CastañarPlaza de torosNueva York tiene el Parque Central, Madrid la Casa de Campo y Béjar, salvando las distancias, tiene El Castañar, que no figura en los itinerarios de los sitios de recreo famosos pero sí en el de los más saludables para el cuerpo y el espíritu. Los bejaranos saben de lo que estamos hablando, pues las “subidas” al Castañar son parte de la vida de la ciudad y ese espacio de aire puro de la montaña es el gran patio común de los hogares de todos ellos.

Por encima de los mil metros en las faldas de la Sierra de Béjar, es más que un extenso bosque de castaños dentro de una Reserva de la Biosfera; más que el sitio de las meriendas y comidas campestres de las familias juntas en verano; más que el emplazamiento del santuario de la Virgen del mismo nombre, de la plaza de toros más antigua de España o de sus fuentes diversas. Es un sitio respetado y amado por los lugareños, porque en él toman cuerpo sus recuerdos.

Santuario entre árboles“¡De Béjar, al Castañar/ y del Castañar, al Cielo!” fueron los dos versos finales del poema con que José María Gabriel y Galán describiera en su tiempo la magia de ese sitio y las emociones que le evocaron. Y los versos devinieron la frase adoptada por los bejaranos para intentar explicar cuánto hay de esa montaña boscosa dentro de sus corazones.

Los forasteros que llegan, sin saber a dónde, son seducidos de inmediato por el entorno silvestre, conquistados por el paisaje y hechizados por la forma en que se ve la vida desde una montaña que parece hecha para cobijarnos. Pero será la gente, en medio de la liturgia de amor que significa cada subida, lo que les desvelará en qué consiste ese algo especial que no alcanzan a identificar: El Castañar es una burbuja de paz donde la vida adquiere la dimensión de lo verdaderamente importante.