MatanzasEn la ciudad de Matanzas, a menos de 100 kilómetros al este de La Habana, hablar de Daoíz y Velarde es como mencionar en Béjar la ermita de El Castañar: todo el mundo sabe qué es, dónde está y por qué. En Matanzas son calles del casco antiguo y los vecinos de otras zonas pueden olvidar el origen de las suyas, pero nunca el de estas dos viejas calles paralelas que bajan por la pendiente que es la ciudad hasta la bahía, saben que son los nombres de los inspiradores de la revolución popular-nacional del 2 de mayo de 1808 contra los franceses.

Lo hacen por tradición, pues por alguna razón que no recogen la historia ni la lógica ni logran atemperar el tiempo y la distancia, desde siempre ha existido un culto espontáneo para aquella gesta y particularmente por aquellos dos oficiales de artillería.

A principios del siglo XVII, la ciudad, marítima, apenas tenía 116 años de fundada por una Real Cédula de Carlos II. Como villa, nació en 1692 cuando fueron repartidas sus tierras a treinta familias llegadas de Canarias. Pero ya para 1808 comenzaba a ser uno de los grandes puertos de las Vacas Gordas resultantes de la producción azucarera. No obstante, los vecinos de aquella ciudad en expansión, dedicaron a la sublevación popular española todas sus nuevas calles. Daoíz y Velarde fueron las primeras y las más extensas y fueron enlazadas por otra que las cruzaba: 2 de Mayo.

Tal vez, casi seguro, esto podría tener que ver con un poeta, situado en el límite mismo del período de auge las letras en la Isla, que llegó con el de la economía y el surgimiento del espíritu de la nacionalidad cubana. Era Manuel Zequeira y Arango, quien nació en La Habana e hizo una carrera militar dentro del ejército español y tuvo importantes mandos en las campañas contra la independencia de Suramérica. En cambio, sin ser un gran versificador, escribió su poema “A Daoíz y Velarde”, que prendió entre los isleños y se mantuvo como una especie de himno a la gesta del 2 de mayo.