Bajo licencia de Creative Commons.
4 La Cometa: El Palio de Siena
Siena
Fotos de Amalia Hoya. Calles acotadas
Contrada
El DracoAmalia Hoya
Amalia Hoya es una fotógrafa y escritora bejarana. Sus libros se encuentran en la Librería Malú de Béjar, en Letras Corsarias de Salamanca y en Internet
Cuando llegas a Siena en vísperas del Palio y paseas por sus calles intrincadas, percibes enseguida la emoción que impregna la ciudad porque la pasión, en forma de bandera, ondea en cada esquina y acota con su emblema cada contrada o distrito, marcando así la rivalidad y la distancia entre los vecinos: “El Draco”, “La Pantera”, “La Onda”, “La Civetta”, “El Aquila”, “ El Leocorno” y muchas otras enseñas del Medievo recuerdan al pueblo las antiguas glorias de la República de Siena y obliga a cada persona a regresar, al menos una vez al año, a la ciudad y al barrio que lo vio nacer y al que su familia ha pertenecido durante generaciones para, de esta manera, conectar con sus ancestros y revivir por enésima vez el origen de viejas enemistades y conflictos.
La Piazza del Campo tiene forma de concha, está inclinada y pavimentada con ladrillos rojos en forma de espina, divididas en nueve secciones y separadas entre sí por mármol travertino. Es el centro histórico de la ciudad, allí están el Palacio Publico, la Torre del Mangia, y la rodean los palacios señoriales de familias poderosas como los Piccolomini, Sansedoni etc. que son todos de la misma de altura y de ladrillo rojo, igual que el resto de la ciudad, porque el ladrillo fue un monopolio de la comuna. La plaza fue un mercado antes del siglo XIII y a partir de ahí, a lo largo de los siglos, el escenario en el que han cabalgado jinetes y caballos en pugna por conseguir el preciado galardón: el Palio, siempre, ante la expectación de multitudes enardecidas y vigilados por el esbelto campanile medieval: la Torre del Mangia.
La carreraDurante la fiesta, se adosan a las fachadas de las casas las gradas para los espectadores y, en el centro, se instala un cercado, para los que no son miembros de las contradas o no pueden pagar los precios elevados de un asiento. La carrera discurrirá entre ambas y en círculo. Desde primera hora de la mañana toda la ciudad y, más aún la plaza, son un hervidero de gente que deambula de un lado a otro y llevan sobre sus hombros el pañuelo con el emblema de la contrada a la que pertenecen, al tiempo que entonan un cántico milenario que, continuamente, resuena en cada esquina y se queda grabado en la memoria.
Mientras, en las plazas, largas mesas preparadas con antelación para celebrar el triunfo, parecen olfatear ya los aromas del banquete; al igual que las parroquias de las contradas, que esperan ansiosas tener el privilegio de ser la afortunada de custodiar el Palio, durante todo un año.
La plaza y la genteUna vez hecha el sorteo de participantes, empieza el desfile. Las estrechas calles de rojos edificios, las plazas recoletas y los arcos ojivales asisten, una vez más, al cortejo. En primer lugar, van los abanderados que a lo mejor han heredado su destreza de los antepasados porque lanzan al aire las banderas emblemáticas y las recogen enseguida con un grácil quiebro de la cintura, en oposición a la fuerza de la mano que, casi liberada del brazo, recoge varias veces la seda ondeante y colorida para lanzarla de nuevo al aire; no sin antes de que la bandera haya saludado a sus fieles seguidores desde la altura. Les siguen condotieros aguerridos de fiera mirada, cuyas espadas ya no tienen causa mejor por la que luchar; efebos salidos de alguna pintura de Leonardo que llevan graciosos bonetes y lujosas calzas de seda; caballeros arrogantes de bruñidas armaduras y capas de terciopelo rojo que centellean bajo el sol y, también, jóvenes que parecen escapados del Renacimiento o de un cuadro de Botticelli, vestidos con jubones adamascados.
Junto a ellos desfilan los caballos purasangres, los verdaderos protagonistas de la fiesta porque con su brío convertirán al jinete en un mero instrumento de la hazaña. Después del triunfo, el corcel ganador, como hizo ya el de un emperador lejano, será digno de sentarse a la cabecera de la mesa para presidir el banquete y, por un día, se convertirá en el ganador de una incruenta guerra en la que solo han sangrado los corazones de los perdedores.
Terminado el desfile comienza la carrera: pistoletazo de salida, cuatro vueltas a la plaza, cinco, solo quedan dos y muchos ya saben que no ganarán. Los jinetes se exasperan y, con furia, casi con odio, levantan el látigo y golpean, no al caballo que corre con ahínco y cumple su cometido, sino al jinete contrario, al adversario, el único culpable de la frustración, del fracaso. El golpe restalla contra la casaca, rasga la seda, el terciopelo y la multitud grita enardecida; las lágrimas se mezclan con gritos y cánticos, siguiendo el ritmo vertiginoso de la carrera. Y, por fin, el Draco rampante ondea triunfal, y todas las demás contradas sienten en su boca el sabor amargo del fracaso; su emblema tendrá que esperar un año más para ganar.
Palacio PublicoEntonces se desata el paroxismo; todos corren, gritan, se lamentan, arrancan furiosos los estandartes que acotaban el territorio en cada esquina, y los esconden y cierran puertas y ventanas, porque cada contrada perdedora no puede soportar que su iglesia no sea la que custodia el Palio. Y, también, porque todos saben que los “dracos” pasearán su triunfo por toda la ciudad y alardearán de su poderío para mofase de los perdedores. Para cualquier soldado la pérdida de la bandera representa la humillación de la derrota.
Tantos preparativos, tanto lujo, belleza y expectación, se resuelve en unos pocos minutos de carrera desenfrenada; aunque los cánticos y celebraciones continuarán hasta el alba. Y los que son extranjeros en esta ciudad, cuyo color hace honor a su nombre, pasean agotados por la tensión del espectáculo presenciado y, quizás, un poco envidiosos, lamenten no ser siquiera hijos pródigos, para así ser invitados al banquete.
VestuarioEl Palio es una fiesta medieval que se celebra dos veces al año en la ciudad de Siena, el 2 de julio, en honor de la virgen de Provenzano y el 16 de agosto, en honor de la Asunción de la Virgen. Consiste en una carrera de caballos que dura pocos minutos y en la que se enfrentan las distintas contradas o distritos de la ciudad. Esta fiesta es de origen medieval, empezó a celebrase en los siglos XII o XIII y competían las distintas caballerizas de la ciudad; dichas fiestas iban precedidas de cortejos, desfiles, carros triunfales y otras manifestaciones previas, y continuaron celebrándose en los siglos siguientes, especialmente, cuando no había guerras, puesto que eran las compañías militares las que organizaban el evento.
Hay diecisiete contradas, una por distrito y cada una tiene una bandera con un símbolo que la identifica y que, durante la fiesta, se cuelga en las esquinas de los edificios para acotar los barrios e identificar el distrito; no obstante, en la carrera solo participan diez, previo sorteo
La palabra Palio viene del latín pallium que quiere decir mantel de lana y también paño de seda, en cualquier caso, una tela muy preciada convertida para la fiesta en bandera y ofrecida al vencedor de la carrera como premio; se deposita en la parroquia de la contrada ganadora que será la encargada de custodiarlo hasta el año siguiente.
20 septiembre 2020
- Seguimos tratando de dar
hace 6 horas 22 mins - El paracaidista de Barco de
hace 23 horas 17 mins - Bueno, bueno, a ver si ahora
hace 1 día 2 horas - Estoy en desacuerdo, y no
hace 1 día 20 horas - Anda Pitu, deja de culpar a
hace 2 días 8 horas - Que mania con la limpieza,SE
hace 3 días 7 horas - Hace lo mismo que la antigua
hace 4 días 8 horas - Igual debía de empezar el
hace 1 semana 1 día - Muy interesante la
hace 1 semana 1 día - A Winston le conozco yo y
hace 1 semana 2 días
Enviar un comentario nuevo