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Diario de un confinado por el bicho. 5.- La cola de la panadería es la realidad
La cola de la panadería se ha convertido en mi único contacto sociológico fiable con lo que pasa, porque los telediarios cuentan cada uno su realidad y así no hay quien se aclare. Bien porque no hay una sola realidad, porque somos muy diversos y vemos las cosas de distinta manera o bien porque alguien organiza y diseña la realidad desde su perfil de venta, el caso es que no te puedes fiar de los telediarios. La cola del pan es otra cosa. Será lo que sea, pero es más pura, es tal cual sale de los interiores, por eso es para mí una enseñanza sociológica. Estoy deseando cada mañana estar en ella.
La cola del pan, se prolonga más de 50 metros por la acera a la hora que yo voy, porque solo se puede entrar de uno en uno ya que, según hemos sabido, la hija del panadero es muy profiláctica y tiene a su padre derecho como una vela en materia de responsabilidad social. La cola del pan es mi contacto con el mundo de la vida cotidiana y con la realidad, al margen de lo que dicen los informativos (veo solo uno al día, cada día de una cadena), de las noticias del wasap (!) y de las llamadas de los amigos que me dicen lo que dicen que dicen que han dicho, además de la crónica necrológica, en la que ya se van sumando muchos casos entre conocidos y famosos, cosa que te hace pensar, cuando te habías relajado, que esto va en serio, lo iba ya cuando simplemente todavía no lo podíamos creer.
A metro y medio de distancia entre cada uno de los integrantes de la cola, lo primero es la fotografía histórica de la situación: una señora completamente embozada en todos los orificios visibles (las orejas también, con unas orejeras) y en los ojos, unas pedazo de gafas de esas con las que la gente parece una mosca, de lo grandes que son. Un chico joven sin protección de ninguna clase y en manga corta, a pesar de estar lloviznado; se supone que es una reafirmación de la fuerza de la juventud o para llevarle la contraria a su madre que le ha dicho que se abrigue, no vaya a coger algo. Una chica con sus guantes preceptivos y con una mascarilla, a la que ha decorado de su cosecha con unos dibujos de arco iris y la palabra ¡Animo!, como para decirnos que tiene inquietudes y lo tenemos que saber. Una señora se ha fabricado una mascarilla con una tela de lunares de la que asoma interiormente un clínex del que ha explicado que es muy cómodo, porque es de usar y tirar. Un jubilado, se ve que no tenía guantes homologados porque no le llegaba la pensión para ellos, porque es un poco rácano o por lo que sea y se había venido con unos que, si te fijabas bien, eran los de fregar. (Me puedo equivocar, pero esto me parece que tiene que ser cosa de su señora). Incluso ha llegado un tipo muy bien plantado con un casco de metacrilato de los que solo cubren la cara, y que son los que se ponen para usar las motosierras. Le hemos mirado sin saber si es un cantamañanas, si tiene información particular de lo que va a ser la próxima imposición del Ministerio de Sanidad o sencillamente, si es un puto pionero. El resto de los integrantes de la cola, éramos más o menos normales, o eso parecíamos….
Todo parece poco en esta vorágine de miedo, noticias, coñas y profilaxis, que la verdad es que, según pasan los días y van cayendo las noticias, parecen pocas.
Esa era la fotografía, luego está el contenido, las conversaciones que surgen en el tedio de la cola, que parece que corre poco, porque según se dice, siendo como es el panadero, conminado a ser así por su hija profiláctica extrema y teniendo el sitio carácter también de repostería, la gente se está haciendo fuerte en sus casas con la cosa del dulce. La ansiedad que es muy mala. Ya veremos si la próxima epidemia cuando esto acabe no es de triglicéridos, transaminasas y esas cosas que se pueden poner altas.
Una chica tirando ya a señora, se queja a otra que pasaba y que la ha reconocido, de que como esto se prolongue mucho más, a ella se le va a poner el pelo fatal de canas, con una zona canosa y otra pintada, ya que no se puede teñir y no se atreve a que la vaya a teñir su cuñada. (Ya se sabe que entre cuñadas no hay que fiarse al cien por cien). «No te preocupes, si va a tener que ser tendencia, estamos todas igual», le responde la otra. Tiene pinta de presumida, así que me temo que el asunto va ser un problema. Un señor cuenta que se le ha muerto un hermano y tiene un cuñado así-así. Se ve que el hombre, al no haber podido hacer las exequias como Dios manda, que es donde se cuentan y se comentan estas cosas, se ha puesto en la cola a desahogarse a su manera. Al ser un tema muy socorrido, un señor que estaba dos puestos por delante y que ya le tocaba, ha dejado pasar al que tenía detrás para contar que dos antiguos vecinos suyos, en una residencia, se han cogido el virus, él se ha muerto y ella dice que se quiere morir, pero el caso es que se ha curado. Un señor con pinta de leído le explica al de delante y al de detrás lo que es un virus y cómo funciona, a lo que uno le responde: «Ah, mira, fíjate, qué cosas, eh». Una señora mayor se queja con acritud de que no haya Semana Santa y culpa al gobierno de izquierdas de ello, porque dice que si siguieran los de antes, e incluso otros (el otros lo dice en tono de ir entre comillas), otro gallo cantaría. El joven que se ha presentado en manga corta y que lleva, además, dos pendientes le dice: «¿Se refiere usted a los del YAK-42, señora?» Ella pone cara de extrañeza. «¿Qué es eso del YAK-62?» (le ha añadido dos decenas), pregunta la señora. «¿No lo sabe?, pues entérese, señora». La señora no entiende qué le pasa al chaval y gira la cabeza para otro lado con desdén, seguramente pensando que esta juventud ya no sabe ni lo que dice. Un señor se queja de su aburrimiento en casa, sin fútbol y sin nada y dice que encima no van a poder cultivar él y su cuñado una huerta que tienen a medias en el pueblo, este año que había agua y con lo importantes que son las huertas para los jubilados…
A todo esto, pasa un coche con la ventanilla bajada y un tipo dentro, embozado con mascarilla, que nos mira mientras sale del interior un pum-pum-pum pumpumpum atronador. Inmediatamente detrás, como si fueran amigos y sin embargo competidores difundiendo sus músicas favoritas, le sigue otro, también con mascarilla, con un reguetón de esos insufribles. El primero, al vernos mirarle, da un acelerón y sale que se mata, a lo que acto seguido el otro hace lo mismo. La señora que no sabe lo que fue el YAK-42, va y se salta el recogimiento propio del día de Sábado Santo y le grita bajándose la mascarilla: «¡Así te estrelles! Estamos pa músicas, gilipollas». Nos miramos entre todos y parecemos decirnos recíprocamente: Es lo que hay. (Por cierto, los pasteles buenísimos. Creí que no iba a caer, pero es que, también, una Semana Santa en casa tiene que tener algún incentivo, ¿no?).
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