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37 La Cometa: Homenaje a un gran fotógrafo, Terry O’Neill
Amalia Hoya
Dedicada de lleno a la actividad de escritora y volcada en la promoción de mi última novela, Vínculos de sangre, publicada por Caligrama el pasado mes de junio, he dejado a un lado otras actividades que amo como la fotografía, que durante un tiempo fue mi profesión; también he dejado de enviar artículos a la sección La Cometa de esta revista Béjar Biz y, antes que lleguen las vacaciones, quiero ponerle remedio.
Como el cine es otra pasión, me propongo unir este arte a la fotografía para homenajear al emblemático fotógrafo londinense Terry O’Neill (1938-2019), que se dedicaba a fotografiar a las estrellas del espectáculo.
La vida del británico Terry O’Neill cambió por un golpe de suerte del destino que, según dicen, suele aparecer al menos una vez en el camino de todos, aunque no siempre estamos preparados para reconocerla ni mucho menos aprovecharla; él sí supo hacerlo.
El deseo de Terry O’Neill era viajar a Estados Unidos y convertirse en músico de jazz, pero en el aeropuerto de Heathrow, donde trabajaba, fotografió a un hombre dormido que resultó ser el secretario de Asuntos Exteriores británico; un periódico le compró la foto y este suceso decidió su futuro. Terry O’Neill consiguió trabajo en el tabloide londinense Dayly Sketch, y uno de sus primeros encargos profesionales fue fotografiar al actor Lawrence Olivier. A partir de este momento, O’Neill se especializó en fotografiar a las figuras más emblemáticas de la música, la moda o el cine, un trabajo que desarrolló con gran éxito especialmente entre los años 60 y 90. Más tarde, se dedicó a promocionar su obra y a trabajar por encargo; ya que, al igual que otros muchos fotógrafos, opinaba que la fotografía había muerto desde la aparición de las cámaras digitales.
Terry O’Neill fue el primero en fotografiar a los grupos musicales emergentes. En 1963, retrató a los Beatles durante la primera grabación que hicieron en el patio de los estudios Abbey Road; también a los Rolling Stones, a Elton John, Eric Clapton o Elvis Presley (en cuyo retrato se puede constatar la sensualidad que poseía); así como a Amy Winehouse, en una de sus últimas fotos, en la que se aprecia la fragilidad bajo el artificio.
Fotografió también a las famosas supermodelos de los 60: Twiggy y Jane Shrimpton, y resulta especialmente fascinante la foto que tomó de esta última junto con el actor Terence Stamp, porque el magnetismo que trasciende la imagen no necesita palabras. En fechas más recientes, retrató a Naomi Campbell, Kate Moss, etc.
O’Neill fue además el primero en conseguir que estos músicos y modelos fueran portada de periódicos y revistas cuyas tiradas se agotaban con rapidez.
Este gran fotógrafo no solo supo mirar y aprovechar las oportunidades, sino además captar a la perfección la naturaleza del retratado, aparte de su belleza o glamour.
Hoy día, cámara fotográfica o móvil tiene cualquiera, pero no cabe duda de que el principal instrumento de un fotógrafo es la mirada y, si no se sabe qué o cómo hay que mirar, la cámara se convierte en un objeto inútil que no sirve para nada y no existirá un fotógrafo verdadero. En cambio, en las fotos de Terry O’Neill resulta muy fácil apreciar la esencia del personaje. Para demostrarlo, basta con mirar a alguno de los personajes que retrató; por ejemplo, a Ava Gardner, plena de glamour; a Audrey Hepburn, en el que capta su exquisitez; la sofisticación de Catherine Deneuve o el erotismo de Brigitte Bardot.
Terry O’Neill fue también el fotógrafo de todos los actores de la saga Bond, fascinado especialmente por la masculinidad de Sean Connery y de otros actores como Steve McQueen, Robert Mitchum, Clint Eastwood, Lee Marvin, Michael Caine, etc.
Este fotógrafo era capaz de atrapar cierta tristeza bajo la perfección clásica de un Paul Newman ya maduro; o la belleza de ángel caído que trascendía a David Bowie, al que hizo infinidad de fotos incluidas en el libro Bowie by O’Neill y, como último ejemplo,
fue también el fotógrafo oficial de Frank Sinatra durante treinta años, en los que supo mostrar toda la dureza del personaje.
Para conseguir capturar el espíritu de los retratados, O’Neill utilizaba cámaras de 35 mm, un equipo ligero que le permitía convivir durante cierto tiempo con sus modelos sin importunarlos demasiado. Y, según sus propias palabras, sabía ser paciente, discreto e invisible porque de esta manera las personas se relajaban y podían ser ellas mismas.
Por desgracia, y como ya he dicho, la fotografía digital y los móviles han dado fin a una época de fotógrafos memorables que sabían captar la esencia de todo lo que hay en el mundo sin necesidad de llenar las páginas de Internet de innumerables fotos y selfis vacíos de contenido que nada trasmiten ni dejarán huella y terminarán perdidos en esa "nube " infinita, cubiertos por la bruma del olvido.
Julio 2024
Amalia Hoya
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