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Para después del mar
Me miró con reticencias Neptuno desde su pedestal en “Puerto Marina”. Hizo bien, porque todo el poder que despliega con sus barquitos caros, no alcanza el tesoro que yo poseo, barato e impagable mi joyel, hecho de lealtad y tiempo atesorado junto al recuerdo de Juan con Isabel y Carmen, no tiene precio. El reino de Neptuno es un vasito de agua del grifo clorada salpicando la tarde. No más que eso.
Sin embargo, admito que he necesitado perderme en la luz de Málaga para recobrar una mirada recompuesta, cauterizar mis heridos pies hundiéndome en un mar salado con destellos de plata. En un vaivén mágico, que me reconcilia con mi edad y mi tiempo, he necesitado de todas mis soledades para disfrutar de unos días plácidos en charlas amables con Carmen, en paseos por fondos marinos de hace millones de años, sentirme un pequeño fragmento, caracol marino extraviado y extemporáneo aferrada al bastón que gentilmente me tiende Isabel, expiar cabras en los abismos limados por el agua.
Las tardes templadas amenazan lluvias.
Esa presencia de Juan está por todas partes, entro en su biblioteca… y de su libro sobre la Inquisición, editado en el 2006, poco antes de que se marchara para siempre, salta al azar, como si llevara tiempo esperándome, una sentencia de Cervantes: “el andar tierras y comunicar con diversas gentes, hace a los hombres discretos”.
Es posible.
Días de arena y espuma… discreta la piel sobre la playa y la palabra.
Desde que me acompañan mis tres Pablos, descubro a David, ligeramente celoso, como si deliberadamente se distanciara de mí por los museos con la única intención de que le eche de menos, pero yo, que ya me fui de la ciudad estrecha con el “Cant dels Ocells”, no escucho más que a Pau…
Y en el ir y venir de las olas, tras el intento de arrastrarme con él, el mar me llena de guijarros que brillan y se hunden tan deslumbrantes y redondos como las palabras del otro Pablo:
“INCLINADO en las tardes tiro mis tristes redes
a tus ojos oceánicos.
Allí se estira y arde en la más alta hoguera
mi soledad que da vueltas los brazos como un náufrago.
Hago rojas señales sobre tus ojos ausentes
que olean como el mar a la orilla de un faro.
Solo guardas tinieblas, hembra distante y mía,
de tu mirada emerge a veces la costa del espanto.
Inclinado en las tardes echo mis tristes redes
a ese mar que sacude tus ojos oceánicos.
Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas
que centellean como mi alma cuando te amo.
Galopa la noche en su yegua sombría
desparramando espigas azules sobre el campo.”
Son, tal vez, los ojos del pequeño Picasso los que terminan de abismarme en el palacio de Buenavista. Esos ojos del hijo, retratados como talismanes, pintados al detalle por el artista que más descoloca los ojos, ángulos imposibles que parecen verlo todo… Esa geometría cuidada hasta en maceteros de geranios, conformando el patio manchado de rojos y verdes, huele a “Málaga Virgen”, embriaga mi garganta y me sacia de Pablos…
Para después del mar, vengo llena, ligeramente bronceada de caricias platas, pueblos blancos y casitas colgadas de montecillos hermanos… “jigos chumbooos”, vuelvo a David, a la ciudad estrecha y me encuentro de bruces, sin apenas esperarlo, con Marcos Ana, mi tierra es su tierra…
Tomo lápiz y papel, árbol que fue un día… lo acaricio despacio, como se guarda un pajarillo en el hueco de las manos, trazo sobre el canto de los pájaros, el tinte amarillento de las candelas y, tranquila, me extasío en el ruido tibio de las olas azules que sólo están dentro de mis oídos.
Gel Borrajo
(Septiembre 23 de 2009)
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Sigues tejiendo sueños corazón. Sigue pues. Que tus ensueños sean nuestras realidades y tus caricias nuestro consuelo.
Besos y un abrazo cálido y reconfortante...aunque no lo necesites.
Marina
Esta chica chiquita teje con hebras del cristal más puro un tapiz de amor y silencio.
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