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6 La cometa: La felicidad es tan aburrida
Amalia Hoya
Los niños y niñas imaginativos suelen encontrar múltiples estímulos en los cuentos de hadas y en los libros de aventuras porque en ellos suceden situaciones excitantes y misteriosas que hacen la vida amena y divertida. En las historias de hadas, por ejemplo, los bosques están vivos como si fueran humanos: los árboles se desplazan de un lugar a otro, tienen ojos, boca que les permite hablar y sus ramas, largos dedos que se enredan en el cabello de las niñas que deambulan por allí, y las empujan a seguir adelante en busca de lo desconocido. Un bosque es el escenario ideal para la fantasía, especialmente, si está ubicado en los países del norte de Europa porque sabemos ya que, es en estos lugares, donde habitan las hadas, los duendes y siempre sopla un viento gélido que escarcha los árboles de azúcar y trae la Navidad y a Papá Noel. A veces, en estos bosques es posible tropezar con alguna seta que, en realidad, es la vivienda de un gnomo y, si consigues que el hombrecillo no se enfade demasiado por patearle la casa, tal vez, sea amable y se anime a conceder tres deseos. Y, para ser dichoso, no hay nada mejor que conseguir lo que anhelas.
Hay otros parajes habitados por ancianas no tan dulces, como parecen a primera vista, encantadoras viejecitas que invitan a almorzar, aunque no tengan nada que ofrecer; supongo que se dicen a sí mismas: ya caerá. Los cocineros saben bien que la improvisación culinaria es un plus, si pretendes sorprender al invitado. En estos lugares tenebrosos, las dulces niñitas tropiezan también con cazadores inquietantes y ambiguos puesto que, a excepción de la escopeta que llevan al hombro, no se sabe bien lo que cazan. Tampoco hay que olvidar a los animales que habitan las espesuras, alguno ni siquiera aparece en los libros de zoología y, sin embargo, resulta de lo más natural mantener con ellos conversaciones instructivas y casi filosóficas. Éste es el caso de cierto gato de Cheshire, cuya apariencia poco estable contrasta con su sonrisa perenne, que denota, no solo buen humor, sino que conoce el secreto de la vida. Nunca entendí qué hacía en el bosque un gato nacido en una región donde solo hay pastos y granjas lecheras.
Y es que los misterios de estos lugares son tan apasionantes que si la suerte acompaña es posible encontrar lo que a primera vista parece un conejo, a pesar de llevar chaleco y usar... ¡reloj! Si lo persigues, pasas a otra dimensión, a un mundo fascinante donde una reina muy loca, que no deja de cortar cabezas, puede invitarte a una partida de críquet mucho más divertida que el mus, porque la empiezas poniendo cara de piedra al comprobar que los contrincantes son dos barajas de naipes con voluntad propia y ¡piernas! Concluida la partida, puedes tomar el “té de las 5”; a una hora aproximada ya que, teniendo en cuenta la montaña de platos y tazas sucias acumuladas, no es fácil saber cuándo comenzó la merienda y, menos todavía, cuándo terminará. Eso sí, compartes mesa con personajes carismáticos: un sombrerero que no fabrica sombreros ni nada parecido porque, para alguien tan inteligente como él, el trabajo, el tiempo y el espacio no tienen ningún interés; a una liebre en eterna primavera: siempre vive en marzo; e incluso conversar, es un decir, con lirones que apenas se despiertan para sorber un poco de té, antes de dormir de nuevo.
El mundo de los cuentos no solo es divertido, sino que ofrece la posibilidad de ser protagonista de la historia por escasa imaginación que se tenga. Puedes saltar sobre baldosas amarillas, acompañada por hombres de hojalata o espantapájaros que te guían por los senderos de la vida sin pedir nada a cambio o por simpáticos leones que rugen poco, sobre todo por la noche, y dejan dormir en paz.
Las aventuras más subyugantes son las que cuentan hazañas de viajeros, como la de un chaval que sueña con ser rico y, en vez de hacerse abogado o encontrar trabajo en una multinacional, como hacen los de ahora, viaja al Gran Norte en busca de oro, desafiando el frío y los peligros. Y qué decir de un cartero, auténtico profesional capaz de recorrer un continente entero para entregar al zar, una sola carta. Otros individuos son capaces de dar la vuelta al mundo en globo, sin necesidad de que ninguna agencia de viajes lo organice, les diga dónde tienen que parar ni qué deben mirar. Tampoco olvido a los aventureros que viajan en el tiempo y en el espacio y consiguen llegar a la luna antes que rusos o americanos. De los aventureros que van a África a cazar inocentes bichitos y “contratan” porteadores autóctonos para que les lleve el equipaje, prefiero no hablar; no quiero ser políticamente incorrecta, algo que, según parece, está totalmente pasado de moda.
No puedo olvidar a los piratas, sujetos interesantísimos que van a lo suyo, pero nunca engañan a nadie; estos no pasan de moda. En principio, van armados hasta las cejas y su uniforme y tatuajes dejan bien claras las intenciones al primer golpe de vista. Luego, alguno de ellos consigue integrase en la sociedad y cambia ese atuendo casual por otro más elegante de traje y corbata y las armas las ocultan bajo las mesas de los despachos. Cuando estás con ellos, no escuchas ya el ruido del oleaje ni el golpeteo de las gavias contra el trinquete y el palo mayor: las oscilaciones de la bolsa suelen ser silenciosas y, sin embargo, ellos siguen hundiendo barcos y llevándose el botín.
Claro que no todo es maravilloso en los cuentos. En los románticos, la historia decae y flojea en cuanto aparece el príncipe y, por si fuera poco, termina bruscamente con esa tonta coletilla de: “fueron felices y comieron perdices” Una estupidez: no veo la relación entre las perdices y la felicidad porque, ya puestos, ¿no sería mejor terminar con faisán y langosta? Digo yo que hay niveles. Por eso intriga saber qué pasa después de comer las dichosas perdices; algo más pasará, ¿o no?
Entiendo que los autores de los cuentos no se atrevan a ir más allá del banquete porque, bien mirado, ¿acaso incentiva la felicidad? No. La felicidad es un aburrimiento que no permite seguir creciendo puesto que ya estás en lo más alto; por tanto, es egoísta, plana y se agota enseguida en sí misma. Por si fuera poco, los que son felices no necesitan a nadie y eso molesta mucho: a la gente no le gusta que la protagonista del cuento, además de guapa y de divertirse a tope con un montón de marchosos, se case con un príncipe, viva en un castillo y le vaya de fábula; esto carece de interés por completo, no tiene morbo y fastidia cantidad.
Lo que estimula de verdad es el dolor, el sufrimiento, las dificultades, los inconvenientes... No nos engañemos, es preferible que otros lo pasen fatal y que los príncipes se lleven a matar con las princesas porque el drama ajeno es más entretenido que la felicidad, aumenta la posibilidad de mejorar, de ser útil, necesario, solidario, compasivo, humanitario; en definitiva: eleva la autoestima y permite sobrellevar mejor la propia existencia. Hay que comprender que la infelicidad y la desgracia, sobre todo si son ajenas, ayudan a muchos a encontrar el objetivo de su vida.
Igual pasa con los protagonistas masculinos del romance. ¿Qué atractivo puede tener un príncipe soso, blandito, complaciente, dispuesto a dar a su princesa cuanto le pida? ¡Vaya tipo! ¿Esto es un hombre? ¿Qué ha sido del macho? En cambio, un buen malo es carismático, da escalofríos, quita el sueño, molesta, incomoda, fastidia, hace la vida difícil. ¡Vamos! Lo que se dice amor en estado puro, si partimos de la base de que en el amor debe haber pasión, desenfreno, celos, peleas y, si me apuras, sangre. Si no, ¿cómo sabes que es amor?
Aunque parezca increíble, es más fácil encontrar un príncipe dulzón que un malvado seductor; estos últimos están pillados: las mujeres se mueren por encontrarlos, los buscan con ahínco y, claro, hay mucha más demanda que oferta. Así que, las princesas de los cuentos no tienen más remedio que cargar con el insulso príncipe y, entonces, fin de la historia. Ahora comprendo que lleguen las perdices o lo que sea. Menos mal que estos muchachitos, tan considerados, aparecen después de que la heroína del cuento se divierta a tope, corretee por los bosques brumosos, ya descritos, donde conoce a cazadores un poco malotes, a enanos con habilidades diversas, a gatos filósofos que sonríen porque son sabios, tíos divertidos que nunca se quitan el sombrero, lo que no les impide reconocer a una dama, y hacen amistad con un montón de animales, algunos un poco brutos y otros sabios, pero todos, sin excepción, fascinantes además de instructivos. Hay que advertir a tiempo a las princesas de lo empalagosa y aburrida que puede ser la miel de la felicidad eterna.
Para terminar, aseguro que los tres deseos del gnomo son un timo.
Madrid 20 octubre 2020
Amalia Hoya es una escritora y fotógrafa bejarana. Sus libros se encuentran en Internet y en la Librería Malú de Béjar
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