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5 Baños de mar
La brisa azotando el rostro. El aroma del mar penetrando por las fosas nasales. Los ojos recreándose en el espectáculo. El batir de la olas sin solución de continuidad. Las gaviotas sobrevolando el límpido azul roto por girones de nubes.
Acodados sobre la célebre barandilla blanca, símbolo e imagen de la ciudad, la mente vaga fresca entre la admiración por la naturaleza y el brote de las ideas trascendentales. Los ojos se vuelven sensibles a los múltiples matices del reflejo del sol sobre la superficie irregular del agua, plagada de luces cegadoras entrevistas en milésimas de segundo. La playa se extiende a nuestros pies, trazando una límpida media luna sólo rota por el pequeño balneario de la Perla del Océano, testimonio lujoso de otros tiempos ahora recuperado. Allá, al fondo, nuestros ojos entornados intentan enfocar el anaranjado Palacio de Miramar, recortado sobre el césped de un verde similar al de la campiña inglesa, y más lejos aún adivinamos la silueta del Peine del Viento, azotado por los inclementes zotes del oleaje. Tres montes se dominan el espacio y dos de ellos enmarcan nuestra visión: Urgull a la derecha, Igeldo a la izquierda y el peñasco- ínsula de Santa Clara en el centro de la bahía. Borrachos de paisaje, giramos sobre nuestros talones y la ciudad continúa su curso. El famoso tiovivo de Alderdi Heder rota sobre su eje rompiendo la mole pétrea del Casino, hoy Ayuntamiento.
San Sebastián puede considerarse como la puerta hacia Europa, una población más propia de la chic Francia que de la castiza España (sentimiento similar al que produce la visita a Barcelona). Las calles trazadas con tiralíneas, de edificios dorados con cubiertas de pizarra, flanqueados por árboles sempiternamente verdes, se alejan kilométricamente de las callejuelas sinuosas de tradición musulmana de las poblaciones andaluzas. La confusión mental de los extranjeros con respecto a España se ve en películas como “El viaje al mundo en 80 días”, emitida hace unas semanas en televisión española. Sacándose de la manga un episodio inexistente en la novela original de Julio Verne, Phileas Fogg y su criado Picaporte acaban su andadura en globo en España tras atravesar los Pirineos. ¿Dónde aterrizan? En algunas imágenes se aprecia la presencia de un paisano con barretina, por lo que deducimos que la corrida de toros y la escena del baile flamenco ocurre en Cataluña, aunque el acento y los comportamientos sean totalmente andaluces. De esta imagen, tan castiza y tópica de lo español, tienen culpa tanto los extranjeros como nosotros mismos. Los viajeros ingleses y de otras nacionalidades que visitaron España desde el siglo XVIII comienzan a identificar lo español con el mundo de los toros, del flamenco y de la religiosidad extrema, imagen reforzada por la generación del 98 en la búsqueda de la identidad nacional en sentido positivo (aun cuando surge también entonces la división de España entre lo castellano y lo andaluz).
San Sebastián se hizo a si misma durante el siglo XIX. Durante la Guerra de Independencia el pequeño enclave de pescadores fue totalmente arrasado por los invasores y resurgió de sus cenizas al ser lugar preferente de veraneo para la familia real española junto a Santander, Zarauz y otros enclaves costeros del norte de España. Durante los meses de agosto, San Sebastián se convertía en la capital del país, al abandonar “el todo Madrid” la sartén castellana para tomar los baños de mar. Carruajes y coches provocaban atascos en las calles, en la bahía de la Concha se podía disfrutar de las regatas de balandros y las terrazas de los cafés bullían de caballeros vistiendo elegantes sus trajes de verano y de damas atrevidamente ataviadas con vaporosos vestidos blancos. La ciudad disponía de hipódromo, pistas de tenis, campo de fútbol, plaza de toros y circuito de carreras y un sinfín de teatros, cafeterías y restaurantes.
A principios del siglo XX algunos intrépidos, portando todavía sus cuellos duros, decidieron asentar sus hamacas sobre la arena de la playa, lugar del que se huía por el calor y la incomodidad, pues desde Europa llegaban noticias de que bañarse en el agua del mar era beneficioso para la salud. La familia real disponía de una caseta de tablazones a la par que cómoda donde se colocaban un “bañador” (cerrado de pies a cabeza) para posteriormente acercarse al agua dentro de la propia construcción, móvil gracias a unos raíles de tren. Son abundantes las fotografías en las que aparecen la reina María Cristina de Habsburgo, quien puso a la ciudad de moda (aunque ya su suegra Isabel II había acudido a ella con anterioridad), y su hijo Alfonso XIII paseando por el puerto, por el paseo marítimo, asistiendo a espectáculos o haciendo compras en las tiendas más modernas de la ciudad. El turismo no es un invento actual, ni de los años 60, aunque ahora sí podemos presumir de que hoy es democrático.
- Por fin el ayuntamiento
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Muy bonito Carmen. Muchas gracias por tu generosidad para compartir todo esto
Salvando las distancias, ¿crees que Béjar podría aprender algo de como se vende Donosti?
La verdad es que los lugares no son comparables, entre otras cosas porque San Sebastián es una capital de provincia de una de las regiones de España que menos ha notado la crisis. Dicho esto, bien es cierto que se pueden copiar muchas de sus actuaciones en pro de la atracción turística. Por ejemplo, es espectacular el modo en que tienen explotados sus recuersos naturales. Puestos a comparar con Béjar, nos interesa fijarnos en las rutas de senderismo, perfectamente señalizadas, tanto con dispositivos GPS como en formato papel y panelizadas. El paraiso de los ciclistas, sin duda alguna. En cuanto a Donosti, se publica a principios de año una revista a todo color en la que se venden los recursos turísticos, desde su patrimonio cultural y natural, hasta el gastronómico y de espectáculos. Aquí nos queda mucho por aprender.
Saludos
Carmen
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