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¡Ah mi Norah Jones!
Hortensia Mañas
Nora Jones no va al hipermercado los sábados por la mañana. Debe comprar alimentos orgánicos en tiendas selectas y ecológicas, tiendas de precios elevados por su calidad y especialización, que ella no tiene en cuenta. Seguramente tiene una cocina más grande que mi casa, donde las puertas de los armarios, de madera noble neoyorkina se cierran en dos fases, sin necesidad de empujar con la mano para que encajen y con esos cajones en los que se pueden colocar las conservas ordenadas, sin confundirlas, para poderlas seleccionar a primera vista.
Seguro que tiene la fruta organizada por colores y las verduras las guarda en espacios suficientemente amplios para que puedan respirar hasta ser cocinadas.
–¿Todo va bien, cariño? El niño se revuelve.
–Si. Ya falta poco para llegar. Es temprano y podremos coger un número bajito en la pescadería. Yo voy allí mientras tú te acercas a la sección de droguería, le digo a mi marido mientras ya veo el aparcamiento.
Norah no hace la lista de la compra para todo el mes, aunque tiene espacio suficiente en su chalé con jardín y un amplio estudio para concentrarse en las creaciones artísticas y ensayar con su grupo de música. Seguro que los sábados por la mañana se despierta tarde después de haber pasado la noche del viernes charlando con otras artistas sobre las nuevas tendencias y sus proyectos a corto plazo, sus conciertos y las novedades de Nueva York, mientras disfrutan del mejor vino de un pago selecto de Chile o de Europa.
En su cabeza hay ideas, proyectos, palabras y notas musicales, imágenes creativas que luchan por encontrar soluciones prácticas que mostrar a los amantes de la música. Yo tengo números, equilibrios en la red buscando ofertas, días de oro, aplazamientos y últimos productos, aunque mi visión también es a corto y medio plazo, pensando ahorrar al máximo para llegar al año con algo verde en la cuenta de resultados.
–Mira lo que veo en esta sección ¿Hamburguesas vegetarianas? ¡Madre mía, qué precios! Por mucho menos podemos cubrir nuestra necesidad de proteínas.
–Ya, contesta mi marido.
Ella está aquí, en mi tiempo, es una artista reconocida, vive en la ciudad de mis sueños, libre, sin ataduras, sin hijos. No tiene gastos de pañales, ni de colegios, ni pasa malas noches por culpa de sus enfermedades, ni tiene que lidiar con sus horarios ni pensar en cómo sacarles adelante el día de mañana.
Además, es guapa, la veo sonreír en las fotos de prensa, en YouTube, con ese pelo como despeinado que le favorece tanto, con esos ojos satisfechos y sus labios carnosos ligeramente pintados de rojo. Es inteligente y con esa cara de niña buena ha llegado alto teniendo en cuenta que solo tiene mi edad.
Quiero hablar con ella. Me gustaría hablar con ella y verla sonreír, que me sonría a mí, que la adoro. Una mujer que ha peleado por conseguir brillar, que está entregada al arte. Me encantaría tener su vaporoso pelo moreno y esa manera tan elegante y natural de estar frente al piano.
–Vamos juntos a por los zumos y el aceite, le dijo a mi marido, que camina como un autómata. Vamos a comprar este paquete de cuatro botellas, que está de oferta.
Me encantaría acercarme a su estudio y ver cómo trabaja. Que me mirara y me explicara lo que hace. Cómo le viene la inspiración, como es capaz de crear cada canción, cada letra y cada partitura.
Yo tengo un hijo. Un hijo precioso, después de un embarazo problemático y un marido que me quiere, es verdad, ¡Pero es que me gusta tanto lo que hace Norah!
¡Ay, dónde he dejado a los chicos! ¿en qué pasillo me extravié?
Seguro que ella no se pierde en el hipermercado. No he visto nunca que la fotografiaran en un lugar así. Hasta es posible que le hagan la compra y ella se reserve para las cosas especiales, los frutos secos naturales de la tienda del centro o las infusiones traídas de los países más exóticos.
Tengo su música en mi cabeza, sus canciones que ensayará una y mil veces en una casa blanca con árboles siempre verdes, donde recibe a sus amigos y amantes, donde ensayan y ríen y aman y fuman hierba alguna vez para que todo sea más intenso. Ella no desbarra, no se droga, es madura y tiene éxito. Sabe controlarse. Y con sus parejas no hay rupturas, siempre quedan como amigos, cuando la pasión se tambalea, claro. Ellos son así. Son artistas, libres, pájaros nocturnos que iluminan mis días.
“Ven conmigo en la noche, ven conmigo y te escribiré una canción…. Ven conmigo en autobús, ven conmigo adonde no nos puedan tentar con sus mentiras…” La veo en sus videos, tan linda, tan perfecta, con esa voz melodiosa, con esos grupos de grandes profesionales que la acompañan.
–Voy donde los congelados, le digo a mi marido que lleva el carro del niño.
A mí también me gustaría caminar con ella por este hipermercado, estar a salvo entre sus brazos…como ella dice. Y claro, no me creo que vaya en autobús, pero me gusta que lo diga y miro a mi marido y al niño mientras nos desplazamos por los pallets llenos de mercancías, miles y miles de kilos de cosas colocadas en pasillos interminables, a lo largo, a lo ancho, a lo alto.
–Vale, yo me acerco a por las cervezas
–Pero no te pases, que luego no nos caben las cosas en la cocina.
Y vuelo entre los estantes repletos de comida y conservas para seleccionar las bolsas que me caben en el congelador y poder tirar de ellas en los momentos de apuros, porque siempre hay momentos así cuando trabajas, vas a la guardería, atiendes al niño, lo bañas y apenas hay tiempo para el relax con tu pareja. A veces un poco de música de Norah, me transporta a un mundo lejano, a millones de años luz de mi galaxia. Y de pronto recuerdo que yo tocaba el piano y que lo dejé. No había lugar para tantos artistas, pero ella ya estaba ahí desde bien joven, con unos padres músicos que la amamantaron con redondas, corcheas y claves de sol y de fa y que jugaban con ella a subir y bajar por el pentagrama, tobogán jubiloso.
“Quiero caminar contigo en un día nublado” voy cantando entre los congelados de la carne mientras veo a mi marido con el carrito llenando la bolsa con un par de grandes cajas de cerveza. Las pagará con los vales de comida que le dan en el trabajo y tal vez nos de para salir un día a cenar si consigo dejar al niño con mis padres.
El niño llora, está cansado, quiere salir a la calle, mi marido está enfadado, viene a que lo coja yo, que lo calme. Hay una cola tremenda en las cajas, tenemos para rato, ¡vaya por dios!
En mi brazo, mientras avanzo lentamente, le canto a mi niño “Sunrise”
– “Oh, oh, oh…” le susurro moviendo todo mi cuerpo como si bailara su canción en el grupo del coro que actúa con ella en este lugar lleno de gente concentrada en sacar bolsas, paquetes, latas, botellas, pañales y congelados, porque yo disfruto moviéndome al ritmo de la música de Norah y lo haría genial si ahora mismo ella actuara aquí. Ya lo estoy viendo. ¡Ay mi Norah!
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