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5 La cometa: Fascinación
De nuevo en el auditorio, como cada sábado; estos conciertos son una rutina más en tu vida programada. Dejas que tu mirada deambule por el recinto: no hay nada nuevo en el horizonte, siempre las mismas caras de los habituales; hoy, al menos, la orquesta y el director son jóvenes promesas.
Conoces de memoria el Preludio a la siesta de un fauno y por eso apenas le prestas atención a la partitura de Debussy, hasta que el oboe inicie en solitario las primeras notas del segundo movimiento, un instante antes de que los fagotes, las trompas y las flautas traveseras lo secunden. Te fijas entonces en la figura esbelta del intérprete: el color de su traje, y el de las gafas de pasta, se unen al negro del instrumento, en perfecta simbiosis. Fascinada, miras sus dedos que aletean sobre las teclas igual que si tuvieran vida propia. Nada más. Suficiente. A partir de ese momento, escuchas solo al oboe y el auditorio se ha convertido en unos dedos y unas gafas.
Te ocurre a veces: alguien habla y, de repente, una palabra destaca del conjunto, percute una y otra vez en tu cerebro, obvia el resto de la conversación. Otras, es una mota, un defecto en el tejido, una mancha lo que anula la impresión causada por la ropa. Incluso los ojos de alguien son para ti únicamente su mirada. Sensaciones difíciles de compartir.
Los aplausos del público te devuelven a la realidad: la partitura ha concluido. El músico se inclina para saludar y tú no ves más que sus manos finas, sujetando la corbata. Él se gira un poco, te mira, quizás, se ha dado cuenta de tu insistencia; entonces percibes el brillo de sus ojos compitiendo con el de las gafas. Tu corazón se acelera y parece que unos delgados hilos de araña, tejidos sobre el auditorio, os unen y enredan como una
escala invisible que se suma a los dedos, al oboe, a las gafas. Suficiente.
Y allí estás, medio oculta entre los árboles, esperándole a la salida del Olympia. No hiciste nada parecido ni siquiera por los grupos pop, cuando eras joven.
Él lleva un abrigo negro que alarga todavía más su figura, y el estuche donde guarda el instrumento cuelga de su mano sin balanceo, de tal manera que, en la oscuridad de la noche, su delgada figura parece una cruz de San Pedro.
Caminas tras él por el Bulevar de la Madeleine y continúas por la Rue Royal. Llevas unos zapatos poco adecuados para persecuciones nocturnas en los adoquines de las calles de París. En la ciudad, nadie, excepto vosotros dos envueltos en el viento de noviembre.
Al llegar a la plaza de La Concordia, él gira la cabeza unos instantes; no tienes nada que temer, no puede verte escondida como estás en un portal cercano. Enseguida reanuda la marcha a buen paso, casi a la carrera; se ha dado cuenta de que lo persigues. Le pierdes de vista al llegar al Sena; sin embargo, no desistes, perseveras en tu idea sea la que sea.
Las notas musicales suenan ahora bajo el puente de Alejandro III, y tu primer impulso es bajar al muelle, aun a riesgo de parecer una psicópata, pero no lo haces porque eso rompería el hechizo. Escuchas la melodía recostada en la barandilla, te inclinas sobre ella y alcanzas a ver el oboe, los dedos y apenas el breve perfil de las gafas; la música se mezcla con el susurro de la brisa. Sabes que él está tocando únicamente para ti, subyugado también por el embrujo del momento; ha comprendido. Es suficiente.
Estás sola en ese puente, envuelta en la magia nocturna de París y la torre Eiffel destella a lo lejos iluminando la noche. Suficiente.
El puente de Alejandro, el Sena, la música, esos dedos que aletean veloces, formarán parte para siempre del álbum de tus esencias.
Madrid 3 octubre 2020
El relato forma parte del libro: La sombra y otros relatos, En Librería Malú de Béjar
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La autora nos intriga con mucho arte y al empezar la lectura nos preguntamos en qué lugar se desarrolla este concierto que tanto aburrimiento causa al personaje. Se puede pensar que nos encontramos en una ciudad provincial. Pero ya, al borde del bostezo, resulta que nos encontramos nada menos que a la puerta del mítico teatro del Olympia de París, el templo del musical que nunca presenta conciertos clásicos, ya que solo se dedica a actuaciones de cantantes internacionales y estilos musicales de todo tipo. (jazz, rock, reggae, etc). Los artistas se producen unos días y el programa se renueva casi continuamente. Con lo grande que resulta esta capital, la cantidad de butacas y el bullicio es poco probable encontrarse con personas "habituales".La música clásica se puede apreciar en lugares eadecuados para este tipo de conciertos : la Salle Gaveau, le collège des Bernardins y las iglesias que programan conciertos continuamente cambiando su cartelera con mucha frecuencia siendo el lugar donde mejor se aprecia debido a la acústica. La iglesia de la Madeleine es la única que programa siempre conciertos de Vivaldi y que se aproximaría a este relato. El vilonista es un verdadero virtuoso además de ser muy apuesto. Otro detalle que trata de los adoquines. No se ve ningún adoquín por las calles de París que resultan asfaltadas y menos en lugares céntricos como la rue RoyalE. Excepto en Montmartre, callejuelas escondidas, patios y micro barrios preservados del ruido y bullicio de la gente que conservan el encanto del pasado.
Los escritores tienen mucha imaginación y tienen el don de llevarnos a otras dimensiones pero creo que es necesario recoger información exacta cuando se trata de lugares con historia y no sacarlos de su verdadero contexto. Sobre todo cuando se trata de la Cuidad de la Luz. Internet responde siempre con exactitud.(he nacido en Béjar que conozco muy bien y he vivido un poquito más de 60 años en París) Por otra parte, espero que mi prima no se enoje por esta crítica y le deseo suerte con sus proximos relatos.
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