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Crónicas de la Villa en agosto: 2. El Mercadona, punto de encuentro
Aparte de todo lo demás, el verano en Béjar es un tiempo de encuentro. De encuentro y en cierto modo de fisgoneo. Vas al Mercadona, que se ha convertido en el principal punto de convocatoria humana y te tienen que llamar la atención más de una vez porque no estás a lo que tienes que estar (el número que haces en la cola de la pescadería, las ofertas de madalenas o de champú anticaspa, si los huevos vienen bien o viene alguno roto, si la bandeja de carne es de cerdo o de morucha… en fin). Y todo porque estás procesando la cara y el cuerpo de cada persona con la que te cruzas. No eres consciente en toda su medida, pero te has convertido en un procesador de alta tecnología, porque cada vez que te cruzas con alguien tu mente está haciendo un ejercicio bestial, comparando tu archivo de imágenes humanas almacenado de toda la vida (que ya va siendo muy extenso), con esa cara que de repente tienes delante conduciendo un carrito abarrotado de cosas como el tuyo. Se trata de saber si esa persona no la conoces absolutamente de nada o es una que conociste de vista o de algo más, hace mucho tiempo (un compañero de la infancia, del colegio, del instituto, un vecino, uno/a con quien bailabas mucho en las discotecas de entonces e incluso un/a novio/a olvidado o medio olvidado en los estratos del tiempo).
Vas conduciendo el carrito por los pasillos para arriba y para abajo, esquivando a los que vienen, adelantando a los que se han parado bruscamente, y con cada persona que te cruzas tiene lugar el mismo proceso de reconocimiento en segundos. Tienes la mente a mil. Está consumiendo una energía que luego vas a tener que reponer, como mínimo, con una paella, una buena raja de melón y un carajillo de sobremesa. En todo ese ejercicio, en el que no se da abasto, porque el Mercadona -insisto- tiene un enorme poder de convocatoria, reconoces a gente después de ni se sabe el tiempo que hace de no verla y de no haberte vuelto a acordar ellos. Unos son aquellos que viste entonces, hace mucho, cuando vivías aquí, pero que nunca hablaste con ellos. Los veías por la calle, en las discotecas, en los bares, trabajaban en los establecimientos en los que entrabas de vez en cuando, eran amigos de tus amigos… La cara y no digamos el cuerpo, de cada uno de ellos los vas comparando con los que veías en otro tiempo y, claro, el resultado es el que es, porque treinta e incluso cuarenta años no han pasado en balde; pero hay muchos niveles de deterioro o por decirlo de una más amable: de evolución, y ahora de lo que se trata es de ver el de la persona que tienes delante. La cara, el pelo o no pelo, el volumen general o por partes… son ya otros. Causa desazón reconocer que el tiempo pasa y aunque parece haberse detenido en tus recuerdos, la realidad va inexcusablemente por otro lado, es una ley implacable de la naturaleza. Ya nadie es el mismo, ni a los que el tiempo les ha tratado mejor. Y no es eso lo malo, a veces te enteras de que a algunos ya ni te los vas a encontrar. Pero de esos no hablemos, que estamos en verano y son vacaciones. Estábamos con el Mercadona, conduciendo el carro lleno de cosas y procesando a cada uno/a que te vas encontrando. (Conste que el “cada uno/a” que he escrito no es porque me haya poseído esa ola del llamado lenguaje inclusivo. No, todavía no y espero que no lo consiga. No estoy para tantas modernidades. Y digo “modernidades” por decir una palabra políticamente correcta). Continuo: con el cerebro sin dejar de procesar cada cara, de pronto ves venir de frente una que te suena a mucho. El procesamiento mental se agudiza al máximo y en más o menos segundos, según la complicación que haya hecho el tiempo con las caras, te da el resultado. ¡Pero si es fulanito o fulanita! ¿Le abordas o te haces el distraído? No sabes si es recíproco el reconocimiento. Le abordas. A saber cuándo le vas a volver a ver. El tiempo y la oportunidad es oro. No sabes si van a tener que pasar otros 10, 20 o 30 años para encontraros de frente y en ese caso, da miedo dónde será, si en el parque sentado a la sombra hasta que te vengan a buscar para llevarte a comer, en urgencias, en una residencia o en el mismo cielo, ya que el infierno parece que ya lo han quitado en sí mismo y como tal punto de encuentro. Te pones delante y sucede ese momento de cierta apoteosis en el que el pasado vuelve como en una dulce oleada. Sin dejar de ser emotivo, analizas el paso del tiempo por esa cara e incluso por ese cuerpo y localizas en la memoria el archivo que tiene que ver con la persona, que se compone de un resumen de lo que en realidad fue y en el que se han perdido multitud de pequeñas cosas. Te cuenta, le cuentas, sale un recuerdo, una referencia, una anécdota, lo presentas a los que te acompañan y luego te despides hasta no se sabe cuándo otra vez. Pero mientras eliges una sandía, buscas el Danacol para el colesterol, coges un tipo de pizza de cada variedad o repasas el listado que llevabas para no olvidar nada y así que no te echen la bronca, la imagen de la persona encontrada no se te quita de la cabeza un momento. Hay que ver, quién le ha visto y quién le ve…, o, jopé, qué bien ha envejecido… o, fíjate, ya con nietos… e incluso pobrecillo aquel que te acaban de decir que murió, con razón hacía muchos años que no se le veía… Todo esto se lo debemos al Mercadona y también al bar de Chema o La Alquitara, donde, además de buenos pinchos, puede que encuentres a uno de los tuyos de antes. El verano en Béjar, cada año también es para esto.
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El Mercadona, es un gran lugar (no el único, no obstante ) para apreciar una fauna autóctona pero migratoria, que cada año cual palomas zuritas nos visita.
Se trata del bejarano "venido a mas" (o eso se cree él), que salió de Béjar (o cualquier pueblo de la comarca) y llegó a Madrid(o cualquier capital mas o menos grande). Salió con los mocos colgando en muchas ocasiones y las alpargatas remendadas las mas de las veces. Nada que objetar. Mas que lícito intentar mejorar en la vida, faltaria mas.
La objeción viene por el cambio de mentalidad, y de educación, cuando se dirigen a los lugareños, como si aún lleváramos taparrabos y cazáramos con lanza.-
Sorpréndese este ejemplar migratorio con que conozcamos los mil y un tipos de coca cola, incluyendo la Zero, y la de Stevia. Y sorpréndese negativamente cuando no conocemos (o conocemos pero no tenemos) brocas de 7,5 con punta de tungsteno al carbono de Manzanares .
Es lo que tiene venir de la "capi" y haberse dejado allí la educación, tratando con desprecio al trabajador de Mercadona, o al de cualquier comercio, por no hablar de las miraditas por encima del hombro que te quedas con ganas de decirles... anda... mira "p'alante" que te vas a tropezar... "licenciao".-
Por cierto... esta fauna, acostumbra a usar otro código de circulación diferente del internacional y suele aparcar mas o menos donde le sale "del bolo".
Si usted es visitante y no se incluye en esta fauna, felicidades, ignore lo dicho.
Bienvenidos todos. Unos por ser buena gente, y otros porque de algo hay que vivir, tambien en el turismo.-
Pero es que hay que aguantar a cada uno con sus "cadaunadas"....
Winston Smith.-
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