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El espíritu olímpico: los buenos, los malos y los desconocidos de siempre
La Olimpiada de Londres acaba de cerrar sus puertas dejándonos la satisfacción del espectáculo del deporte por encima de las medallas ganadas, que es, según las bases del olimpismo moderno, creado por el Barón de Couvertin, la verdadera razón de esa cita deportiva.
Lamentablemente, para todos no es así. A veces se le confiere a las medallas ganadas una importancia que sobrepasa aquel viejo –y nunca conseguido— objetivo de mejoramiento humano postulado el día de nacimiento de las olimpiadas modernas. La competitividad, en su acepción de rivalidad, supera cualquier otro espíritu peregrino de reconocimiento al esfuerzo humano y echa leña al fuego marcando las diferencias entre naciones y naciones. Ganar o perder olímpicamente no sólo es estar entre los mejores deportistas del mundo sino además entre los países capaces de producirlos.
El olimpismo de origen también está contaminado por el deporte como empresa lucrativa, por el deporte de profesionales de una industria que se mezcla con el deporte sacrificado de los que carecen de ella. En suma, las olimpiadas de hoy son el escaparate de los países para mostrar las medallas de su poderío. Esto, por supuesto, tiene las excepciones de los llegan a la cima por sus cualidades deportivas y su inquebrantable voluntad, cuando lo más lógico es que no hubiesen llegado a ninguna parte, lo que es la regla.
Tal tez en el futuro no sea necesario que participen todos los países juntos como si en todos ellos el deporte fuera lo mismo y se participe por el grado de desarrollo o subdesarrollo de éstos; de manera que los que dispongan de jugadores como los de la NBA o del Roland Garros, puedan enfrentarse entre sí para dilucidar, en un alarde comparativo, quién es quién en este mundo; y los que carecen de esas opciones comerciales del deporte y de los recursos necesarios, compitan motivados por un espíritu olímpico de otra naturaleza más naif.
La diferencia en los Estados Unidos y Zimbabue, que ya es inconmensurable desde cualquier punto que se aprecie, ha sido más marcada desde ayer por las 104 medallas del primero y la 0 medallas del segundo. Podría decirse que se compite para demostrar que el deporte es un derecho humano de los pueblos, pero se termina demostrando que no es un derecho humano en todo el mundo. Y esa diferencia que se aprecia en el medallero se aprecia también a la hora de comer y seguimos tan panchos con las olimpiadas y tan eufóricos por las medallas que nos prestigian que ni cuenta nos damos.
Sin el menor asomo de dudas, las olimpiadas desde hace mucho vienen sirviendo para edulcorar el poderío. Lo hizo la Alemania de Hitler, la Unión Soviética y sus seguidores, y lo han hecho Estados Unidos y China en Londres. En Yahoo.es, antes de entrar al medallero se significaban dos duelos particulares: el de China-USA y el de España contra el mundo. Tampoco es mentira que quien desee ver las olimpiadas no podrá seguirlas por las televisoras nacionales, que se concentran cada una en lo suyo y abordan el resto de los eventos sólo en casos imposibles de obviar como el del jamaicano Bold. Está bien el orgullo nacional, pero no es muy constructivo ese nacionalismo competitivo que hace de los juegos una pancarta que dice: “Nosotros sí somos buenos”. ¿Y los otros qué? Granada --el país--, ganó una sola medalla; pero de oro. Eso es noticia, algo que debe destacarse. Y pregunto: ¿En qué deporte? Es más, ¿sabe usted dónde está Granada?
Lo más interesante de las olimpiadas, desde el punto de vista del “deporte derecho del pueblo” de Couvertin, no son los buenos. Son los malos. Los deportistas sin infraestructuras, sin zapatillas hechas a medida, los que no son herramientas de una empresa ni famosos semidioses que marcan tendencias en la moda, los coches o los helados de chocolate. Los peores deportistas del mundo, esos que pasan por una olimpiada como un verso de José Ángel Buesa: “Pasarás por mi vida sin saber que pasaste”, son lo que de alguna manera nos recuerdan el espíritu olímpico en el que un desconocido de siempre puede ser más ejemplo de deportista esforzado, porque comparte su ilusión con la miseria, que muchos de los deportistas de alto standing, que son realmente esforzados, pero también compensados por ello con creces por una sociedad que los endiosa y los hace imagen de marca.
En Londres 2012 (nunca habrá un Nairobi 2024 ni Puerto Príncipe 3012) tomaron parte 204 países. Cuando lean la lista de las medallas y lleguen al país número 54, ya se habrán acabado las medallas de oro. Si contaran al revés, del 204 hacia el principio, tendrán que pasar 120 países en blanco para dar con el primero, o mejor aún, con el último país que logró conquistar una medallita de bronce. Es decir, la mayoría absoluta de los países con representación olímpica son los cero oro, cero plata y cero bronce.
Si una competencia podría representar cómo las olimpiadas no dejan de estar entre las cosas que regulan los puestos de honor de los honorables, es el singular combate entre un león y un mono… maniatado. Reitero que sería preferible que el mundo contara con dos olimpiadas: las “leonimpiadas” de los buenos y las “monimpiadas” de los malos; porque eso de echar a pelear leones contra monos amarrados resulta pernicioso para la autoestima de los pueblos. Tanto para los que con ello pueden subvalorarse, como para los que se sobrevaloran, cuando a lo mejor una medallita de bronce granadina podría ser mas ejemplar que otra de oro en tierras de leones. Ésa podría llevar alma, corazón y vida e ir contra todos los pronósticos. ¿No es cierto Couvertin?
- bueno seguro que parecido a
hace 18 horas 3 mins - Lo que está pasando en
hace 19 horas 6 mins - tic tac tic tac vamos al
hace 20 horas 14 mins - tu que sabras que no estas
hace 20 horas 16 mins - Tendrian que haber estado
hace 1 día 2 mins - He escuchado que tanto el
hace 1 día 8 mins - Ahora mismo están todos
hace 1 día 7 horas - Ponte los calificativos que
hace 1 día 8 horas - Estaba anclado a la incuria
hace 1 día 20 horas - A ti no puedo contarte nada
hace 1 día 20 horas
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