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Diario de un confinado por el bicho. 4.- Vorágine de acontecimientos, wasapps y se muere Aute
Ya lo he escrito antes de ahora, porque siempre tengo motivos para tenerlo presente: observar el comportamiento humano es la cosa más apasionante que hay. Desde lo simple a lo complejo, da igual. Si no lo hacemos más es porque vamos a toda mecha por la vida con esta ansiedad que nos caracteriza y que no sabemos muy bien ni a qué metas nos empuja. Si ya en lo ya en lo cotidiano sin grandes sobresaltos, somos una enciclopedia, cuando hay tiempos extremos como este de ahora, nos convertimos en un compendio interminable. Verán:
Esta mañana a la vuelta de la pescadería oigo un pum-pum-pum a lo lejos que se va haciendo más cercano a medida que avanzo por una calle principal espaciosa. Al fin veo que es un tipo instalado en el balcón de un primero que ha sacado dos bafles al balcón y ha puesto a Rosalía con ánimo de que lo oiga todo el vecindario por lo menos en un radio de 300 m. Me mira con cara de estarme diciendo: «Lo hago por ayudar. ¿A que es una idea genial, tío?». Yo no le digo nada, pero miro a los balcones inmediatos y descubro a una señora detrás de un cristal que parece decirme con la mirada: «¡Bendito sea Dios!». Este tipo pensará, primero, que a todo el mundo le gusta Rosalía tanto como a él y segundo, que con el escándalo que está montado, ya que no es ni médico, ni enfermero, ni policía, ni militar contribuye también a lo de la epidemia. Solo quiere su humilde aportación.
Ayer me llegó un video de un tío, desnudo de medio cuerpo, que en mitad de la calle blandía dos espadas diciendo que era Dios y desafiaba a la policía. No sé si esto es consecuencia de la epidemia o es que una situación de base lo ha agudizado, pero lo veías pensando que no estamos ahora para este tipo de chiflados. Costó una barbaridad reducirle. Naturalmente este tenía, más que un tornillo flojo, por lo menos echada a perder toda la junta de la culata. El caso es que formaba parte también del paisaje humano como el de la música.
Antes de esto me han llegado ingentes cantidades de videos de gente que, a falta de la sentida Semana Santa, hace procesiones con maquetas a base de poleas de llevan el supuesto paso de bloque a bloque de pisos a diez o doce metros de altura. O un tipo que en Béjar cantaba por el balcón con todo el sentimiento a las 8 de la tarde una de Manolo Escobar al vecindario, el cual asistía atónito al espectáculo. Y los de los que han decidido ver si se hacen virales haciendo una gracia particular, ahora que se puede hacer de todo delante del móvil con posibilidad de expandirse como si fuera una epidemia…
Esto es solo una mínima parte de las reacciones que están pasado con todo lo que rodea a la epidemia y que nos ha activado a todos de una manera o de otra, a cada uno según su particular forma de ser, circunstancia que es la que convierte en un espectáculo la cosa de condición humana. Si pudiéramos tener acceso a todo lo que está pasando, pequeño, mediano y grande esto iba a ser lo máximo. Solo con echar un vistazo a lo general de las últimas tres semanas, ya tenemos una muestra muy significativa. Empezamos por ver en el telediario que la cosa era de los chinos, que son muy pintorescos y hacen y les pasan cosas solo de ellos. Luego se infectó Italia y lo mirábamos de reojo, pensando que es que, también, lo que no les pase a los italianos no le pasa a nadie. Luego, enseguida lo vimos venir como una ola gigante que nos cogía de lleno. Vimos venir incrédulos el todos a casa, aunque tuvimos justo el tiempo para disfrutar de un fin de semana de fútbol con los estadios a tope, de la concentración multitudinaria de un partido que infectó a sus líderes de tanto besuqueo y de la manifestación del orgullo feminista, que no se podía prohibir porque estas cosas molan y lo que mola, mola y es el momento de que mole, así que no se puede y no se puede. ¡Punto!
No lo podíamos creer, pero la ola estaba ahí, nos estaba ya mojando los pies. ¿Qué hicimos? Lo primero aprovisionarnos de papel higiénico (!). Por si acaso, nadie querer volver a la piedra y al papel de periódico, predecesores del mítico Elefante. Con los carros llenos de papel higiénico nos dispusimos a encerrarnos en casa, todavía incrédulos de que fuera verdad. Casi nos hacía gracia el asunto. Y allí, en casa encerrados, en medio de una situación general descolocante, había que reinventarse para un tiempo. Sin saber bien lo qué hacer, nos situamos en un buen sitio del sofá a recibir y reenviar como locos los wasaps que llegaban en una cantidad desmedida. Te levantabas y había treinta o cuarenta, algunos mostrando un ingenio notable, otros no tanto según tuviera de amueblado el cerebro el personal que lo hacía. ¿Podías pasarte sin ello? ¡No!, en ese momento, no. Fue una fase histérica de esta historia con mucho jijijí, jajaja. Se veía venir que podíamos terminar hartos. Tocaba empezar a ser selectivos después de la sobredosis. La cosa se fue calmando.
Coincidió ese inicio del cansancio con la primera enorme congoja de las cifras, de los primeros muertos conocidos e incluso cercanos y caímos en una angustia de la que a duras penas nos sacaban los wasaps que seguían llegando, pero ahora en menor medida. Quizá hasta ese momento no lo habíamos tomado lo suficientemente en serio. Vino la ola de las mascarillas y los guantes, la histeria por no infectarse, el mirar a todo el mundo como sospechoso de contagiarnos, incluso en casa con los que tosían dos veces seguidas o habían tenido que ir al supermercado. Los hipocondriacos se volvieron locos, estaban infectados sí o sí. Al móvil llegaban ahora mensajes de lo que había que hacer para protegernos, dicho por tipos que no conocíamos y que a veces mandaban mensajes que luego otros contradecían, creándonos una confusión aún mayor. Fue el momento de tomarlo en serio, pero a la vez de no saber qué creer, ni tampoco qué hacer, solo estar en casa y cruzar los dedos. Bulos y contra bulos nos hicieron ir descansando del móvil y ensayando otras alternativas más seguras, como la lectura, la música, ordenar armarios y cuartos trateros, trabajo en jardines, ordenación de archivos. Había que descargar la ansiedad de alguna manera.
Ahora estamos entrando en la fase política. Llegan los mensajes y contra mensajes de unos y otros echándose la culpa de todo, de esto y de aquello e incluso de los de más allá que no sabemos si tendrá algo que ver. Demagogias, mentiras, verdades verdaderas, verdades a medias, bulos con mala baba aprovechando el anonimato de las redes sociales… Siempre hay gente con ganas de liarla porque hay oídos para recibir un mensaje, el que sea; siempre hay una causa que nos cuadra para ponernos a su lado e ir contra las demás. Estamos siempre preparados a priori para escuchar lo que nos interesa y para desechar lo que no, para creernos lo que nos queremos creer, poniendo en duda lo demás. Así es el juego. Después de la fase política o entre ella, no sabemos lo que tocará, estamos expectantes, porque esto va a seguir mucho tiempo y va a traer mucha cola.
Y en medio de todo, va y se muere Aute. Cada vez que se nos muere alguien, nos morimos un poco nosotros, de tal manera que cuando nos llega la hora, ya se nos ha muerto tanta gente, que no nos importa tanto que sea nuestro turno porque estamos un poco solos. De Aute nos queda la música (él lo cantó) y eso implica menos ausencia. Él ha puesto el marco a muchas vivencias nuestras, a reflexiones y melancolías, ha conseguido cantar lo que no sabríamos cantar nosotros, pero nos era una necesidad que alguien cantara, para nos quedara para como un himno personal a lo que sentimos. Como decían los romanos a sus muertos: Que la tierra te sea leve.
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En la era del esperpento y del delirio incontrolado hay textos que rezuman simpatía y buena cepa, como éste. Es un consuelo esta duchita templada , sin rencores ni exageraciones, pero acariciando ligeramente la llaga de la tontería humana, casi con compasión. Es verdad que nos están quedando muchos huecos, pero el de Aute es uno que no se puede rellenar.Menos mal que no nos deja sin voz porque a tenemos todos en el oído , la cabeza y el corazón. Gracias Fabián por tus líneas de bálsamo entre un río de agoüeros siniestros de hipocondríacos oscuros y de gente que, como decía Don Antonio son gente maldita que pasa y va infectando la tierra.
Me sumo al anterior comentarista. Este texto tuyo, Fabián, y los demás de esta serie, desinfectan el alma un poco de la gripe mental que hay también y donde no se muere,pero se mata a veces. Prosa que entra sola, como una cerveza en verano en una buena terraza. Un aplauso de los de las 8 también para ti por este detalle,en otro registro al de tu magnifico Dia de nieve.
Bienvenidas estas reflexiones que aportan sensatez y cordura, para los que como yo, no estábamos preparados para este confinamiento. Gracias Sr. Fabián.
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