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¡Cuidado con los felinos!
Enviado por Marina Hernánde... el Lun, 16/06/2008 - 10:37.
Yo tenía un gato, negro, esponjoso, con reflejos azulados y los ojos verdes, muy, muy verdes. Ya sé que me diréis que los gatos no tienen los ojos verdes, el mío sí, sin ninguna duda. Le miraba desde la ventana de la antigua cocina convertida en improvisada habitación; la casa estaba llena de gente, Marga y yo habíamos tenido suerte, en lugar de dormir en una colchoneta en el salón, nos habían puesto dos camas turcas en la cocina, lugar privilegiado desde donde divisábamos el corral con sus numerosas sombras y recovecos, gatos y gatitos deambulantes, que nos susurraban historias.
A la cabeza de todos, mi gato; se llamaba Dioni, nombre que le dejó en herencia un vecino de la casa de al lado, de piernas largas, andar tambaleante y buen beber. Mi vecino y mi gato se parecían tanto que yo tenía para ambos la misma sonrisa. Ellos intentaban protegerme y protegernos, en esa loca carrera de la niñez donde no existe el peligro y los ángeles guardianes se ganan el sueldo cristiano con acierto.
Mi prima y yo, amparadas en la misma noche que hacía brillar los ojos de Dioni, hablando en sonoros susurros para no despertar al resto de la casa, salíamos a la despensa, a robar patatas fritas, con grandes silencios envueltos en risas contenidas. Ahora sé que mi padre dejaba las bolsas a mano, para que las encontráramos sin muchas dificultades.
Mi hermoso gato de ojos verdes me miraba mientras yo le invitaba a mis patatas, susurrándome advertencias y cuidados: ¡No te fíes de los felinos, sus historias son tranquilas, serenas, ronroneantes, cuentan suspiros certeros, latidos atrayentes y melancólicos, intentarán atraer tu espíritu, tu fuerza, tu tiempo. ¡No te fíes! La pena fue, que mi ventana estaba alta, no se escuchaba bien.
Dioni desapareció un día pero yo le escuché maullar durante tres noches. Mis padres y los vecinos dieron vueltas a las casas y a los corrales, pero no apareció…hasta que una pelota perdida se coló debajo de una puerta cerrada a cal y canto y allí estaba Dioni, envenenado por la codicia de un comerciante cercano. Su trágico final hizo que me hiciera cauta, aunque no con los gatos, desoyendo los consejos de mi hermoso peluche.
En mi andadura vital, encontré y aún sigo encontrando gatos; de toda corte y condición. Ladinos, audaces, tiernos, señoriales, suaves, melancólicos y hasta arrogantes. Todos con una característica común. El ronroneo, el arqueo de lomo, el dejarse acariciar… y el zarpazo final. Por eso Dioni, ¡mi pobre Dioni! dedicaba sus historias nocturnas a avisarme. A pesar de todo, yo, estúpida de mí, adorando a los gatos, su pelaje, sus ojos (nunca verdes, excepto los de Dioni) su elegante y hermosa figura, sus andares insinuantes y ligeros; me confié.
Hay que saber esconderse antes de que las musarañas se adueñen de las almas, hagan sus nido en los rincones de nuestros pensamientos y los gatos recojan los ovillos de lana y los líen con sus uñas. Debemos tener cuidado con los felinos, juegan, revuelven y arañan; la sangre surge, tiñe y brota del fondo del olvido sin que puedas hacer nada. Es mejor acariciar su lomo, suavemente, como en aleteo, casi sin rozar. Sintiendo, se asustan, revuelven y vuelven a arañar.
Permitidme, lectores fieles, que esta historia se la dedique especialmente a mis queridas amigas, que aceptan a los gatos con demasiada inocencia.
Marina Hernández Martín “…En El Umbral De La Noche”
A la cabeza de todos, mi gato; se llamaba Dioni, nombre que le dejó en herencia un vecino de la casa de al lado, de piernas largas, andar tambaleante y buen beber. Mi vecino y mi gato se parecían tanto que yo tenía para ambos la misma sonrisa. Ellos intentaban protegerme y protegernos, en esa loca carrera de la niñez donde no existe el peligro y los ángeles guardianes se ganan el sueldo cristiano con acierto.
Mi hermoso gato de ojos verdes me miraba mientras yo le invitaba a mis patatas, susurrándome advertencias y cuidados: ¡No te fíes de los felinos, sus historias son tranquilas, serenas, ronroneantes, cuentan suspiros certeros, latidos atrayentes y melancólicos, intentarán atraer tu espíritu, tu fuerza, tu tiempo. ¡No te fíes! La pena fue, que mi ventana estaba alta, no se escuchaba bien.
Dioni desapareció un día pero yo le escuché maullar durante tres noches. Mis padres y los vecinos dieron vueltas a las casas y a los corrales, pero no apareció…hasta que una pelota perdida se coló debajo de una puerta cerrada a cal y canto y allí estaba Dioni, envenenado por la codicia de un comerciante cercano. Su trágico final hizo que me hiciera cauta, aunque no con los gatos, desoyendo los consejos de mi hermoso peluche.
En mi andadura vital, encontré y aún sigo encontrando gatos; de toda corte y condición. Ladinos, audaces, tiernos, señoriales, suaves, melancólicos y hasta arrogantes. Todos con una característica común. El ronroneo, el arqueo de lomo, el dejarse acariciar… y el zarpazo final. Por eso Dioni, ¡mi pobre Dioni! dedicaba sus historias nocturnas a avisarme. A pesar de todo, yo, estúpida de mí, adorando a los gatos, su pelaje, sus ojos (nunca verdes, excepto los de Dioni) su elegante y hermosa figura, sus andares insinuantes y ligeros; me confié.
Hay que saber esconderse antes de que las musarañas se adueñen de las almas, hagan sus nido en los rincones de nuestros pensamientos y los gatos recojan los ovillos de lana y los líen con sus uñas. Debemos tener cuidado con los felinos, juegan, revuelven y arañan; la sangre surge, tiñe y brota del fondo del olvido sin que puedas hacer nada. Es mejor acariciar su lomo, suavemente, como en aleteo, casi sin rozar. Sintiendo, se asustan, revuelven y vuelven a arañar.
Permitidme, lectores fieles, que esta historia se la dedique especialmente a mis queridas amigas, que aceptan a los gatos con demasiada inocencia.
Marina Hernández Martín “…En El Umbral De La Noche”
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Querida Marina, pásate a los perros, son más brutos, pero se les ve venir. La inocencia y los gatos están reñidas. Cuida a tus amigas, tienen suerte de contar contigo, como la tuvimos otras en su momento.
La vida irá enseñando a tus amigas las maldades de los gatos, que de manera tan sibilina te engañan con su ronroneo;pero está bién que tú estés ahí al lado para librarlas de algún zarpazo... tú me entiendes...., una rosa roja
Acertadamente Marina nos advierte que hay mucho zarpazo suelto por el mundo y que te los puedes encontrar si te descuidas. También, como siempre, lo hilvana en una historia de gatos y relato que lees sin sentir.
¡Qué pena que no escribas más! te lo he dicho en persona y te lo repito. A ver si ahora con las vacaciones te dejas ver más
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