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Aquellos besos
Hortensia Mañasa
Todos los días soy el primero en desayunar y vestirme para ir al colegio. Estoy listo antes que mi madre y que mi hermana mayor.
–¿Qué prisa tienes? Tenemos tiempo, dicen ellas, pero es que voy acelerado porque sé que allí está Blanca y me espera para subir juntos a nuestra clase.
Mi amiga se ha incorporado este año a mi curso y no vive en mi barrio, pero desde que la vi reír y mirarme con esos ojos azules, no puedo estar sin ella y me gusta notar cómo se me acelera el corazón. A ella le gusto también y nos hemos organizado para quedar en la biblioteca en los ratos libres. Antes de conocerla no había entrado ni una sola vez allí, pero a ella le encanta leer, contar historias y a veces escribe algún cuento.
En la clase hay un grupo de abusones que siempre están armando jaleo, se burlan del profesor a sus espaldas y se meten con los pequeños en el patio. Luego está el grupo de las empollonas, con Blanca a la cabeza y algunos compañeros más normales, como Fernando o Lucas. Yo siempre voy con este grupo y todo el tiempo que puedo, estoy con Blanca. Hablamos mucho, nos reímos y jugamos en el recreo. También vamos a clase de informática y nos sentamos juntos para compartir el ordenador.
Más de una vez he pensado en invitarla a mi casa, pero sus padres la recogen con el coche y todavía no es mi cumpleaños para poder organizar una fiesta para que venga con la pandilla del cole.
El otro día estábamos sentados en las gradas del campo de baloncesto tomando el sol y me leyó un cuento que acababa de escribir sobre un unicornio que hacía magia. Me emocioné mientras la escuchaba porque estábamos solos y me preguntó qué me parecía. Entonces le dije que era precioso y la besé. Ella me miró con esa sonrisa tan suya y me devolvió el beso, pero esta vez en los labios y con los ojos cerrados. Me puse colorado como un tomate y, después de un momento callado me atreví a pedirle que fuera mi novia. Ella me dijo que sí, entonces la cogí de la mano, la besé en la palma y el tiempo se paró.
Cuando llegué a mi casa, corrí a mi habitación y me tumbé en la cama muy alterado. No sé cuanto tiempo estuve así, pero fue lo mejor que me había pasado desde que mis padres me llevaron al parque de atracciones y subí a la montaña rusa.
Quería recordar la fecha para siempre, y pensé anotarla en la pared, el 20-1-2016, pero no podía hacerlo porque mis padres me castigarían. Resolví escribirla apretando mucho el bolígrafo en la suela de mis zapatillas nuevas. Así sería un secreto y la llevaría puesta todos los días.
Desde entonces observo a mis padres por el rabillo del ojo para ver cuándo se besan y he descubierto que lo hacen cuando uno de ellos llega del trabajo o, en las ocasiones que ponen música y bailamos todos en el salón. Entonces se ríen y lo hacen y también nos besan a nosotros. Alguna vez, cuando mi madre pone de postre uvas con queso, dice riendo que saben a besos. A mi no me gusta ese postre, porque solo pruebo las porciones del Caserío, pero ahora lo entiendo, porque el beso con Blanca me gustó mucho y ya se lo que quiere decir mi madre.
Mi amigo Fernando me comenta bajito que en las películas se dan besos con lengua, pero que es asqueroso. Y mi abuela le dice a mi hermana mayor que mucho cuidado, que los besos y los abrazos no hacen niños, pero tocan a vísperas. Le pregunté a mi madre que son las vísperas y se quedó extrañada.
–Pues, por ejemplo, hoy es la víspera de mañana. ¿Lo entiendes? Me dijo después de un buen rato pensando. Yo no entendí nada, pero le dije que vale.
–¿Y los besos y los abrazos no hacen los niños? le volví a preguntar
–No, pero es como empezar a hacer el amor, si besas mucho, se podrían hacer, me explicó.
Desde que Blanca y yo somos novios, buscamos los momentos para besarnos y cogernos de la mano, pero la pandilla de los abusones ha debido vernos alguna vez porque ahora nos persiguen y se burlan de nosotros. Nos cantan eso de “ya se han casao, ya se han casao…” y hacen tonterías como darse besos y abrazos de cachondeo. Luego simulan que lo hacen entre ellos y después escupen y dicen que “vaya asco, esos niñatos se dan un beso con lengua”.
Son unos payasos y me enfada, pero no quiero pelearme y cuando los vemos venir nos marchamos a la biblioteca o nos juntamos con nuestra pandilla para defendernos. Entonces ya no nos cogemos de la mano ni nos besamos; no queremos broncas.
Como ya no podemos besarnos porque nos persiguen los abusones hemos acordado pedir permiso al profesor para ir al cuarto de baño. Allí nos podemos besar todo lo que queramos sin que nos vean porque todos están en clase. Un día, teníamos tantas ganas que llegamos a darnos más de cincuenta, luego volvimos corriendo a la clase, primero Blanca y luego yo para disimular, pensando que habíamos estado mucho tiempo fuera.
Cuando llegué a casa, estaba ardiendo, el corazón me iba a mil por hora. Me fui corriendo a mi habitación sin saludar, solté la mochila y me tumbé en la cama. Mi madre se extrañó y vino a verme.
–¿Te pasa algo? Estás sofocado, ¿Es que has venido corriendo desde el colegio?
–Estoy bien, le contesté sin moverme de la cama.
–Déjame que te tome la temperatura, estás muy colorado. A lo mejor tienes fiebre.
No tenía fiebre, pero mi madre me dijo que me quedara tranquilo en la cama, que iba a prepararme un vaso de leche con galletas y poco a poco mi corazón regresó al lugar de siempre, aunque mi cabeza volaba al momento de los besos. Teníamos que repetirlo porque hacer el amor me había gustado más que jugar al futbol, más que nada. ¿Tendríamos niños?, me pregunté preocupado por primera vez.
Al día siguiente, cuando Blanca y yo nos volvimos a escapar al cuarto de baño, para hablar de lo que había pasado, escuchamos que la puerta se abría y entraba un chico de la panda de los abusones de otra clase.
–¿Qué hacéis aquí los dos? Me preguntó levantando su ceja izquierda
–Nada y no te importa, le contestó Blanca.
–¿Te estaba besando? ¿Puedo yo también?
Entonces Blanca echó a correr y regresó a la clase y yo me quedé como un tonto sin saber qué hacer.
Desde ese día los abusones nos esperaban en el patio para decirnos a gritos que iban a besarla y a cogerla de la mano. No nos quitaban los ojos de encima y nos perseguían por todas partes.
Un día nos rodearon y uno de ellos se acercó a Blanca con una cerilla encendida diciéndole que si no le daba un beso le quemaría el pelo mientras los demás me sujetaban. Les di patadas y les grité, pero consiguieron asustarla y hacerla llorar. Entonces conseguí soltarme y empecé a darles puñetazos mientras Blanca se escapaba corriendo.
Nuestro profesor se enteró porque ella no pudo quedase callada y nos llamaron a todos al despacho de la directora. Les amenazaron con expulsarles del colegio, porque no era la primera vez que organizaban broncas y nos dijeron que iban a llamar a nuestros padres esa misma semana. Nosotros estábamos asustados por si se chivaban de nuestros besos y de que hacíamos el amor en el cuarto de baño
Asustado, malparado en la pelea, con algún golpe en las piernas y cargando con varios insultos en la cabeza, regresé a mi casa después de despedirme de Blanca. ¿Qué podíamos hacer?
De nuevo fui a mi habitación apenas sin saludar, sin merendar, sin ganas de nada y mi madre, como siempre me preguntó qué me pasaba.
–Hemos tenido una pelea mamá, y os van a llamar para una reunión con la directora. Le dije que unos niños se habían metido con Blanca y conmigo, pero yo no era ningún chivato y no conté nada más.
–¿Por qué ha sido la pelea? Insistió mi madre, tan pesada como siempre.
–Estoy bien, mamá, es que he hecho el amor con Blanca y los otros niños me tienen envidia.
–¿Cómo es eso? ¿Qué es lo que habéis hecho? Me preguntó sentándose a mi lado, en la cama y poniendo mucha atención en mi respuesta.
Se lo conté todo y me dijo muy seria que teníamos que hablar. Y habló mucho rato, demasiado y me advirtió que no podíamos seguir escaqueándonos de la clase para ir al cuarto de baño a besarnos, que nos podían expulsar del colegio y entonces ya no volvería a ver a Blanca. Tuve que pensar mucho rato en todo esto para hablar con ella al día siguiente.
–¿Vamos a tener niños? le pregunté
–No, sois muy jóvenes todavía, pero tenéis que ir con vuestra pandilla, jugar con los demás, hacer deporte y dejaros de besos, que no teníamos edad.
Aunque me tranquilicé, no entendía que todo el mundo viera esos besos tan peligrosos y Blanca tampoco, así que decidimos escaparnos. No queríamos volver al colegio ni tener más peleas con esos chicos. Y tampoco queríamos que nos expulsaran.
Lo preparamos todo el día siguiente. Después del comedor, metimos fruta en la mochila y unas botellas de agua y a la entrada del grupo de la tarde, salimos corriendo cogidos de la mano.
Paseamos por el parque y seguimos andando hacia las afueras. Pronto empezó a oscurecer y nos dio miedo andar solos por los descampados. Yo echaba de menos la merienda en casa, el ratito de dibujos animados y el calor de mi habitación y Blanca empezó a decirme que donde podríamos pasar la noche, preocupada porque sus padres estarían buscándola. Acordamos que volveríamos a nuestras casas, pero juntos para siempre, unos meses viviríamos con los padres de Blanca y otros con los míos. Y no volveríamos a ese colegio nunca más.
Entonces encontramos una caseta de obra y recorrimos la alambrada que protegía la construcción. No escuchamos ladrar a ningún perro y descubrimos una abertura al final del edificio. Conseguimos entrar y comprobamos que no había nadie. Nos metimos en la caseta, que estaba llena de trastos y nos acurrucamos en un rincón. Allí nos quedamos dormidos encima de la ropa sucia de los obreros, hasta que unas luces azules nos despertaron cuando empezaba a amanecer.
Un policía entró con una linterna y habló con nosotros. Nos llevaron al coche y en menos de una hora ya estábamos en casa. Mis padres, después de abrazarme, me dieron una buena reprimenda, incluso mi madre me amenazó con los ojos rojos como tomates con llevarme a un internado de chicos, pero ya no volví al colegio. Sólo faltaban unos días para las vacaciones y me llevaron al pueblo. Ya no volví a ver a Blanca.
Cuando regresé a los dos meses para empezar de nuevo el colegio, mi amigo Fernando, que es un año mayor que yo y sabe mucho de todo, me invitó a su casa para que viera “Cinema Paradiso” una película muy chula sobre besos con lengua, pero en secreto, me dijo, porque sus padres no se la dejaban ver. Estos besos ya no le parecían tan asquerosos y me contó que antes estaban prohibidos pero que ahora no. Me miré los pies pensando que ahora también, pero no dije nada.
El caso es que la peli me gustó mucho y los besos acompañados con música me emocionaron tanto que por la noche soñé que Blanca me besaba en la boca y el beso duraba años y años mientras los dos nos hacíamos mayores, teníamos hijos, envejecíamos y moríamos. Me desperté empapado y abrazado a la almohada pensando que hay cosas que no se pueden contar a los mayores y mucho menos a tu madre.
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