera nunca el más mínimo interés por esas cosas y menos aún de su preocupación por lo común.

Espero siempre a la publicación de los candidatos para sorprenderme y a veces hasta para partirme de risa. Lo malo es que pasada la risa, me da por llorar. Lo que me gusta de las elecciones nacionales, y también de las autonómicas, en casos como el presente son esos ministerios o consejerías o direcciones generales que se le ocurre a algún cerebro del marketing para hacerse los cercanos o simplemente para manejar mejor la mente del personal. Primero se percatan de que son lideres de audiencia esos programas esperpénticos de la tarde, esas jaulas de grillos hablando con el hígado y la bilis de la vida y la entrepierna de otros como ellos. Cuando se aseguran de eso, deciden que dado que el personal está a lo que está, lo mejor es obsequiarles con demagogia y nada mejor para eso que crear (he dicho crear, sí) un ministerio para la Austeridad, con su Secretario de Estado contra el derroche, y sus direcciones generales de Ahorro, de Freno al Derroche, de Fin del Despilfarro o vaya usted a saber lo que se les ocurrirá para aplacar nuestras malas leches con lo que vemos, sabemos, pensamos, creemos o nos han comentado en la media hora del bocata del trabajo. Lo harán en la certeza de que queda bien y de que nos viene bien, y en la seguridad de que nos quedaremos tranquilos por una temporada.

Siempre con la monserga esa de la austeridad, que luego ni es austeridad ni es nada. ¿Recuerdan la patraña aquella de la eliminación de los 5.000 altos cargos de hace unos años? ¿En qué quedó? ¿Les suena de algo la creación del cargo de viceconsejero en la Junta de Castilla y León? ¿Saben si sirve para algo, si es necesario? ¿Le suena a usted dulce que haya por aquí una Consejería que se llama de Familia e Igualdad de oportunidades? ¿De verdad-de verdad que pretende la igualdad de oportunidades? ¿Para con quienes, cómo y de qué manera gestionan eso tan bonito de decir?...
Pues eso, ya les digo, prepárense.