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Estampas japonesas 2: La fascinación del Monte Fuji
Ya desde mi infancia he visto por todas partes, por el mundo entero, en cuentos ilustrados, en calendarios o postales, en portadas de discos o en libros de poemas, en tiendas o museos, cientos de estampas, dibujos, fotografías, grabados y pinturas con la silueta nevada de ese cono perfecto, impasible, majestuoso en la distancia, forma esencial y verdadera. Imponente volumen de 3.776 metros de altura, de líneas elegantes y precisas, símbolo nacional que reúne lo más bello y sagrado que imaginar se pueda, icono refulgente, fuente de incontables leyendas sobre la eterna juventud y la inmortalidad misma, esas quimeras que persiguen a la humanidad desde que tuvo que enfrentarse a la idea de la muerte.
El dios Fuji domina la tierra nipona desde su mismo centro, valles y llanuras, montañas, bosques, islas infinitas y, más allá del mar, trasciende sus fronteras. Si llegas hasta su base, te induce a recogerte, te bendice, te invita a postrarte, a sentirte parte de la naturaleza que protege, a pensar que no eres nada y que tu paso sobre la tierra siempre será precario y leve. Monte Fuji. Fujiyama.
- Claro que hay mundo más
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