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Entrevista a Gabriel Lluelles, diseñador industrial. Padre de la minipimer
Fuente: La Vanguardia. Por Ima Snachis
"Si quiere ser feliz, haga feliz a quienes le rodean"
Tengo 84 años. Nací y vivo en Barcelona. Estoy casado con Pepita, sin hijos. Me formé como delineante proyectista. A los políticos de un lado y de otro, el país les importa poco, sólo les interesa el poder. Soy católico, pero creo que Jesús y la Iglesia ya no tienen nada que ver.
Pepita, el alma de Gabriel, me abre la puerta con una bonita bata de boatiné azul y durante la entrevista va haciendo sus comentarios. Los veo tan compenetrados, que sugiero que aparezca en la foto junto a su marido y la famosa Minipimer que él creó. Pero Pepita se niega. La historia de esta pareja encantadora es conmovedora por lo auténtica, y porque la buena gente siempre conmueve. Gabriel Lluelles empezó como aprendiz de forja, estudió con ilusión todo lo que la vida le puso al alcance y sin darse importancia creó y diseñó todos esos pequeños electrodomésticos que hoy merecen una exposición en el FAD, donde se le ha hecho un homenaje. La Contra se lo hace a su humildad.
Tuve que empezar a trabajar a los 13 años. En 1937 mi padre se fue al frente y en casa quedamos mi madre y sus tres hijos. Trabajaba en una cerrajería artística, ¿recuerda aquellos faroles con dragones?
Y luego cayó enfermo de tuberculosis.
A los 18 recién cumplidos, a causa de las estrecheces y la miseria. Pasábamos hambre, pero éramos muy felices.
¿Y por qué?
Es cosa del espíritu, de la persona misma. No éramos quejicas, siempre pensamos que saldríamos adelante.
¿De qué cree que depende la felicidad?
De uno mismo. Yo me casé a los 43 años y mi esposa a los 39, ya mayores, y no hemos podido tener hijos. Pero muchos amigos me dicen: "Lleváis una eternidad casados y se os ve felices, ¿cómo lo hacéis?".
Vivir con ilusión por el otro parece una rareza: ¿también en su generación?
Sí. Yo a estos amigos les respondo siempre lo mismo: "Es muy sencillo, yo quiero hacer feliz a mi esposa y mi esposa me quiere hacer feliz a mí". Pero yo tengo una ventaja, al casarme a los 43 años, ya sabía lo que quería.
¿Qué quería?
No buscaba pasión sino armonía. Mire, para ser feliz hay que querer ser feliz y sobre todo hacer feliz a la gente que te rodea. Es una cuestión de actitud.
¿Hay que tener paciencia?
¡Ay, no, no, no, no!; hay que ser espontáneo. Antes de los 40 yo me concentré mucho en el estudio y el trabajo, pero dicen que, a partir de esa edad, al hombre, casado o no, le gusta tener una querida. A mí también me dio la impresión a los 40 de que me faltaba algo, y los amigos me propusieron ir a echar una cana al aire.
¡...!
Yo estaba ya situado, pero pensé: "Mejor lo dejo todo y me voy a vivir una aventura". Y estuve a punto de irme a hacer la travesía de Colón en carabela con el capitán Etayo. Lo leí en La Vanguardia y le escribí: "Me he convertido en una máquina le explicaba y me gustaría recuperar a la persona; apuntarme a su proyecto sería una buena manera".
¿Aceptó?
Me contestó muy cariñoso: "Usted me cae simpático. Envíeme un certificado de salud". Pero cuando faltaba una semana para partir encontró un marinero, más acorde a sus necesidades.
¿Decepcionado?
La empresa Pimer, de la que yo ya era director técnico, se fusionó con Braun y me hice cargo del departamento de desarrollo, una nueva aventura. Piense que Pimer empezó con 4 personas en el año 1945 (yo entré en 1947) y en 1960 ya éramos 500 empleados.
¿Qué ocurrió con su tuberculosis?
Tuve que estar un año en cama. En aquella época había una cantidad enorme de jóvenes tuberculosos. Suerte de aquellos médicos entregados del dispensario Torres Amat. ¿Sabe...? La vida es muy especial, te recompensa por lo malo que has vivido.
... Sería bonito.
Créame. A casa venía a tratarme el doctor Ibáñez, que estuvo sirviendo en el ejército republicano de capitán. Con él hicieron las tonterías que hacen los políticos y los hombres de poder: orillarlo, no le dejaban ejercer. ¡Qué mas da que sea republicano o franquista si es un buen médico!
Pero ejercía.
Sí, a escondidas y gratis. Era una buena persona. Al cabo de muchos años, en un café, lo reencontré, era el director del hospital de Igualada, un hombre realizado. Lo mismo me ocurrió a mí, de aprendiz a homenajeado. La vida recompensa, ya lo verá.
¿Apareció antes la Minipimer o Pepita?
La Minipimer, pero me gusta más Pepita. Ya fabricábamos una batidora, pero era muy difícil de limpiar. La gran idea (en 1957) fue independizar las cuchillas, hacer un electrodoméstico pequeño que se pudiera colgar.
Creó un genérico.
"Gracias a usted, mis hijos están fuertes, sanos y altos", me decían las mujeres. Y a Pepita le dicen: "Su marido es el padre de mis hijos", y ella se pone muy celosa.
Sí que está enamorado, sí; pero ¿por qué no se casó antes?
Me levantaba a las 5 de la mañana y regresaba a las 9 de la noche, sábados incluidos. El domingo iba a misa y estudiaba. Además, a mí las mujeres de entonces no me gustaban, yo buscaba a alguien más moderno.
¿Qué le enamoró de Pepita?
A Pepita, que entró como secretaria del director, le dicté una patente y le pedí un borrador. No tuve que corregir nada. Aquello me impresionó. No me gustan las que dicen "lo que tú quieras", las prefiero libres y con personalidad. Y permítame que le diga algo.
Adelante.
El porvenir está en las mujeres. Los hombres las tenían sometidas, pero ya emancipadas han demostrado su superioridad. Y otra cosa, los auténticos empresarios eran aquellos visionarios que se la jugaban. Ahora se han vuelto cómodos, necesitan subvenciones y terrenos para sus fábricas.
¿Qué merece la pena en la vida?
Ser optimista, fijarse en el lado bueno. En la vida siempre hay contratiempos, enfermedad y muerte: hay que tener ganas de superar lo malo, tomarse la vida tal como es, y, tal como es, tener ilusión.
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Una mente libre solo podia crear y mejorar lo ya hecho con sublime honestidad y amor por la humanidad; un gran abrazo de mi parte a 15.000 km de distancia J.A.ABALO 1/7/2012
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