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Las empresas no tienen más remedio que afrontar el calentamiento global
Fuente: Boletín de la Warthon University
Hay consenso entre la comunidad científica: los 6.500 millones de habitantes del planeta están contribuyendo al calentamiento global a través de las emisiones de gases que producen el efecto invernadero. A medida que las empresas responden, muchas van descubriendo que las inversiones en operaciones “ecológicas” pueden ofrecer más beneficios de lo que esperaban, y algunos observadores creen que existen importantes oportunidades de mercado relacionadas con el medioambiente esperando a ser explotadas por los innovadores.
Pero las oportunidades también conllevan riesgos y retos. Según los expertos del mundo académico y de la empresa que participaron en la primera conferencia anual sobre Empresa y Medioambiente organizada por IGEL (Initiative for Global Environmental Leadership), cada vez existe más presión social para adoptar medidas rápidas y a punto están de aprobarse nuevas regulaciones para las emisiones de carbono.
Los ponentes analizaron y propusieron soluciones a estos retos en dos de las sesiones: "Integrating Environmental Concerns in Business Decision-Making: Internal Processes and External Pressures" (Integrando los problemas medioambientales en los procesos de toma de decisión empresariales”) y "Business and Climate Change: Mitigation and Adaptation; Regulation and Costs" (“Empresa y cambio climático: mitigación y adaptación; regulación y costes”).
Según Robert W. Corell, director de cambio global del H. John Heinz III Center for Science, Economics and the Environment –un grupo sin ánimo de lucro que trabaja para mejorar las bases económicas y científicas de las políticas medioambientales de Washington D.C., todas las señales sugieren que el calentamiento global existe. Aún queda por debatir qué parte es debida a variabilidades naturales y qué parte se debe a los gases de efecto invernadero; no obstante, prácticamente todos los científicos creen que una gran parte del calentamiento global obedece a factores humanos.
Independientemente de que el planeta se esté calentando o enfriando, es tiempo de tomar decisiones. “El problema es la tasa de crecimiento de la población mundial y la tasa de crecimiento de la demanda de energía, las cuales habrían causado una crisis climática en cualquier momento de la historia del planeta en que hubiesen aparecido”, explicaba Robert F. Giegengack, profesor del Departamento de Ciencias Medioambientales de la Universidad de Pensilvania.
Hasta hace relativamente poco tiempo, los reguladores gubernamentales o las organizaciones no gubernamentales (ONGs) solían fijar agendas sobre cómo y cuándo las empresas debían responder a las medidas medioambientales de reducción. Pero hoy en día, los que más presionan para actuar frente a las emisiones de gases invernadero pertenecen a “la comunidad, bancos y compañías aseguradoras”, así como otros grupos de interés, decía Patricia A. Calkins, vicepresidenta de Medioambiente, Salud y Seguridad de Xerox, la cual moderaba una sesión sobre toma de decisiones empresariales.
O en palabras de Paul R. Kleindorfer, profesor emérito de Gestión de las Operaciones y la Información de Wharton, “Ya no hay sitio donde esconderse. La presión procede de todos los ámbitos de la sociedad”.
Según Helen Howes, vicepresidenta de Medioambiente, Salud y Seguridad en Exelon, suministrador de servicios de energía cuyas oficinas centrales están en Chicago, incluso el sector de prestación de servicios al público (como electricidad, agua, gas, telecomunicaciones, etc.) ha experimentado a lo largo del último año cambios dramáticos en relación con su actitud frente al cambio climático. “Que Edison Electric Institute (EEI), que es la asociación del sector, declare cosas como Creemos que es real; creemos que necesitamos hacer algo al respecto, es algo muy significativo”.
Eric Orts, director fundador de IGEL, explicaba que las empresas tienen muchos motivos para querer neutralizar los efectos de los gases invernadero sobre el cambio climático. En general se cree que, a la hora de evaluar los efectos medioambientales de un nuevo producto o servicio, las empresas siempre aplican un “análisis de valor presente neto” o adoptan un punto de vista centrado en los beneficios. Pero eso no es siempre cierto. Algunas empresas adoptan voluntariamente medidas que podrían estar relacionadas sólo indirectamente con un análisis coste-beneficios, decía Orts.
La preocupación de que los consumidores sean señalados o “retratados como contaminadores” es algo que preocupa a muchas empresas. A veces los consejeros delegados toman las riendas y deciden que tienen “la responsabilidad ética de atajar el problema porque acabará afectando a las generaciones futuras, incluyendo sus propios nietos”, explicaba Orts, profesor de Derecho y Ética Empresarial en Wharton. Otras empresas creen que ser líder en temas medioambientales podría ayudarles a ganar la batalla por los futuros trabajadores con talento. “Esta generación de estudiantes está más preocupada por el medioambiente que las generaciones previas, y al abordar estos temas algunas empresas conseguirían atraer a los mejores empleados”.
Al menos resulta evidente, explicaba Orts después de la conferencia, que la comunidad empresarial está considerando seriamente cómo resolver el problema del calentamiento global. “Creo que sólo unas pocas empresas de gran tamaño creen que el cambio climático es un tema que pueden ignorar o incluso hacerle frente”. En el último año, en especial desde que se concedió el Premio Nobel a Al Gore y al Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de Naciones Unidas, “parece evidente que Estados Unidos se unirá pronto a Europa y Estados Unidos y aprobará una regulación de carácter no voluntario sobre el cambio climático”, añadía Orts. “También resulta evidente que dicha regulación conllevará costes significativos, incluyendo mayores precios energéticos”.
Oportunidades para innovadores
Este dramático cambio en las expectativas supone tanto retos como oportunidades de mercado, sugerían Calkins y otros ponentes. Para Xerox, “al final se trata de poner en práctica sus ideas”, señalaba Calkins, lo cual significa reducir “la huella medioambiental” de la empresa e ir un paso por delante en el cumplimiento de la regulación.
Las crecientes restricciones en las emisiones de gases que producen el efecto invernadero (principalmente CO2) suponen nuevas oportunidades para generar valor económico, sostenía Calkins. “No queremos adoptar un enfoque mitigador o reaccionario; queremos generar más valor para los accionistas y crecimiento empresarial”. Para ello, la empresa deber integrar en su estrategia tecnologías y procesos menos intensivos en energía, más cuidadosos con el medioambiente, añadía Calkins. En la práctica, esto podría significar crear más productos que cumplan los criterios fijados por el gobierno estadounidense en cuanto a eficiencia energética, lo cual contribuye a reducir la “huella de carbono” de la empresa -tanto en su beneficio como en beneficio de los clientes-, y al mismo tiempo ofrecer una buena imagen que fomente un incremento de las ventas.
“Tenemos que conseguir el compromiso de nuestros socios”, añadía Calkins. “Esto significa nuestros suministradores, nuestras propias operaciones, nuestros clientes… todo”, desde los inputs hasta el embalaje. Y todos los esfuerzos deben ir encaminados más allá de la “huella de carbono”. Xerox evalúa su “huella medioambiental a lo largo de la cadena de valor”, lo cual incluye el impacto de la empresa sobre la biodiversidad, el aire, el agua y sus esfuerzos en temas de prevención y gestión”.
Kleindorfer señalaba el ejemplo de Mattel, el líder global en fabricación de juguetes con sede en El Segundo, California, que redujo los costes de transporte “significativamente” después de que su consejero delegado presionase a los empleados para reducir el uso de energía e incrementar la eficiencia. Este enfoque “de arriba-abajo” para la innovación energética consiguió que la empresa reestructurase sus dos centros de distribución en Estados Unidos.
Antes Mattel enviaba un discreto grupo de productos desde su centro de distribución en Los Ángeles y un segundo grupo desde su centro en Dallas; cada uno de estos centros transportaba su inventario único de productos al resto del país. Con el nuevo plan, cada centro de distribución trabaja con el inventario de la totalidad de productos de la empresa. El centro de Los Ángeles ahora sirve a la mitad oeste del país y el centro de Dallas sirve a la otra mitad. El número de centros de distribución y los niveles de servicios siguen siendo los mismos, pero la empresa consiguió una “enorme reducción” en el uso de energía sin afectar significativamente a otros costes de transporte, explicaba Kleindorfer.
Otros profesionales de la logística a nivel mundial están “haciendo un trabajo excelente creando una cadena de suministros ecológica”, reduciendo su huella industrial y promoviendo “la sostenibilidad logística”, un término que se ha puesto de moda según Kleindorfer. No obstante, aún deben resolverse otros retos de transporte relacionados con la energía. En los próximos 10 años y como consecuencia de un incremento del 100% en el comercio global, se espera un extraordinario incremento de la containerización, que es el método estándar para el transporte internacional de fletes en barcos container, vagones de tren, aviones y camiones. Como el transporte es intensivo en energía, en el futuro se producirá una “mayor presión desde el exterior para ampliar el uso de cadenas de suministros ecológicas”, explicaba Kleindorfer.
Ventanas y frigoríficos
Es necesario responder a las presiones para reducir drásticamente las emisiones de CO2, lo cual generará muchas discontinuidades entre las empresas y también muchas oportunidades “al aumentar la volatilidad en el mercado”, decía Stephen Doig, vicepresidente del equipo de Energía y Recursos de Rocky Mountain Institute, con sede en Colorado. Estudios fiables muestran que se puede ganar o ahorrar mucho dinero adoptando simples medidas de eficiencia, como por ejemplo aislando los edificios, mejorando su iluminación o “utilizando mejor los motores”, explicaba Doig. En algunos casos, sólo el 10% o menos de la electricidad generada acaba siendo de hecho consumida por el usuario final. El resto se pierde a través de la transmisión o en otras ineficiencias. Existen muchas cosas que se pueden mejorar.
No obstante, apropiarse de dicho valor es una tarea complicada porque en muchos casos está “ampliamente distribuido” entre muchos edificios y personas, señalaba Doig. El reto consiste en desarrollar mecanismos empresariales relativamente baratos y fácilmente reproducibles que puedan generar eficiencias energéticas efectivas en costes, “bien sea mediante aislamiento, cambiando las ventanas o usando motores más eficientes”. Estos mecanismos no sólo ahorrarían energía; también crearían empleos.
Otra área en la que existen oportunidades para la innovación consiste en “introducir economías de escala en las tecnologías punteras”, sostenía Doig. Los frigoríficos que hay en todos los hogares constituyen un buen ejemplo. Un frigorífico con una baja catalogación según los estándares de eficiencia puede costar unos 500 dólares; los pocos consumidores que estén dispuestos a gastarse seis veces más –3.000 dólares-, en un frigorífico de mayor eficiencia energética apenas conseguirán duplicar la misma. “No existe una explicación para semejante brecha”, señalaba Doig. Algunos emprendedores podrían introducirse en el sector, hacer ingeniería inversa con los costes y producir un frigorífico el doble de eficiente. “La cuestión es, ¿cómo extraer el margen? ¿Cómo explotar las economías de escala? Te garantizo que si fabricas cinco millones de esos frigoríficos te van a costar sólo un 5-10% más que el frigorífico de 500 dólares, y recuperarás la inversión en medio año”.
Para Doig, las medidas para reducir las emisiones de CO2 también deberán venir acompañadas de un cambio de actitud. Por ejemplo, muchos consumidores no comprenden que algunas de las alternativas actuales para ahorrar energía ya suponen una recompensa inmediata. Educar a los consumidores y también el marketing ecologista podría contribuir a generar cierta conciencia social, decía Doig. Una idea: instalar en cada casa un contador que muestre el consumo de electricidad en dólares por hora en lugar de kilovatios por hora. “Muestra a las personas lo que gastan y por sí mismas automáticamente ahorrarán un 10%”, explicaba Doig.
Asimismo Doig aludía al poder de los acuerdos para conseguir alcanzar los objetivos fijados para las emisiones de gases de efecto invernadero, y sugería de los edificios que constituían la vivienda principal podían ser un buen terreno para comenzar. A pequeña escala algunas empresas que prestan servicios públicos ofrecen descuentos a los propietarios que utilizan, por ejemplo, radiadores energéticamente eficientes; este tipo de acuerdos podría ampliarse a otros ámbitos. “Imaginemos que unos incentivos adecuados lograsen aunar los intereses de constructores, empresas de suministros, fabricantes de electrodomésticos y otros proveedores para idear algunas soluciones creativas. El potencial sería enorme. Hasta el momento el mercado no ha conseguido proporcionar una solución y las decisiones del gobierno no han sido tan rápidas ni creativas como sería de esperar”.
Aunque se necesitará un nuevo nivel de tecnologías (y más de 200 años según Giegengack) para invertir completamente los efectos de los gases de efecto invernadero sobre el calentamiento global, los ponentes citaron algunos ejemplos de cómo explotar tecnologías ya existentes. Howes señalaba como Exelon recientemente renovaba 10 plantas del edificio de los años 70 en el que se encuentran sus oficinas centrales en Chicago con muy buenos resultados. “Empleamos materiales y equipamientos de gran calidad y pensamos que íbamos a conseguir ahorra un 30% de energía. Logramos el 50%. El ahorro energético de esas 10 plantas es bastante significativo y es algo que puede hacerse en otros sectores”.
Medidas de obligado cumplimiento, no voluntarias
Aunque semejantes ventajas efectivamente pueden contribuir a la reducción de las emisiones de CO2, en opinión de Howes, para conseguir un mundo más neutral en relación a las emisiones de carbono se necesitarán regulaciones gubernamentales y nuevas tecnologías. “Más o menos un tercio de los gases de efecto invernadero procede de las empresas que prestan servicios públicos como electricidad, agua, gas … Así pues, estas empresas deben ser reguladas”, explicaba señalando que Exelon produce “aproximadamente el 90% de su electricidad a partir de plantas nucleares. Las medidas de carácter voluntario han tenido poco éxito. “Menos del 10% de las empresas que suministran servicios públicos se han comprometido voluntariamente a reducir las emisiones de CO2. Deben ser medidas de carácter obligatorio y para todo el país”.
Según Howes, otro tercio de los gases de efecto invernadero procede del sector de los transportes y el tercio restante de industrias, comercios y viviendas. “En mi opinión, también se deberían regular los otros dos tercios. Ese es el reto al que se enfrenta el sector y también el I+D”.
Hoy en día las empresas que prestan servicios públicos tienen “planeando sobre sus cabezas la legislación que controla las emisiones de carbono”, en parte porque son fuentes permanentes de generación de emisiones y en parte porque “siempre han sido reguladas” en otros temas, como por ejemplo los precios, señalaba Howes. Todos los candidatos a la presidencia dicen que habrá una legislación federal; muchos estados de la costa este ya tienen su propia regulación y cada vez se les suman más estados del medio oeste, explicaba Howes.
Según David B. Struhs, vicepresidente de asuntos medioambientales en Estados Unidos para International Paper, un fabricante de papel y paquetes con sede en Menphis, Tennesee, “la cuestión clave –cuál es el mejor modo de regular las emisiones de CO2- es tan problemática como hace quince años”. Aunque en las últimas tres décadas la economía de Estados Unidos se ha triplicado en términos reales, los estadounidenses son más móviles y la población y el uso de energía ha aumentado un 50%, en dicho país se ha conseguido reducir en un 54% los niveles de contaminación del aire: ¿Podría extraerse alguna pista interesante para combatir la emisión de gases de efecto invernadero?
“Hemos tenido un éxito tremendo desvinculando los niveles de contaminación del aire del crecimiento económico y de la población. Pero con el carbono es diferente”. Para destruir materiales peligrosos se necesita bastante energía, lo cual a su vez implica incrementar las emisiones de carbono. “No se puede hacer desaparecer tan fácilmente las fuentes de emisión de carbono”, explicaba Struhs.
En lo que respecta a la regulación, Struhs ha estado sentado en ambos lados. Antes de emplearse en el sector privado, Struhs trabajó como regulador federal medioambiental durante 20 años y ocupó puestos de responsabilidad en Florida y Massachussets. En su opinión, a la hora de regular Estados Unidos tiene ante sí tres opciones. En primer lugar, podría adoptar un enfoque cuantitativo –un sistema que establece límites a las emisiones y las mantendría en determinado nivel deseado- y luego asignar permisos para contaminar entre sectores y empresas. Una variación de este sistema de objetivos es un sistema cap-and-trade, como el esquema de comercialización de emisiones de la Unión Europea, bajo el cual las empresas que pueden controlar de manera más efectiva sus emisiones pueden ganar créditos de emisión y vendérselos a aquellas empresas que tienen dificultades para reducir sus emisiones. Los defensores de este sistema sostienen que tiene la virtud de ser más eficiente para la economía en su conjunto.
Según Struhs, el segundo método del que disponen los reguladores es un sistema basado en los costes o en los impuestos, como por ejemplo un impuesto por tonelada de carbono emitido (a partir de los niveles de utilización de combustibles fósiles), también llamado carbon penalty. Una variación de este enfoque consiste en subastar los derechos de emisión, algo que acaba siendo equivalente a un impuesto, explica Struhs, porque establece un precio de emisión que funciona como un impuesto. Los defensores de este enfoque sostienen que proporciona a los gobiernos flexibilidad para reducir los impuestos durante los periodos bajos del ciclo económico o subirlos en los buenos tiempos.
Cualquiera de estos dos modelos ofrece un modo práctico de “monetarizar la externalidad medioambiental de emitir CO2”, sugería Struhs. La tercera opción para controlar las emisiones de gases de efecto invernadero consiste en una combinación de las dos propuestas previas, un sistema que establece límites y utiliza las subastas para asignar inicialmente las emisiones. Struhs sostiene que combinar ambos sistemas conduce al peor de los mundos posibles, ya que simplemente se añaden importantes costes al sistema sin reducir las emisiones mucho más que los sistemas alternativos, al menos en el corto plazo.
“Lo que me preocupa es que la gente considere que esto es como las vitaminas”, decía Struhs. “Una vitamina es buena, así que puedo tomarme dos o tres porque será incluso mejor”. Pero “acumular sistemas regulatorios uno encima del otro puede suponer un costes superiores, mucho menos apoyo público a nuestros objetivos y al final no conseguir mejores resultados medioambientales”.
No obstante, en opinión de Struhs el tercer método, la opción híbrida, es el modelo políticamente más conveniente porque evita el duro trabajo de las asignaciones bajo el sistema cuantitativo o de aplicar directamente impuestos bajo es sistema basado en costes. “Esta es una interesante opción económica y social que debemos adoptar. Y queremos asegurarnos que la gente considere que se trata de una opción, que no cogemos el camino fácil y decimos Hagamos un poco de todo”.
Roberta Mann, profesora de Derecho en Widener University School of Law, está a favor del enfoque basado en los impuestos para controlar las emisiones, el cual en su opinión es más eficiente. Mann sostiene que los impuestos son más sencillos que un sistema cap-and-trade, en el cual se deben determinar los niveles de emisión, cómo asignar los permisos y si concentrar los impuestos más cerca de los productores o de los consumidores. Un impuesto también proporcionaría al gobierno una fuente de ingresos extra que podría contribuir a reducir otros impuestos, financiar proyectos adicionales para ahorrar carbono o emplearse para otros fines, explicaba Mann.
No obstante, son pocos los observadores que consideran que un impuesto directo sea plausible, y en consecuencia los legisladores estadounidenses han propuesto legislaciones cap-and-trade. Es más, según Vicki Arroyo, directora de análisis de políticas sobre el cambio climático global en Pew Center, existe incluso la posibilidad de que una legislación de este tipo sea aprobada por la Cámara de Representantes y el Senado estadounidenses antes de que finalice el año actual.
Según Arroyo, un sistema cap-and-trade establece un objetivo medioambiental y luego asigna los permisos de emisión. Este sistema ofrece las siguientes ventajas: en primer lugar, como los gases que producen el efecto invernadero se mezclan en la atmósfera, “realmente no importa de qué lugar proceden las reducciones”; en segundo lugar, fijarse un objetivo para las emisiones es clave y la “certidumbre medioambiental” que proporciona es preferible a la “certidumbre en costes” de un impuesto; en tercer lugar, permite que Estados Unidos se vincule a otros programas de comercio globales; y cuarto, se puede emplear la asignación de permisos de emisión para suavizar la transición.
Según Struhs, existen las condiciones necesarias para aplicar un sistema cap-and-trade. Hace quince años, mientras estaba trabajando como consultor, Struhs encontró una circular sobre la gestión de los gases que producen el efecto invernadero que fracasó porque era algo adelantada para su tiempo. Pero las condiciones de mercado han cambiado drásticamente. Hoy en día el valor del comercio global de carbono es “mayor que el valor de todo el mercado estadounidense de carne”.
Howes recomendaba que, bajo un sistema cap-and-trade, los permisos deberían asignarse entre las empresas que distribuyen los servicios públicos en lugar de las empresas que los producen. Exelon posee ambos tipos de empresas. “Creemos que la empresa a la que pagas la factura de la electricidad, como está más cerca de los clientes, pueden emplear la venta de esos permisos para conceder descuentos a clientes de bajos niveles de renta, los cuales proporcionalmente destinan una mayor parte de sus ingresos a pagar la factura de la luz. También podrían fomentar una gestión más orientada hacia la demanda.
No obstante, según Giegengack, el éxito de todos los planes y acuerdos para reducir las emisiones en Estados Unidos no tendrá sentido alguno si dos de los países de mayor tamaño y crecimiento económico no se adoptan a su vez medidas para reducir sus emisiones. “Si no abordamos la cuestión de las crecientes necesidades energéticas de China y la India, todo esto de lo que estamos hablando no tendrá efecto alguno sobre los niveles de CO2 en la atmósfera. Globalmente no importará lo que hagamos aquí, en Estados Unidos”.
“Deberíamos ir dando pasos para preservar nuestras reservas de petróleo y para ofrecer cierto liderazgo al resto del mundo”, añadía Giegengack. “Lo que hayamos aprendido lo podremos transmitir; pero si no lo transmitimos al mundo en desarrollo no tendrá sentido alguno. Si conseguimos que llegue a los países en desarrollo, entonces en un par de cientos de años habremos reducido el CO2 de la atmósfera”.
Control de arriba-abajo de los gases que producen el efecto invernadero
Durante la conferencia se debatieron otras ideas como la gestión de la información medioambiental o un control de las emisiones de gases orientado hacia el consumo en lugar de la producción. En relación con la gestión de la información medioambiental, Orts señalaba como un creciente número de corporaciones globales están realizando informes sobre sostenibilidad medioambiental o impacto social. Aunque algunos son verificados por firmas de contabilidad, estos informes normalmente carecen de estándares claros como los utilizados en los informes financieros.
Los informes medioambientales muestran una diferencia significativa entre las empresas sobre qué costes deben ser incluidos, añadía Orts. Algunos informes son anecdóticos, a veces escritos por departamentos de marketing para crear cierta imagen. “Otros parecen más serios y proporcionan datos probados sobre el uso de energía o los gases de efecto invernadero, tal vez como parte de sus esfuerzos para sentar ciertas bases o para apostar por determinada regulación futura”. Las empresas que se toman en serio el tema energético deben cuantificar los resultados porque “sólo se puede gestiona lo que se cuantifica”.
Un control de los gases de efecto invernadero “orientado al consumo” o “de abajo-arriba” es una alternativa a las medidas convencionales orientadas a la producción, como las contempladas en los estándares del Protocolo de Kyoto (un tratado firmado por unos 170 países para bien reducir o informar de las emisiones de gases de efecto invernadero bajo United Nations Framework Convention on Climate Change. Estados Unidos no ratificó dicho tratado).
Los estándares de Kyoto “colocan una burbuja sobre la totalidad del país”, cuantifican la emisión de gases de efecto invernadero y luego trabajan en cómo reducir dichos niveles, explicaba Orts. Sin embargo, aquellos a favor de un sistema orientado al consumo sostienen que este método fracasa en la cuantificación. “¿Qué hay de lo que compras? Si vas en bici hasta la tienda y compras un par de pantalones vaqueros, aparentemente no se ha producido emisión alguna”. Sin embargo esos pantalones conllevan cierto nivel de gases.
Durante la conferencia se discutió una solución orientada al consumidor en la que todos los bienes incluirían una etiqueta señalando la cantidad de CO2 emitido durante el ciclo de vida del producto. Con este enfoque “no es necesario centrarse en determinado país y sus emisiones, que ha sido el gran obstáculo político”, señalaba Orts. Con esta solución las fronteras desaparecen.
Aunque durante gran parte de la conferencia se trató el tema de las emisiones de gases de efecto invernadero, añadía Orts, “existen más problemas medioambientales que el cambio climático. La escasez de recursos, la pérdida de biodiversidad o la contaminación de las aguas y el aire -en especial en países en desarrollo-, son problemas importantes que seguirán presentando serios retos para las empresas, los profesores universitarios y los responsables de la elaboración de políticas”.
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