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31 Bejaranos ilustres: Yolanda Izard Anaya, Premio Internacional de poesía Miguel Hernández por el poemario “Lumbre y ceniza”
Yolanda Izard Anaya, Béjar 1959, Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca, es en la actualidad profesora de español para extranjeros en la Universidad Europea Miguel de Cervantes de Valladolid y directora de su propio taller de escritura creativa y lectura.
-El Poemario lo has titulado Lumbre y ceniza, ¿por qué has elegido ese título?
La verdad es que no tuve que darle muchas vueltas al título porque era una extensión “natural” del sentido del poemario. Solo me puse una condición: que fuera escueto y esencial para que reflejara en una sola unidad de efecto, como habría dicho Poe, el contenido de la vida, del conocimiento y de la propia poesía. La ceniza es el resultado inevitable de toda lumbre, de todo deslumbramiento, pero la lumbre precisa de la ceniza para adquirir sentido. La lumbre y la ceniza, en sentido figurado, atraviesan, pues, todo el libro.
−Una parte del poemario lo has dedicado a la figura de tu padre y has dicho que has necesitado un tiempo para tomar distancia. Imagino que como todos los que hemos perdido seres queridos añoramos ahora haber hecho algo que no pudimos hacer o una conversación que no pudimos tener. ¿Lumbre y ceniza responde quizás a alguna conversación que no se produjo?
Qué pregunta tan apropiada, porque precisamente esta parte del libro, únicamente, por cierto, nueve poemas de los treinta y tres que contiene el libro, es una conversación con mi padre, una conversación que tiene lugar en un lugar equidistante entre el más allá, la muerte, y el aquí de la vida. Se desarrolla, por tanto, en una atmósfera irreal, de ensueño, en la que se hacen preguntas que quizá ni siquiera los muertos puedan responder, pero también hay una gran carga de confidencias que no pudieron ser expresadas en vida, porque proceden de una introspección posterior. Sin embargo, no olvidemos que el sujeto poético no es el autor sino una realidad independiente, o lo es solo simbólica o emocionalmente.
−¿Toda lumbre, todo deslumbramiento, debe llevar su ceniza? ¿Es la ceniza la parte real de la luz? O el precio que hay que pagar para haber tenido esa luz.
Inevitablemente, como decía al principio, la ceniza es el resultado de la lumbre. Es el principio de la existencia, la entropía: todo tiende a la destrucción y al caos. Ese es el gran drama del ser: saber que será para el olvido. Sin embargo, nos consuela saber que entretanto hemos disfrutado de la luz: de la luz y de algunos felices, maravillosos deslumbramientos.
−Hace poco nos decía Luis Rojas Marcos que hablamos poco con nosotros mismos y que deberíamos hacerlo más. ¿Es la poesía para ti una manera de hablar contigo misma?
Sin duda. Es la manera como hablo conmigo misma, pero también con el mundo. No entiendo la poesía sino como el resultado de una interiorización, de una severa introspección. Y lo hago de una forma natural: necesito meditar, entender qué hacemos aquí, qué sentido tienen las desdichas, qué nos hace fuertes, qué es la soledad, cómo hacer para vivir y encontrar consuelo. La poesía es consoladora. La poesía a veces salva, la poesía a veces también ilumina el camino. De ello hablo también en el libro. De hecho, lo abre un largo poema que es una reflexión sobre la necesidad de la poesía salvadora en un mundo cruel. De la necesidad de una poesía absolutamente libre en un mundo que lo manipula todo con ideologías, promesas, censuras, normas y reglamentos. La poesía es el lugar de la libertad, del consuelo, de la experimentación, de la carga profunda y humana y de la emoción, sin olvidar la emoción estética íntimamente unida a la calidad literaria.
−¿Son las palabras los ladrillos del mundo o hay algo más?
Quizá haya algo más que palabras en el mundo, pero eso todavía lo desconocemos. Por ahora, solo contamos con las palabras para construir el mundo, o construir los mundos, para entendernos y confundirnos, para revelar lo que somos y para engañarnos. Para amarnos y para odiarnos. De las palabras que usemos depende la realidad del mundo. Construimos un edificio de palabras para conocernos y para relacionarnos. Cuantas más manejemos, mejor será el conocimiento y nuestra interacción. Es más, solo el silencio adquiere sentido en medio de la palabra. Porque el silencio, como la ceniza para la luz, es la condición necesaria del verbo.
−Además de la poesía cultivas la novela, el ensayo, la crítica literaria, el microrelato y también has obtenido premios en algunos de ellos. ¿Con cuál de estos géneros te sientes más a gusto? ¿Qué te aportan unos y otros?
Me siento a gusto con todos los géneros porque todos ellos son, a su manera, herramientas creativas, aunque al mismo tiempo extraigan de mí a una persona distinta. Me encanta escribir novelas: me convierte durante meses, o años, en otros seres, otros personajes que en el fondo son otras realidades ocultas de mí misma. Esta experiencia es absolutamente fascinante: vivir en otra alma, dilucidar el sentido y los conflictos de otra vida, y acabar descubriendo que también tú estás ahí, como lo estarán con seguridad cada uno de tus lectores. La imaginación es uno de los grandes portentos del ser humano porque te permite atravesar todos los mundos, todas las dimensiones y todas las existencias posibles. En cuanto a la poesía, es un diálogo con lo más íntimo de uno mismo, con lo más secreto de la naturaleza humana. Su fascinación procede de los sentidos y de las emociones y de la introspección. Un género por tanto necesario para nutrir la vida y dilucidar algunos de sus misterios, o al menos hacer conscientes sus enigmas. En el microrrelato hay mucho de esto, pero al mismo tiempo por su propia naturaleza de extrema concisión narrativa y de sugerencia, se sitúa en un nivel de esencialidad que es fantástico para descubrir interesantes y a veces reveladoras asociaciones entre elementos distintos, para aprender que todo está relacionado si se tiene suficiente coraje para trascender lo visible, lo obvio, lo frecuentado. Por último, la crítica literaria me entusiasma porque soy una lectora apasionada y además sé que el buen lector crea su propia obra, trasciende la letra. No solo dialoga con el autor, va más allá: la lectura es una recreación. No hay lector bueno que no ponga parte de sí mismo en el acto de desentrañamiento de una obra ajena. A este placer de la lectura se une el de crear un universo que dilucide el imaginado por el autor: sensibilidad, perspicacia y una mirada esclarecedora: eso es lo que exige la crítica literaria, y eso es lo que me hace sentirme tan a gusto con ella.
−El Premio que te han concedido es el Miguel Hernández, uno de los más prestigiosos de la poesía en España. ¿Siendo Miguel Hernández quien fue, una persona represaliada y victima de la Guerra civil, que nació poeta, vivió la poesía hasta sus últimas consecuencias y murió cantando a su hijo que nunca conoció, qué ha supuesto para ti?
El primer libro de poesía que tuve entre mis manos fue una antología de Miguel Hernández que me regaló mi padre cuando yo era aún una niña. Todavía recuerdo la fascinación que me produjo su lectura, esos versos casi ininteligibles para mí pero que encerraban la promesa de un mundo distinto, un mundo donde se podía expresar la extrañeza, el misterio, lo incognoscible, la intimidad. Aprendí muchos de sus poemas de memoria, que todavía permanecen en mí. La vida y la muerte de Miguel Hernández me conmovieron entonces tanto como su poesía. Tengo una gran fuerza empática, el dolor de Miguel Hernández lo hice en cierta forma mío y me ayudó a expresar mis propios temores. También aprendí enseguida con él que el lenguaje de la poesía utiliza recursos distintos, porque la lengua de la calle le es insuficiente para expresar realidades complejas y misteriosas. La vida es un gran secreto hasta para nosotros mismos, y la poesía es un intento de aproximación.
−Lumbre y ceniza se ha impuesto a textos de 355 personas de todo el mundo. El jurado ha dicho del poemario que tiene un lenguaje rico, expresivo y lleno de sugerencias. ¿Cómo ves el lenguaje actual de la gente? ¿Piensas que el uso de la tecnología y las redes lo está empobreciendo?
Quizá sí, pero también pienso que nunca se había escrito tanto como ahora. Quizá los responsables de la educación no se han dado cuenta del enorme potencial que tiene esta masificación de la escritura, de la necesidad de expresarse por escrito, que han propiciado las redes sociales. Ahora debería ser el momento de aprovecharlo mediante políticas de formación intensiva para mejorar la calidad de la escritura, lo que devendría en calidad de pensamiento y en una postura crítica con respecto a la realidad. No estaría mal que se pensara en establecer desde los primero años de estudio en las escuelas talleres de escritura creativa que permitieran a los niños y adolescentes saber manejarse en su propia lengua y, por tanto, en fortalecer tanto su pensamiento como una mirada creativa. Los haríamos más felices, mejores personas y ciudadanos y mucho más interesantes y libres.
−Como tantos bejaranos, hace años tuviste que dejar nuestra tierra y buscarte la vida en otros lares. ¿Cómo ves a la ciudad y a sus gentes?
Siempre me ha encantado Béjar. Es la patria de mi corazón. Allí se formó todo lo que soy; luego la vida, cuando ya eres adulto, no te modifica tanto: lo que eres de verdad, la única transformación profunda, se produce en la infancia y en la adolescencia, y por tanto en el lugar en que los has vivido y con la gente que te ha tocado en suerte. Dice Justo Sotelo que solo hay tres temas en literatura: el espacio, el tiempo y los otros: «Todo lo domina el paso del tiempo, pero a su vez todo está lleno de espacios y personas encerrados en ellos». Béjar es para mí, aún, y después de tanto tiempo, ese lugar literario. Ahora me da mucha pena ir en invierno, la tristeza anda suelta por sus calles. Siento nostalgia de lo que era en mi infancia, su luz está más apagada y sus edificios (me refiero a los decimonónicos de la calle Mayor, tan hermosos) están llenos de melancolía. Pero en verano, menos mal, todo vuelve (casi) a su ser.
Valladolid, 1 de mayo 2019
QUE TE SALPICA
Te dices que tu vida ha sido un triste fracaso.
Te lo repites día y noche, mientras abres el tarro de miel
e ignoras el señuelo de eternidad que te ofrece su aroma.
Te lo recuerdas cuando estás en la cola del supermercado
sin que te distraiga el vientre hinchado de la mujer embarazada
y la sonata de agua de vida que rumorea cada vez que se desplaza
un centímetro, un metro, hacia la eternidad.
Mientras hablas con tu marido el runrún de tu fracaso
esquiva sus sonrisas, el apretón sincero de su boca en tus manos,
como ignoras
la fábula del aire que mueve tu falda,
y el conato de risa que emerge del mediodía,
y la llamada de esa flor, rododendro u hortensia, que plantaste hace años
en tu balcón, y que aún sobrevive a todos tus olvidos.
Ahora sientes que has llegado al borde de ese destino
que rabia a rabia, tristeza a tristeza, has ido creando.
Te has uncido a la frente el pormenor de tu desamor.
Quizá sea hora de que te quites los zapatos,
de que dejes sobre la arena tu ropa bien doblada,
de que te ates al cuello una piedra poderosa,
de que entres en el mar despacio
y de que, nada más llegar a la ola más fiera,
te sea revelada
esa gota deliciosa
que te salpica.
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