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Diario de un confinado por el bicho. 2.-Inquietante soledad y silencio, con los pájaros a lo suyo
Salgo en mi turno familiar a comprar enfundado en guantes homologados (al menos por ahora), en una mascarilla que me han dicho los enterados urbanos que por lo visto no es de las buenas (otros me han dicho que sí, en este caos de opiniones por las redes del dicen que han dicho) y debajo, porque me da vergüenza ir con la mascarilla a pelo, con una prenda de esas que se llama “una braga” y que me da tanta cosa pronunciar, porque tengo muy grabado en la cabeza que esa palabra es para otra prenda, que no tiene nada que ver, o si, pero yo no lo pillo. Salgo y me encuentro las calles vacías, inquietantemente vacías. A lo sumo veo a alguien de lejos que va tan solitario y tan ligero como yo. Parece que los dos huimos de algo. Es un día gris más de invierno que de otra cosa y esta soledad resulta profundamente misteriosa. Si de camino a casa miro para los edificios, siempre descubro miradas serias en el interior de los pisos a través de las ventanas y los balcones y ojos que me miran expresivos a través de los visillos. Me parece por un momento que estoy en una ficción en la que he salido a la calle y los que me miran desde sus casas esperan de mi un desenlace fatal en cualquier momento, que es por lo que ellos se quedan en casa y yo me estoy arriesgando. No sé, un disparo de un francotirador, una ola de radiación en un desastre nuclear, una ráfaga de ametralladora por los ocupadores de la ciudad que nos tienen a todos encerrados con la incertidumbre de no saber qué va a ser de nosotros… no sé, parece algo malo.
Esto solo lo habíamos visto en el cine, pero ahora lo tenemos delante y parece mentira, pero es cierto. Vivas donde vivas, a las ciudades se le han quedado las calles solitarias, con un silencio perturbador por todas partes que asusta y provoca aún más sensación de inquietud, de tal forma que cuando regresas a casa, aunque vayas al encierro, es como un alivio, te sientes a salvo. (En Béjar, la verdad es que esto, del casco antiguo para el oeste no es una novedad, porque en invierno, cualquier día de la semana es igual o muy parecido a lo de ahora. Caminas por las calles y parece que se han ido todos, como si fuera una premonición de un futuro que se viera llegar. ¡Ay!).
De vuelta a casa, atravieso un parque completamente solitario, no hay ni gente con perros. Los árboles van tímidamente a lo suyo, todavía la mayoría no se fían del mes de marzo, del que recuerdan algunas traiciones en otros años. Los pájaros, sin embargo, ya han dado el paso adelante y están desatados cantando, me parece que para buscar pareja o quizá es que les pasa como a nosotros: que la luz y el calorcito de la primavera les motiva y se vienen arriba. Yo no sé todo lo que hay en las cabecitas de estos animales y qué es lo que los lleva a hacer cada cosa que hacen, pero me da por pensar que mira que si una parte de su alborozo es pensando en nosotros, para agradarnos porque saben que nos gusta, como también nosotros muchas veces tenemos ciertos detalles con ellos (ponerles pan, por ejemplo, hacer leyes para protegerlos…), todo como colegas que somos del mundo, pero sin que sepan que lo hacemos a propósito para hacerles la vida mejor. Si lo hacen también pensando en nosotros, se estarán preguntando qué pasa para que ellos estén desgañitándose a cantar y nosotros no aparezcamos para nada por el parque, ni por el campo, ni las calles. No saben que por ahora estamos con lo que estamos y no podemos disfrutar de la primavera y de ellos en ella, incluso no sabemos si este año ese tiempo tan hermoso lo veremos pasar de largo desde casa. Qué desperdicio si llegáramos a eso. No me puedo imaginar un mes de mayo todavía encerrado y el campo ahí a lo suyo que le toca y el paisaje esperando en vano y yo en casa lavándome las manos a todas horas, haciendo gimnasia casera con escenas un tanto ridículas, soñando con ir a tomar unas cervezas o nostálgico, reflexionando sobre el valor de la libertad más esencial, esa de ser absolutamente libre para hacer lo-que-me-die-ra-la-real-ga-na dentro de lo cotidiano, ya fuera ir a sentarme en una terraza, organizar un día de campo, dar un paseo, visitar a un amigo o a un familiar, cambiar de ciudad por un día y comer por allí en un buen sitio, ir a lavar el coche (!) o mismamente al supermercado (que ya me dirán lo divertido que puede ser) a hacer los recados, todo eso con la tranquilidad habitual, sin que sea con esta prisa y procurando que no se te acerque nadie. No me lo quiero imaginar. Esto tendría que haber pasado en invierno y haberse terminado justo para el principio de la primavera, para que lo hubiéramos cogido con entusiasmo explosivo y hubiéramos valorado mejor lo que tenemos al alcance de la mano y que con tanta oferta no tenemos lo suficientemente en cuenta. Bueno, a ver, no sé si hubiera sido lo mejor eso, porque siendo como somos, lo mismo salíamos al campo tan de estampida que lo dejábamos arrasado. Con nosotros nunca se sabe, ni en lo bueno ni en lo malo.
Un amigo de esos que siempre son optimistas pase lo que pase, me manda un mensaje por el móvil donde dice que esto terminará en seguida, pero seguro-seguro, ¡vamos! (No me dice que tenga información, pero que lo sabe seguro). Yo, que ya le conozco de otras en las que unas veces acertó y otras no (como los refranes), le respondo con un mensaje cifrado usando el título de la canción de los Monty Python en La vida de Brian: “Alwais look on the bright side of life sing along” (Mira siempre el lado positivo de la vida). Creo que resulta mejor que ser optimista a ciegas y a lo loco, y más en una de estas como la que estamos pasando. ¡Salud! (nunca mejor dicho).
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Será todo un espectáculo presenciar (si la salud lo permite) el día que finalice el toque de queda. Todas las celebraciones que conocemos se quedarán pequeñas, espero. Yo, en cuanto suene el silbato, cagando leches a mi querida Béjar a revolcarme en sus vistas, sus aires, sus montes, su sierra y mis recuerdos. Un bejarano ausente.
La gran ventaja es que como uno no puede salir puede recrear una primavera florida con la imaginación y hallar ejemplares de flores inéditos, nacidos del ensueño y la fantasía. Gracias Fabián por añadir un poquito de gracia a la tristeza cotidiana,
No va a ser tan fácil eso que propones,vamos a tardar en ser como antes y en socializar,no se va acabar el toque de queda y vamos a salir como si hubiéramos vencido, tendremos que seguir tomando las mismas precauciones durante bastante tiempo.Cuando puedas viajar y si quieres a tu Bejar tendrás que quedarte otros quinces días secuestrado en tu casa. Estamos asistiendo a algo que cambiara la historia y espero que aprendamos algo de todo esto. Dentro de la catástrofe solo veo una cosa positiva,los niños están a salvo. Y no, las celebraciones ya no serán como antes,almenos en un año , pero luego a desquitarse..
Por favor paisano, yo no quisiera ser como antes; quisiera sacar algo positivo de esta experiencia, sobre todo en lo que se refiere a la solidaridad, y quisiera que todos hiciéramos lo mismo. Cuando las autoridades me permitan viajar, yo sé perfectamente lo que tendré que hacer. Y tienes razón, luego a desquitarse........ o sea, para muchos, a ser como antes. Salud. Un bejarano ausente.
Muy bueno amigo Fabian tu diario del año de la peste. Pues si, los pájaros y el resto de la fauna estarán alucinando ¿qué les pasa a los homínidos?¿se estarán extinguiendo?¿dejarán al planeta en paz? Por verle algo positivo a esto, ¿saldremos renovados y convencidos de la necesidad de tener una relación más amistosa con el resto de la naturaleza? No se por qué me da que .....Jm
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