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8 Ponga un castillo en su vida
Y, ¿por qué no? A veces los sueños se hacen realidad, a veces, sólo a veces. El espíritu guardado desde la infancia en el baúl de las esperanzas surge un día de pronto y los cuentos de caballeros y espadas con los que nos inspirábamos durante nuestros juegos resurge y nos hacemos partícipes de las leyendas y de la propia Historia.
La semana pasada tuve la oportunidad de visitar el castillo de Puente del Congosto, maciza fortaleza recortada en un horizonte que recordaba haber visto de niña mientras me sumergía en las aguas frías del río o al pasar junto a la carretera camino de Madrid o Piedrahíta. Nada más llegar aprecié su solidez, su planta alzada hacia el cielo, con un aire a las graves murallas de Ávila. Parecía que uno de los berroqueños torreones de la ciudad de Santa Teresa había sido desmontado piedra a piedra y vuelto a rehacer en esta localidad salmantina. El acceso, situado a la espalda de la fortificación, no permitía vislumbrar su cara más imponente, aquella que se asoma sobre el salmantino río Tormes, vigía incesante del paso secular de los hombres sobre el puente.
La visita al castillo no estaba programada, pues es éste propiedad privada de una familia que lo compró hace ahora unos 35 años y que ha velado por rehabilitarlo durante este largo tiempo. Habíamos contactado previamente con ellos vía telefónica por lo que, a la hora convenida, la puerta se abrió girando sobre sus goznes para abrirnos el acceso hacia su interior. Un patio de armas se desplegó ante nuestros ojos distribuyendo el espacio sabiamente: torreón a nuestro frente, caballerizas a la derecha, alojamientos y salas a la izquierda. Era la hora de encuadrar el castillo dentro de la Historia. Su más antiguo antepasado fue probablemente una torre vigía construida a principios del siglo XI como referente defensivo de los repobladores de la zona, mas su humilde fábrica debía de ser poco representativa de un pueblo que pasó a llamarse villa por obra y gracia del rey de Castilla Juan II, quien la cedió como recompensa a su caballero Gil Dávila en 1442. El premio era valioso, pues el paso por sus lindes no era gratuito. Todo aquel que quisiera vadear el río Tormes debía pagar un impuesto, el portazgo, es decir la contribución preceptiva por el paso sobre el puente, una especie de cuota por el uso de las autopistas modernas. Don Gil decidió construir el castillo actual para vigilar el cobro e imponer el temor a quien se le ocurriese la peregrina idea de escabullirse a la hora de aflojar la bolsa. Su linaje no tuvo mucho tiempo de disfrutar de tales privilegios, pues fortaleza, villa e impuestos acabaron cayendo en manos de los Guzmanes y después en las de la Orden de Calatrava para ser engullidas entre los amplios dominios de los duques de Alba en la primera mitad del siglo XVI. Sus armas campean orgullosas en diversos lugares de la sobria construcción, altaneras, marcas indelebles de propiedad durante siglos. El relato de su gloria no debió de impresionar muchos a los invasores franceses que se alojaron en él durante la Guerra de Independencia, pues lo incendiaron después de saquearlo y todo a pesar de ser el general Leopoldo José Sigiberto Hugo, padre del inmortal escritor Víctor Hugo, quien comandaba la tropa alojada en la fortaleza. La desidia y el abandono camparon a sus anchas desde entonces hasta que hace 35 años la familia propietaria decidió embarcarse en la ardua tarea de invertir sus ahorros para restaurarlo.
La visita no se centra sólo en la Historia, sino también en el folclore y en la vida cotidiana. Varias salas, distribuidas en cuatro pisos y comunicadas en uno de sus lados por una mareante escalera de caracol imbuida en el interior de un cilindro, alojan un pequeño museo de los útiles usados en los diferentes oficios (agricultura, ganadería, peluquería, carpintería, textil) y carros que nos narran las peripecias vividas en otro tiempo en las largas y arduas travesías. El paseo de ronda está habilitado para poder ser recorrido en su práctica totalidad y así dominar las vistas que se despliegan en el horizonte y a nuestros pies. Las estancias superiores sirven de alojamiento para propios y extraños, porque, ahora lo digo, el castillo es alquilado para celebrar bodas, incluido patio de armas, salas y alcobas. De ahí que el título de este artículo sea el que es, pues uno puede poner un castillo en su vida al visitarlo y al leer sobre ellos, pero también al lanzarse a la aventura de comprarlo o de celebrar su boda en uno. ¿Quién se anima a una de estas cuatro posibilidades?
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"El espíritu guardado desde la infancia en el baúl de las esperanzas surge un día de pronto y los cuentos de caballeros y espadas con los que nos inspirábamos durante nuestros juegos resurge y nos hacemos partícipes de las leyendas y de la propia Historia".
Perdone que utilice su prefacio para manifestar mi dolor por la perdida de un gran amigo, una grandisima persona, que nos dejó el 31/7/2012,dejando su vida en el río y en las cercanías del castillo de su (como siempre) interesante articulo. Carlos Gorrostiaga, Charly, para los amigos, fue un ejemplo de muchas cosas buenas y valores humanos, que no le cabían en la delgadez de su cuerpo, que no nos cabrían a la mayoría de nosotros. Tal vez la vida no le sonrió más, por que él se reía más de ella. Con sus defectos incluidos, era un hombre integralmente bueno y positivo como pocos, solo malo con el mismo. Encontraba la filosofía apropiada para cada momento. De hecho,si le pudiéramos preguntar hoy, segurisimo que nos diría que está feliz por poder encontrarse con su madre, la persona más querida de su vida. Dios, que no es tonto, le tendrá cerca seguramente con una cervecita y una botellita de anís.
Sra.Cascon, le reitero mis disculpas por utilizar en su espacio cultural mi intromisión afectiva por esta persona, que me pareció ideal manifestar aquí, por su mención de hacerse participes de las leyendas y de la historia con la referencia casual del lugar de su articulo. Perdónenme.
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