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¡Ahora, como en 1812, apoyemos la reforma laboral!
Es cierto que el tiempo hace borrosa la historia. A fuerza de relatarla a conveniencia, de interpretarla en todos los sentidos posibles y utilizarla a modo de comercial, se nos va perdiendo en sus esencias. Probablemente, S.M. Juan Carlos I haya sido víctima de esa niebla, que se abre por el lugar que conviene para vislumbrar lo que interesa; aunque tal vez indirectamente y sin detenerse a pensar dos veces en lo que un erudito de la Corte escribiera en el papel que él leería en el oratorio de San Felipe Neri durante la celebración de bicentenario de La Pepa.
El Rey, al hacer en su discurso un llamado a revivir el espíritu de La Pepa para superar los difíciles momentos económicos que atraviesa el país, no podía estar hablando en serio o, sencillamente, no estaba hablando sino repitiendo palabras escritas."En la labor de Cádiz –dijo S.M.–, realizada en difícil trance histórico, podemos encontrar las referencias y la inspiración necesaria para afrontar las serias dificultades por las que nuestro país atraviesa en la actualidad". Por solemne que esa frase resultara en ese instante, no deja de tener un sentido equívoco en boca del Rey de España.
La libertad y la igualdad esbozadas con gran acierto en la Constitución de Cádiz, en un país sin Rey y en nombre de éste, fueron derogadas por ese mismo Soberano de la estirpe de S.M. Juan Carlos I, quien prefirió el absolutismo al liberalismo; aunque esa es la parte anecdótica del Real Discurso y habría sido deseable que, además de referirse a aquellos logros malogrados, Don Juan Carlos hubiese pedido disculpas por ésa y otras pifias borbónicas que tan caras resultaron a los españoles.
Lo verdaderamente lamentable fue el símil entre las motivaciones de 1812 y las de dos siglos más tarde. No fueron las dificultades económicas la razón de la Constitución de Cádiz, sino la reacción contra la usurpación del gobierno de España por un país extranjero. Y no son la libertad y la igualdad lo que debe recuperar España en la actualidad, al menos en el sentido de lo expresado por el Rey en términos de recortes económicos y sacrificios para su pueblo. Pero tal vez sí lo sea, en otro sentido mucho más semejante en espíritu a la situación de 1812: la soberanía de España y la fractura de todo aquello que hacía iguales a los españoles doscientos años después de La Pepa y que ahora los moldea en la diferencia.
Si el alma de La Pepa hoy sirviera de inspiración, no sería para hincar la rodilla ante las presiones externas que van a exterminar al Estado del Bienestar que conquistó la democracia, ni para hacer que los trabajadores acepten sin chistar la reducción de sus derechos. La reacción de los países contra el peligro de perder o rebajar su soberanía a los designios externos fue el espíritu de la Constitución de Cádiz y ese espíritu nada tiene que ver con la aceptación de lo que rechazó La Pepa.
La descontextualización del hito histórico que fuera la Constitución de 1812, no obstante, no fue la que pudo haber hecho el Rey en su discurso sino la que hiciera el presidente Mariano Rajoy: “Los constitucionalistas gaditanos nos enseñaron que en tiempos de crisis no hay que tener miedo a hacer reformas, sino que hay que tener la decisión y la valentía de hacerlas".
Habría que acotar a esa frase, en primer lugar, que las reformas de La Pepa se hicieron para conceder derechos al pueblo español y no para arrebatárselos, como también habría que acotar que las reformas que se pueden hacer en tiempos de crisis no siempre son para bien. Los cambios pueden apuntar en cualquier sentido y la palabra “cambio” sólo indica transformación, para bien o para mal, como fuera el cambio que se produjo con la restauración de Fernando VII, o el cambio de la II República a una dictadura para una España grande y libre.
El valor para hacer reformas en un país no determina que éstas sean buenas o malas. Las reformas siempre serán un punto de vista de los políticos, justificado por ellos mismos con todo lo que puedan hallar que calce sus intenciones; ellos son los que tienen la patente de corso para hacer de la interpretación de la historia una valla publicitaria o consignas al final de un acto: ¡Ahora, como en 1812, apoyemos la reforma laboral!
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