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Crónicas de la Villa en agosto: 5. Una misa por Ángel Gil
Si te dicen una misa del perdón es que te has muerto. En Béjar había una esquela para la misa del perdón de Ángel Gil, porque había muerto hacía más de un mes ya. Yo sé que a él precisamente no le iban a exigir en el más allá esa misa como requisito burocrático para alcanzar el lugar donde en vida deseaba ir, por tanto, su familia, sabedora de esto, supongo que se la dijeron solo como despedida para Béjar. Me hubiera gustado estar en ella, teniendo en cuenta que, además de los perdones posibles, una misa del perdón, sobre todo ahora, es un acto social de homenaje a una persona fallecida. En otro tiempo, cuando la gente tenía tanto miedo a la condena eterna y al infierno, todo lo que se rezara por el alma del difunto era poco, así que el encargo en vida de estas misas debía calmar mucho las conciencias de la gente, que dejaban escritos largos testamentos con actos religiosos de todo tipo (según la economía y a veces a pesar de su precariedad) para sacar cuanto antes las almas del purgatorio. Ahora, como al parecer ya han cerrado el infierno y el purgatorio, las misas del perdón son un recuerdo del pasado (en extinción) y han quedado para algunos como una forma de homenaje. Ese es el verdadero sentido de la que le decían a Ángel Gil el viernes 10 de agosto a las 6’30 de la tarde.
Hubiera querido estar, pero no me enteré a tiempo. Sí, porque Ángel era un buen amigo y porque aquí era donde yo quería contribuir a su sencillo homenaje de despedida, aunque solo se tratara de una misa, ya que fue en Béjar donde nos conocimos (hace ya tanto tiempo), donde tratamos y donde coincidíamos últimamente en las sesiones del Centro de Estudios Bejaranos. Por eso hubiera querido estar allí, para salir luego del acto y comentar con otros, que seguro estuvieron, sobre la persona de Ángel, de quien me imagino que pocos o ninguno tendrán algo malo que decir.
Ángel fue el director de Béjar en Madrid durante 38 años, entre 1973 y 2011. Lo era en la distancia, ya que Pepe de Frutos, más cercano físicamente al periódico, se encargaba del día a día desde su estanco de la calle Libertad, en el que había que bajar dos escalones para llegar al mostrador. Allí Pepe, además de despachar tabaco y sellos, escribía sus crónicas a la Olivetti con dos dedos a toda velocidad. Ángel fue director de Béjar en Madrid, él único periódico que había después de un tiempo pretérito de tantos, precisamente en los años en que España pasó de ser una dictadura a una democracia, ese tiempo apasionante que ahora algunos niegan desde no sé qué demonios de planeta. Ángel cambió como tantos españoles, se adaptó, aunque nunca dejó de ser conservador, cosa que yo no voy a criticarle, porque cada uno puede ser como le pide el cuerpo y a los amigos, cuando además son buena gente, no se les mira ese tipo de matrículas. Luego, de últimas, terminó crispado, porque son tiempos y pasan cosas como mínimo para crisparse, incluso entre los no conservadores, circunstancia esta que tiene mucha miga y sobre la que convendría reflexionar y mucho. A sus 90 años Ángel todavía se entretenía con pasión en Facebook colgando videos de montañas y naturalezas exuberantes, imagino que viviendo ya solo de esa forma, fantaseando con lo que fue una de sus grandes pasiones: la montaña, la sierra de Béjar y la naturaleza en su conjunto. Nunca desaprovechaba la ocasión para comentar (con mucho cariño) lo que escribíamos la gente a la que había conocido, apoyado y cuidado cuando éramos tan solo unos críos apasionados con ganas de decir cosas en la prensa en un Béjar todavía vivo.
Si hubiera ido a la misa, seguro que me hubiera entretenido en algún momento del acto imaginándole al llegar al más allá, donde le esperaría Pepe de Frutos y la posterior conversación que entre los dos tendrían para darle novedades Ángel a Pepe sobre Béjar, sobre España y sobre lo revuelto que anda todo. No quiero ni imaginar todo lo que saldría de la boca de uno y de otro.
Siempre voy a recordar que la última vez que vi a mi amigo Ángel Gil terminamos la conversación coincidiendo en preguntarnos (sin respuesta) qué habríamos hecho mal en España para merecer tener políticos como Gabriel Rufián. Luego nos despedimos con un abrazo sin sospechar que era ya el último.
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Con que me escriban algo así cuando me muera me conformo. Qué bonito.
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