J. Francisco Fabián

Con las esperadas primeras lluvias parece que no solo se ha refrescado la sequedad de un verano árido, sino que también ha traído el principio del sosiego político y mediático creado en torno al caso del beso “robado” entre un presidente eufórico por ganar un mundial y una jugadora de fútbol que ha necesitado de tres semanas para pensarse si tenía que denunciarlo por abuso sexual, de poder... etc. Algunos tuvimos la esperanza -¡pobres ingenuos!, que a estas alturas desconocemos cómo funciona el mundo- algunos tuvimos la esperanza, decía, que tanta tardanza tuviera como final una rueda de prensa en la que la chica besada dijera que ya estaba bien por parte de la prensa y de un sector político de darle vueltas y más vueltas a lo que en realidad había sido una tontería, que mejor no hubiera pasado, pero si pasó, no tenía la importancia que una parte de la sociedad le ha ido dando a medida que interesadamente iba engordando la bola de nieve, alentada por determinada política y sus medios de comunicación afines, cada uno con sus intereses. No deja de ser curioso y sorprendente, que el sector político animador de la polémica anduviera desgañitado denunciando y añadiendo a diario detalles y matices, mientras que la propia interesada del asunto parecía que, una de dos: o estuviera tan traumatizada de vacaciones en Ibiza por el beso celebrando el triunfo en el mundial, o por el contrario, que no tuviera claro que ese beso era una agresión tan intolerable, algo que ella misma y su madre en principio no valoraron como tal. Al parecer, ha sido necesario que le abrieran los ojos sobre la situación a partir de una cascada de pronunciamientos en la que nadie que sea o se crea alguien ha querido quedarse al margen, porque de callar, se convertiría en sospechoso. Y si alguno pretendía irse de puntillas sin opinar, para eso estaba la prensa con micrófono en mano, para que ya seas torero, futbolista, diseñador, cocinero, youtuber, influencer o vivas del cuento, pero seas famoso, aunque no venga a cuento, tengas que pronunciarte por narices, porque si no, automáticamente eres uno de esos p. fascistas, con que te etiquetan a la menor oportunidad tantos y tantos que usan ese adjetivo sin saber nada de lo que significó realmente, ni la relación que tiene con cualquier asunto a los que vehementemente lo aplican. También cabe que te llamen casposo o machista, negacionista o seguidor del partido VOX. Algo te llaman, seguro. O estás con la onda o eres lo peor. Como ahora el mundo tiene muchos mecanismos para difamar a cualquier opinión contraria, estás apañado si la cogen contigo.
Durante tres semanas (se dice pronto) hemos vivido una situación cada vez más interesante desde el punto de vista sociológico. Si ahora hacemos una secuencia imparcial del desarrollo de los acontecimientos a partir del día de los hechos y de la cascada imparable y progresiva de pronunciamientos y declaraciones que fueron propagándose en masa como un tsunami, la situación resultará tan cómica de verla secuenciada que incluso dará vergüenza haberla conocido. Sin duda habrá que estudiarla en los manuales de sociología. Ha sido la noticia del verano, la que más ha vendido y a la vez ha sido tan cómico que ha eclipsado completamente el hecho de que la selección femenina de fútbol gane nada menos que un mundial. Hay quien ha proclamado que hemos dado vergüenza como país por ese beso y el “machismo que transmite España”. Yo creo que de ser machismo eso, no sería patrimonio especialmente de España, sino de muchos sitios. Y también creo que si de algo tenemos que sentir vergüenza es de la repercusión que se le ha dado a una tontería, que no es lo mismo que hubiera sido en la intimidad de un aparte y a solas, que como fue. Darle tanto bombo a lo sucedido tiene que servirnos para sacar conclusiones de lo que pasa a nuestro alrededor y de quién lo provoca, por qué y para qué. Y del fondo que tenemos a la hora de valorar los sucesos, los graves y los que no lo son, pero a los que nos conducen con altavoces mediáticos y políticos como borregos.
Volviendo a la tramoya de lo sucedido desde el beso hasta la dimisión, me parece curioso que solo se pronunciaban los que magnificaban y sacaban nuevos flecos a los hechos, aunque había otra mucha (¡mucha!) gente que pensaba lo contrario, pero no se atrevía a otra cosa que a comentarlo en privado y casi en voz baja, temerosos de que les cayera un adjetivo que no querían para nada sobre sus formas de pensar. Así están las cosas. Un sector de la sociedad se ha apoderado de la “verdad” sobre determinados asuntos, hace el papel de policía y juez, decide lo que es correcto y lo que no y tiene secuestrada la opinión del resto (que es mayoría, aunque no lo parezca) por temor a sus calificativos, porque no quieren ser etiquetados de lo que no son y no les gustaría parecer que pudieran ser. Esta mayoría silenciosa, con su silencio está dejando gobernar la opinión visible hasta extremos preocupantes. Tiene que hartarse de verdad (¿cuándo?), pero de momento está dejando que esa minoría les tenga amordazados y temerosos. O pensamos como ellos o somos expuestos en las múltiples formas de difamación como lo peor y para muchos ser expuestos así, implica perder estima pública, respeto e incluso trabajos a determinadas personas por temor a que califiquen de lo mismo a la empresa o al proyecto.
Todo viene a redundar en la división que existe en nuestra sociedad y que va siendo preocupante por la intolerancia que se percibe. El mundo de la política, que debía ser algo tan noble y tan sano, como todo aquello que tiene como fin hacer más fácil la vida de los ciudadanos, se está viendo degradado de una forma preocupante, emanado de la situación política y del comportamiento de algunos cabecillas. Cada día se suma una nueva evidencia que implica intolerancia radical, utilizando enseguida el conducto pestilente de las RRSS. El caso es que el mundo de la política sale de nosotros y nosotros nos influimos del mundo de la política. Todo es un círculo vicioso al que no se le ve la forma de enderezarse. Es una cuestión sociológica. Se ha ido liando poco a poco y a estas alturas es una madeja dificilísima de desenredar. Lo que antes era patrimonio del mundo del fútbol, por el que, aunque fuera penalti a todas luces, lo tenías que negar por estar siempre a favor de tu equipo, se ha trasladado con la misma superficialidad al mundo de la política, creando un juliganismo (de hooligan) que apesta a superficialidad. De tal manera es así, que mucha (pero mucha) gente, antes de pronunciarse sobre cualquier cosa, primero quiere saber quién lo defiende y según quién sea, así se posiciona. Se es fiel al bando que perteneces, sin cuestionarse más. Tiene algo de sentimiento religioso esto. Es lo contrario del llamado pensamiento crítico, que implica utilizar la razón a partir de la información y del análisis de los hechos, y manifestarse al respecto independientemente de todo prejuicio. Que eso valga para algo tan superficial como el fútbol, se entiende, pero que suceda en asuntos más serios, preocupa, porque hemos llegado al extremo de trivializar así de tontamente asuntos generales muy-muy importantes que tienen que ver con la organización de la sociedad.
El caso es que con las lluvias en adelanto otoñal, la dimisión del besador y formulada -¡por fin!- la denuncia de la besada tras larga reflexión (y asesoramiento), nos llega una tregua que ya nos merecíamos. ¿Hasta cuándo?... Hasta el próximo cristo. No se hagan ilusiones. Esto seguirá. A ver si nos dejaran ir a setas con relax.