De vez en cuando sale a la palestra un tipo con una “idea genial”. Suele ser un tipo significativo, pero no por una valía objetivamente reconocida y universal, sino porque está Ahí Arriba, donde ha llegado por razones que suelen ser casi siempre inexplicables y peregrinas, pero también mediante el voto popular en unas elecciones. Estos tipos, al parecer un día se levantan y, desayunando, tienen una “idea genial” e incluso tiene lugar la génesis de la idea haciendo tiempo en la taza del retrete, que, a algunos, por tema de estreñimiento, les da para mucho. Después, la comentan a su gabinete, la adornan con unas justificaciones a su estilo y al día siguiente la lanzan en rueda de prensa como si se tratara de una genialidad para el mundo solo de ellos. Esa idea repentina no suele venir de una neurona en concreto que se le ha puesto defectuosa por cosas de la Naturaleza, sino porque convive en un ambiente cerebral donde estas células habitan en armoniosa sociedad con otras cuyo núcleo es el mismo. Son de la familia, quiero decir. Dado que su propietario es siempre un personaje políticamente importante, con su buen puesto público (que le suele haber salvado la vida profesional, quién sabe si para siempre, ahora aquí, mañana allí, pero siempre de pingo político), con su correspondiente buen sueldo y su todo, y sabedor, además, de que tiene su hinchada, la cual que haga lo que haga y diga lo que diga le defenderá, le exculpará o por lo menos le justificará incluso sus chorradas, dado todo eso, se sentirá un crack. Así las cosas, esta suerte de iluminado (de salón) lanzará la “idea genial” a su país o incluso al planeta, porque los hay muy atrevidos, y ese día se irá a dormir satisfecho porque ha arreglado un trozo de mundo.
Estas “ideas geniales” pueden ser de varios tipos: cambiar el nombre tradicional de una festividad, apartar de la vida cotidiana algo, inventarse una fiesta absurda, legislar alguna memez, rebuscar en determinados pasados (solo en ciertos pasados) alguna posibilidad de modificación… etc, etc, etc. Hay muchas. A todas las “ideas geniales” les une un nexo en común: solo les interesan a los creadores de la cosa y a su comunidad, a los demás a veces nos crispan o simplemente nos sorprenden (de nuevo), incluso cuando habíamos pensado que ya no quedaban más chorradas por inventarse. Pues sí, señores (y señoras), debemos aprender que el mundo de la chorrada parece inagotable. Una cosa más y ya voy a lo preciso: estos tipos suelen ser gente llegada a las alturas del poder por la varita mágica de otro que tal baila o por las urnas (¡ojo!) y enseguida aprenden una cosa que se lleva mucho particularmente en determinados alcaldes: la conveniencia de distraer con cosas vanas al populacho, de forma que no se den cuenta de lo paquetes que son para lo esencial o de las que andan liando mientras tanto por detrás. Normalmente estos tipos cultura no tienen mucha (incluso dedicándose a gestionarla, que esa ya es gorda), porque a veces en sus “ideas geniales” se nota una gran carencia de conocimientos, cosa en principio rara, teniendo tantos asesores como suelen tener.
Escribo esto porque en concreto lleva un tiempo circulando por ahí la cosa de pedir perdones por determinados hechos históricos del pasado, que en realidad no importan nada al presente, pero parece que no pudiera vivirse sin esa reparación simbólica. Por ejemplo, hay que pedir perdón por haber descubierto América, por haber tenido dominios aquí o allá, por haber ganado tal o cual guerra y como consecuencia de ello, como es lógico en una guerra, al estar en sus esencias mismas, haber matado más que el perdedor, que no se cortó un pelo por matar también, aunque como perdedor, mató menos, por eso la perdió… etc. En este plan, a mí se me sale de cuentas la esencia de la “idea genial” y esto se convierte en una jodida locura en la que todo dios va a tener que pedir perdón por algo. No quiero dar ideas, pero esto de los perdones, de seguirse inflando, tendrá que acabar teniendo su Ministerio para los Perdones, a ser posible con un título de esos guais que se inventan a menudo para hacerlos eso, más guais: ¿Ministerio para la suturación de heridas del pasado?, ¿Ministerio para la reconciliación de afrentas pretéritas?, ¿Ministerio de la compensación anímica de las sociedades identitarias?, ¿Ministerio para el perdón histórico? Tal vez ¿Ministerio para el beso reparador del pasado?... En fin, creo que no soy muy bueno en esto de inventar nombres, los hay infinitamente mejores en esos puestos para dar con el nombre adecuado cargado de poesía y vaselina. Claro, estaríamos hablando de un ministerio con su sede, con sus secretarios de estado, sus directores generales, sus subdirectores, sus jefes de servicio, todos con sus jefes de gabinetes, sus IPhones, su personal administrativo, sus conserjes, sus coches oficiales, sus fotocopiadoras, ordenadores, impresoras, sus viajes para cambiar impresiones con otros ministerios de lo mismo de otros países… en fin, una cosa organizada como es debido, como se viene organizando un ministerio, vamos. “Ministro Fulano de Tal -preguntará el presidente del gobierno en el consejo de ministros- ¿quién nos ha pedido perdón en el último mes?” “Ha entrado una petición de perdón de Líbano por el comercio abusivo de los fenicios en nuestro Tartessos del siglo VI a.C., porque se llevaban los metales del sur-este a cambio de perfumes y chuminadas, señor presidente”, contestará el ministro del ramo. “¿Y en qué perdones estamos trabajando ahora?”, inquirirá el presidente. “Vamos a pedir uno muy importante a las islas Molucas porque entre Magallanes y Elcano, tras cruzar el cabo de Hornos, anduvieron por allí un tiempo rapiñando especias a los indígenas”, responderá el aplicado ministro. “¿Pero nos mataron ellos a Magallanes, no ministro?”, preguntará el presidente muy bien asesorado. “Ya, pero como era portugués, se lo van a pedir a Portugal, que antes tiene que pedir perdón por haber ido allí Magallanes sin que se lo mandara nadie”, resolverá el ministro. “Muy bien, muy bien, muy acertado. Buen trabajo, ministro. Felicita a tu equipo”, sentenciará el presidente y levantará el consejo de ministros. Y así pasará una legislatura, dos, tres, las que haga falta, pidiendo y recibiéndose perdones a diestro y siniestro. Porque es que hay muchos perdones que pedir. Solamente aquí, en España, los romanos tendrían que ser de los primeros. Nos conquistaron, nos trajeron la civilización, liando alguna gorda como en concreto la del pretor Galba que le hizo una jugada a nuestros vetones y sus aliados los colegas lusitanos, pasando a cuchillo a 10.000 por toda la cara. ¿No merece eso un perdón de Italia? Mañana mismo tendría estar Italia pidiéndolo. Y antes de eso, Túnez nos tendría que pedir perdón porque los cartagineses de Cartago, con Aníbal Barca a la cabeza, vinieron en el 220 a.C. por la Vía de la Plata a quitarnos el trigo y más cosas de la futura Castilla para ir en busca de los romanos, con los que andaban a la greña por el Mediterráneo. ¿Y qué me dicen de los llamados barbaros del norte -suevos, vándalos, alanos, ostrogodos y visigodos- esos qué? Las que liaron. ¿Y los árabes, que se cruzaron toda la península como Pedro por su casa, cosa que nos costó luego 300 años recuperar? ¿Y qué me dicen de los franceses que vinieron a traernos los adelantos de la Revolución Francesa con métodos un poco criticables y no dejaban títere con cabeza por dónde pasaban, por ejemplo, en Béjar? Y a todo esto, porque aquí hay leña para repartir a todos: los africanos deberían pedirnos perdón a los europeos porque de allí vino el homo sapiens a Europa sin que nadie les hubiera llamado, eliminando a los neandertales que andaban por aquí. (Ya estoy viendo la declaración continental de África unida: “Pedimos perdón de corazón por lo del homo sapiens, nos equivocamos, no volverá a suceder”. Y nosotros: “Venga, quedáis perdonados”, saliendo en los telediarios en un acto solemne de civilizaciones).
Todo esto y mucho más, sería rayando por lo más alto que ha tenido la Historia, pero bajando a hechos más pequeños -que tendría que ser así- no podría haber autonomías sin su Consejería del Perdón ni ayuntamientos sin una concejalía de lo mismo. Nadie querría ser tan “facha” y dejar de pedir perdón por algo y recibirlo cuando procediera. En Béjar, sin ir más lejos, tendrían que pedir perdón los árabes por haberse adueñado de la villa y haber mandado al bosque en la zona de Santa Marina a un puñado de bejaranos heroicos pasando frío y calamidades, hasta que se le ocurrió al obispo aquel que los comandaba disfrazarse de musgo, que fue la clave de la reconquista de Béjar y a mayores, puso la causa de que ahora seamos Fiesta de Interés Regional en el Corpus. No sé cómo iba a quedar la cosa del perdón en los follones entre liberales y conservadores en el siglo XIX, y si nos metemos en el tiempo entre el 31 y el 39, con los anarquistas desatados, con falangistas chulitos, los represaliados, las iglesias quemadas porque sí… no sé. Habría que revisar nuestra historia mirando con lupa todo para ver quién tiene que venir a pedirnos perdón y a quién se lo debemos pedir nosotros. Un buen lio, que iba a traer muchas controversias, con lo que somos para reñir. En definitiva, un tráfico de perdones interminable que, en el mejor de los casos, no nos dejaría tiempo para otra cosa. Eso sí, aquí y allá sería un follón gordo, pero se iba a dar trabajo, contenido y entretenimiento a mucha gente, que a lo mejor es de lo que se trataba.
En fin, que estamos en tiempos extremadamente prolíficos en “ideas geniales”, poniendo a prueba sin límite nuestra capacidad de sorpresa, por lo menos la de algunos. En ello unos se indignan, otros se ríen y otros las aplauden, poniéndole un poco de salero así a la vida. Es lo que hay.
Por lo demás, feliz Navidad a todos, bueno menos a Maduro, que como es un crack y decidió adelantarla hace unos meses debe estar ya por el Corpus Cristi y todo porque, como en el anunció de un champú, él lo vale.