Bajo licencia de Creative Commons.
La cometa 46: Rarezas otoñales
Llegó el otoño y, excepto por las riadas de Cataluña, llegó bien y de momento se está comportando según su naturaleza: bajada de temperatura y viento fresco, que alivia los ardores de un verano tórrido y excesivamente largo. A pesar de que algunos se empeñen en negarlo, el cambio climático es real, ha venido dispuesto a quedarse y va a ir a más si los gobiernos competentes no lo impiden.
En 1994 se creó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) formada por 198 países, y en 2016 entró en vigor el Acuerdo de París para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero; sin embargo, reunidos sus miembros no hace mucho, siete países se han negado a firmar dichos acuerdos; por fortuna, la Unión Europea si lo ha hecho. Esperemos que las disposiciones tomadas se lleven a efecto y logren evitar que vaya a más el desastre del clima y el deterioro de la naturaleza.
Debo reconocer que soy un poco rara: no me gusta el calor excesivo del verano, ni el sol perpetuo que tenemos en Madrid y menos las playas saturadas de turistas. He crecido con las sagas artúricas, con Lautrémont y sus cantos de Maldoror, con Dickens, con Bram Stoker y las hermanas Brontë, Cumbres borrascosas y Jane Eyre fueron dos de mis libros favoritos durante un tiempo, sobre todo el último, que he leído dos veces aparte de visionar todas sus adaptaciones cinematográficas. Supongo que yo era una romántica empedernida y solía imaginar a Jane, una heroína que me parecía fascinante, luchadora y valiente, caminando en solitario por los jugosos campos de Yorkshire, húmedos por la lluvia y el rocío, bajo un cielo de nubes plomizas, la grisura del horizonte y salpicados de brezo color malva; en su deambular, tropezaba con un jinete y su asustadizo caballo y este encuentro cambiaría el curso de un destino que, en pleno siglo XIX, no prometía nada interesante a una mujer de su condición social. Estos lugares brumosos inspiraron también a Stoker para escribir Drácula, que como todos sabemos es un personaje que se lleva fatal con el sol.
Tal vez, subyugada por estos ambientes literarios, es por lo que me gusta tanto el otoño, el invierno, el frío, el clima de las ciudades y países norteños, los cielos nublados, el chirimiri en playas desiertas, la lluvia fina, los vientos piadosos que alivian el rostro y alientan las ideas; me parece imposible que se pueda pensar con claridad ni ser proactivo a 40 grados o más.
Doy por hecho que hay muchísimos más adoradores del verano y de las playas abrasadas por el sol, capaces de pasar horas tumbados bajos sus rayos por despiadados que sean; espero, por su bien, que no queden aún descerebrados que lo hagan sin protección solar continua. Yo también iba a la playa, cuando era joven, pero siempre con sombrilla, o prefería refugiarme en el chiringuito con una cerveza helada y una lectura amena. Nunca quise estar bronceada, entre otras razones por las que mi piel, que es muy blanca, apenas toma el tono del cangrejo recién cocido y, además, porque el chocolate en exceso empalaga y sienta muy mal.
No cabe duda de que el sol es bueno y da la vida, pero si calienta a más de 25 grados, empieza a desquiciarme. Por eso no resulta tan extraño que, en una casa inundada por el sol como es la mía, y en una ciudad donde las nubes parecen haber emigrado, baje las persianas en cuanto me levanto. Por si fuera poco, el subconsciente me ha traicionado al fin y acabo de publicar un libro titulado El sol ha dejado de brillar en el que cinco chavales de 11 años llevan a cabo la investigación de un suceso delirante que espero no sea posible; aunque no dejo de pensar en las propuestas de muchas películas famosas de ciencia ficción que parecían fantasías cuando las estrenaron y a la vuelta de los años no lo parecen tanto.
Madrid, octubre 2025.
- Puede usted chotearse todo
hace 1 día 10 horas - Es verdad! Sánchez no es
hace 1 día 15 horas - No se preocupe, tengo tiempo
hace 1 día 20 horas - Hace pocos días, el
hace 1 día 22 horas - Como veo que abundan por
hace 1 día 22 horas - Va a ser verdad que vivimos
hace 1 día 22 horas - Pero eso no puede ser,
hace 2 días 32 mins - Será tú verdad, la que tú
hace 2 días 1 hora - Pienso para "alimentarnos" y
hace 2 días 10 horas - Tú creo que te coges
hace 2 días 10 horas





Totalmente de acuerdo, Amalia: lo mejor de la playa es el chiringuito, la cerveza fría y la brisa para disfrutar del mar hasta donde alcanza el horizonte, para leer o escribir o dibujar allí sentado mientras los demás humanos hacen méritos para pillar un melanoma o se rebozan como croquetas bajo el sol: arena y sal entre fritanga de crema solar, lo que viene siendo una croqueta de carne picada, vaya. También me tira más el paisaje verde y húmedo del norte, pero como detesto la visión romántica de la vida, sobre todo en las artes y en la literatura, siempre desmedida y doliente, me quedo tan a gusto en ese término medio bejarano, todavía sin calores excesivos ni heladas atroces, con una primavera muy risueña y un otoño espectacular, con su mucha y buena lluvia, pero pocas nieblas, con soles estivales de los que escapar a la sombra de un castaño, a la vera de una fuente, en algún rincón del río o en los chiringuitos del Castañar. Siempre digo que me iría a vivir a algún sitio cuyas temperaturas medias se parecieran a lo que, por motivo muy distinto, proclamaba el bar de Chema Diu: 12 & 23, doce grados de temperatura mínima y veintitrés de máxima, que son los extremos nada extremos de los que se disfruta en la ciudad estrecha en estos días casi otoñales y cuando llega riendo –y lloviendo– el mes de abril, pero también en otras épocas. Tal vez no me tenga que ir muy lejos y quedarme aquí, en esta tierra nuestra.
José Muñoz Domínguez
Enviar un comentario nuevo