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¿La Bolsa al diván?
Los economistas deberían de renunciar a pensar que su profesión alguna vez tuvo que ver con una ciencia exacta. Ciertos comentarios aparecidos recientemente en la prensa insinúan que la Bolsa está loca. Científicos de la Universidad de Cambridge (1) dicen haber descubierto que hasta las bolsas tienen hormonas. Claro que también puede dudarse del tipo de ciencia que practican esos científicos y es que la crisis está llegando a poner de manifiesto algo ya sabido que no hay ciencias exactas, ni las llamadas físicas o naturales, sino que todas las ciencias son sociales.
¿Resulta verosímil decir que la Bolsa está hormonaza o es una metáfora? En principio la afirmación resulta increíble pues llevamos demasiados años viendo la Bolsa como una actividad seria, sesuda, sólo entendible por expertos quienes mediante el uso de unas fórmulas matemáticas complejas conseguían mejorar, hasta límites casi insospechados, la rentabilidad del dinero invertido. Hay que señalar sin embargo que esta visión de la Bolsa contrastaba con las imágenes que hasta hace unos años ofrecía la televisión de los parqués del mundo entero, imágenes que se asemejaban mas a un zoco, o a un mercadillo de pueblo, con los agentes de bolsa vociferando órdenes de compra o venta de acciones en sesiones frenéticas que podían llevar a las empresas del éxtasis a la ruina en pocos momentos por las subidas o bajadas de las cotizaciones que originaban.
Los investigadores de los que hablábamos antes, han medido los niveles de hormonas esteroideas de los inversores en la City de Londres, demostrando que “durante la subida de los mercados, los agentes con éxito estaban influenciados por un ciclo de feedback positivo impulsado por los niveles de testosterona” y añade Coates, uno de ellos, que “es posible que las burbujas sean un fenómeno masculino”. La deducción es obvia, un machismo rampante es el responsable de las dos últimas burbujas que hemos padecido, la de las empresas puntocom y la del sector inmobiliario. Incluso los autores llegan a admitir que la titulización de las hipotecas subprime pudo ser efecto de una mala noche de orgía y desenfreno, “la competitividad alimentada por la testosterona puede haber llevado a los banqueros a ser mas creativos a la hora de inventar complejos y arriesgados títulos”. Es importante, llegados a este punto, poner de manifiesto el uso que puede tener la testosterona para mejorar la innovación y la creatividad en las empresas.
Pero nuestros estudiosos británicos, para que no se les acuse de malas prácticas científicas, a renglón seguido, ponen en duda su anterior afirmación al afirmar que “quizá sólo se trata de una correlación y no de una relación causa efecto”. La cosa no queda ahí y Bruce Mc Ewen, jefe de neuroendocrinología de la universidad Rockefeller, de Nueva York, se pregunta, “es emocionante, ¿quién sabe que están haciendo otras hormonas?”. Y esa pregunta la encadena en un proceso asociativo al mas puro estilo freudiano, con un titular que acaba de leer en The Financial Times, “las mujeres islandesas arreglarán el desastre causado por los hombres” porque se había encomendado a dos mujeres la dirección de los bancos nacionalizados en la crisis.
De nuevo son las mujeres quienes, en tiempos de crisis (o de guerra), vienen a arreglar entuertos generados por los hombres, y conviene recordar que en estos caso nadie pide que se examinen las credenciales de esas mujeres para determinar la idoneidad de su nombramiento. Cuando los hombres no saben como solucionar un desaguisado recurren a las mujeres.
El mencionado Coates sigue diciendo que “el juicio de las mujeres no se ve confundido por la testosterona, de la que sólo poseen una décima parte que los hombres…. Además son menos proclives a segregar un exceso de cortisona”. Y acaba recomendando que “haya mas mujeres ( y viejos) en los parqués de las bolsas.”
Este énfasis en explicar la crisis por factores puramente fisiológicos no termina aquí. En el suplemento de The New York Times de la siguiente semana (04/12/08) se dice textualmente “si hoy la bolsa visitase a un psiquiatra, el diagnóstico probablemente sería trastorno bipolar o maníaco depresivo”. Las bolsas son inestables sin razones aparentes para que un día suban y al siguiente bajen, las noticias buenas y malas duran unas horas, a lo sumo unos días. Es así y no hay que darle mas vueltas, políticos e inversores marran cuando intentan averiguar las causas. Sucede que las bolsas se levantan mal o se levantan bien, tienen el día bueno o malo. Son bipolares, volátiles como el alcohol, y a veces enloquecen, se acuestan maníacas y se levantan depresivas.
¿Qué hacer con la ‘señora Bolsa’ que padece trastornos bipolares? ¿le damos progesterona cuando sube o testosterona cuando baja? ¿a qué se dedican estos sesudos científicos o nos hemos equivocado pinchando por azar una web de humor en vez de la de un prestigioso diario estadounidense?
Poca explicación seria aporta este nivel de análisis para el caso que estamos comentando ¿no será que queremos confundir al respetable para evitar poner nombres y apellidos a los verdaderos responsables de la crisis y que como tales responsables asuman las consecuencias políticas, sociales, penales,… de sus actos?
Todos somos conscientes de que hay personas con nombres y apellidos que diseñaron y vendieron como buenas las malas prácticas, llámense hipotecas subprime, titulizaciones, hipotecas de alto riesgo, etc.
Sabemos que unos cuantos de esos responsables son personas sin escrúpulos, de una ilimitada codicia, para la que cualquier medio es bueno, aunque la economía mundial esté a punto de naufragar y los estados se endeuden por años y millones de personas vayan al paro.
Sabemos que si las bolsas suben y bajan al mismo tiempo en Nueva York, Londres, Tokio, Frankfurt o Madrid no es porque sufran trastornos bipolares, pues la coordinación no podría ser tan automática.
Sabemos que hay fondos de inversión que se mueven a lo largo y ancho de las distintas bolsas existentes en el mundo, que pueden provocar alzas o caídas de empresas en cuestión de segundos.
Sabemos que hay analistas de bolsa que, como la prensa amarilla, en vez de analizar crean opinión sobre valores a los que quieren favorecer o perjudicar.
Sabemos que hay agencias de rating que sirven a intereses particulares y su calificación de empresas sirve mas de confusión que de esclarecimiento.
Sabemos que hay especuladores que entran todos los días a la bolsa y pueden hacer que el barril de petróleo pase de valer 40$ a 150$ en cuestión de meses.
Sabemos que el pequeño inversor cuando la bolsa baja ve peligrar sus ahorros, entra en pánico y sale corriendo para vender su paquete de acciones en la bolsa.
Y podemos saber muchas cosas mas, y todo lo que sucede son comportamientos de personas, grupos, colectivos, masas, en definitiva comportamientos a estudio por las ciencias sociales que son las que nos pueden dar explicaciones certeras de lo que en realidad sucede. Se han estudiado los comportamientos de pánico en las catástrofes, en los conflictos interraciales, en las manifestaciones masivas, los procesos de atribución de responsabilidades, etc.
Pero cuando en realidad lo que queremos es no saber, entonces miramos a otra parte, y buscamos explicaciones de otro nivel, y hablamos de hormonas y trastornos bipolares.
Si queremos saber mejor lo que está pasando, habremos de seguir profundizando en lo temas que acabamos de mencionar, sobre el engaño, las estafas, los tramas y las fabricaciones, que Erwin Goffman describió con maestría en Frame Analisis, cómo se generan y manipulan las impresiones de otras personas, los marcos de la comprensión de la realidad, la vulnerabilidad de la interacción humana.
La Bolsa no está loca, ni es bipolar, ni está hormonada. Dejemos el diván para las personas que lo necesiten pero no enmascaremos la triste realidad que está generando está tremenda crisis.
Pongamos nuestro foco de atención y estudiemos los problemas reales, será la única manera de aprender de los errores cometidos para que no vuelvan a repetirse.
José luis Rodríguez
Socio Director de Human Coaching
(1), Suplemento The New York Times, publicado en El País, 27-11-2008, pág. 5
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