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En tiempos y efectos del coronavirus: reflexiones desde el balcón
Iván Parro
En estos tiempos que vivimos de pandemia global por el COVID-19 nos planteamos muchas más preguntas que respuestas.
Cuando nos hagan oficial el fin de esta pandemia (que esperamos sea pronto) tendremos tiempo más que de sobra de evaluar y reflexionar sobre todo lo acontecido, depurar todas las responsabilidades que hagan falta, tomar nota de los errores y desaciertos para que no vuelvan a repetirse en el futuro, seguir, animar, incentivar y fortalecer algunos de los ejemplos que vivimos cada día de solidaridad, altruismo, comunión y unión vecinal, confianza, cercanía a pesar de las barreras que nos pondríamos en situación normal, y profesionalidad sobre todo y ante todo de quienes siguen al pie del cañón cada día para que esta enfermedad no siga avanzando, para que tengamos los suministros necesarios, para que podamos comunicarnos con la familia y con amigos lo máximo y lo mejor posible.
Estos son tiempos de lecciones. En cierto modo muchos adultos hemos regresado a la escuela de la vida a aprender de nuevo. Y en esa escuela cada día recibimos nuevas lecciones. Y cada día además nos examinamos de tantas cosas… Creo que de las lecciones más importantes que estamos aprendiendo desde el inicio de la enfermedad es que podemos ser felices con pequeñas cosas, con simples gestos. Echamos en falta lo imprescindible, lo que nos liga y nos refuerza ese vínculo especial con otras personas: un beso, una caricia, un abrazo, una sonrisa, una palabra de ánimo, una palmadita en la espalda, una canción, un apretón de manos, una carta, un mensaje, una poesía, una imagen, un chiste, un vídeo, un libro o una película que recomendemos, un emoticono que habla por sí solo, un gesto de cercanía, de apoyo o de complicidad al fin y al cabo. Reconozcamos el poder y la necesidad de estos gestos en nuestras vidas. No los olvidemos después que pase todo, y sigamos cada día con ellos, con alguno de ellos. Hagamos saber a los demás que estamos con ellos. Sigamos creyendo de verdad que todo es posible y es necesario. Convoquemos con todas nuestras fuerzas estos gestos para reconstruir nuestras ciudades, nuestros espacios preferidos, nuestras sociedades, y nos reconstruiremos también a nosotros mismos.
Y otra lección para estudiar sin duda: seamos conscientes de nuestra debilidad. No nos creamos unos mejores que otros. Todos somos iguales ante la enfermedad, y más ante pandemias como la que estamos sufriendo. Los virus no entienden de edades, colores, ideologías ni fronteras. Que cada día nos podamos hacer más a la idea de los riegos, de nuestros riesgos, de todo tipo y condición. Y que aquellos que deben tomar las decisiones para paliarlos, controlarlos o superarlos sean capaces de poner los medios para minimizar sus efectos. Lo llevamos sufriendo hace años con el cambio climático por ejemplo, y aún no hay acuerdos serios y reales para cuidar este planeta nuestro.
Lo sufrimos de otra manera y en otras formas también con los ataques informáticos, los cuales son capaces de robar datos personales o provocar daños en las infraestructuras básicas de un territorio. Por no mencionar los desastrosos efectos que pueden causar en nuestros aparatos tecnológicos. Los riesgos en Internet que siempre están presentes y acechantes de los que somos potenciales víctimas. Podemos y debemos conocer algo mejor técnicas de ciberseguridad; aprendamos a reconocer mejor las múltiples formas de estafas o de ataques informáticos que existen para evitar males mayores y peores. Atendamos a las ventajas y bondades de la sociedad de la información pero también a sus riesgos y amenazas a las que tampoco somos inmunes en ningún momento.
También vivimos ese riesgo (esta vez invisible) con enfermedades como el COVID-19 y el resto de enfermedades conocidas y las que tienen que venir, tanto las que pueden darse por cuestiones naturales como las que pueden desarrollarse en laboratorios.
En fin, El COVID-19 creo que nos debe abrir aún más los ojos y la mente a tantas formas de riesgo como a las que estamos expuestos cada día.
Un bravo colosal a todos los que de una manera u otra intentan minimizar los efectos derivados de esos riesgos.
Un tirón de orejas a todos aquellos que piensen todavía que vivimos en un mundo sin riesgos y que pueden vivir en él sin estar atentos a lo que sucede alrededor.
Un agradecimiento especial y particularmente en estos días a quienes frenan de cualquiera de las maneras los efectos y consecuencias del COVID-19 en nuestras vidas y en las vidas de los demás.
Y a todos los lectores tres tareas: quedarse en casa, aprovechar para conocer y entender un poco mejor el mundo en el que viven y cuidar en la medida de lo posible este lugar en el que vivimos porque no tenemos otro ni quizá tengamos una segunda oportunidad.
“El mundo es un lugar peligroso, no a causa de los que hacen el mal sino por aquellos que no hacen nada por evitarlo” (Albert Einstein)
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