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27 La Cometa: Solitarios placeres
Foto de Amalia HoyaAmalia Hoya
Nieva. Lía se frota la cara contra el cuello del albornoz y limpia con la mano el vaho de la ventana que distorsiona el paisaje y lo convierte en algo onírico. Abajo, en la plaza, dos personas se apresuran bajo los árboles escarchados de azúcar. Le gusta el invierno, hace que se sienta segura, a salvo en casa. Sonríe: hoy no tiene que salir.
Deambula un rato por las habitaciones, tan silenciosas que apenas llega el ruido del tráfico. Agradece el silencio: le ayuda a imaginar que está sola en el mundo y le permite evadirse mentalmente a otros lugares hasta casi perder el contacto con la realidad. El ruido siempre es molesto. Solo a veces tolera el sonido de la música: refuerza el hechizo de las ensoñaciones. Escoge un cedé de Debussy, el Preludio a la siesta de un fauno es el marco perfecto en el que encaja su estado de ánimo, siente que su pereza se suma a la del fauno.
No obstante, echa de menos la voz del hijo, su malhumor y las prisas de la mañana: a él no le gusta madrugar y siempre llega tarde a cualquier cita, incluido el trabajo. Y ahora le falta ese revuelo, el ir y venir por la casa buscando algo que no encuentra. Antes de que se fuera, todo era mejor. La espera se hace larga esperando el regreso.
Aunque la asistenta no ha llegado todavía, oye silbar la cafetera en la cocina; no va enseguida a retirarla del fuego: le gusta que el aroma del café invada la casa. Su marido se encarga siempre de prepararle el desayuno, y lo hace con esmero porque sabe que, para ella, es el momento favorito del día. Andrés no tarda en asomar la cabeza por el hueco de la puerta, se burla cariñoso, toca suave con los nudillos sobre la madera y le pide permiso para interrumpir su privacidad, la intimidad buscada que él respeta. Luego desayunan juntos.
Lía saborea con deleite el café, sujeta la taza humeante entre las manos ahuecadas con mimo, hasta percibir en el rostro el calor del líquido. El café es más que una bebida, es el hogar que centra y estabiliza la vida, una chimenea encendida en invierno, el refugio acogedor en el que guarecerse y olvidar las preocupaciones.
La taza le recuerda el rastrillo de Viena donde la compró, igual que el cuenco doble de cristal, perfecto para la mantequilla y la mermelada. Le gusta rodearse de los objetos que trae de los viajes, uno al menos de cada sitio que visita. Los recuerdos y las fotos no tienen precio: son el testimonio de lo vivido.
El marido se va y ella empieza el día. Vuelve al salón, abre de nuevo las cortinas, escoge un libro y cambia el cedé. Es el turno de Rinaldo: a Händel le sienta bien la nieve; sin embargo, la emoción producida por la música le impide centrarse en la lectura.
Se tumba en el sofá, frente al ventanal. En esta posición, solo puede ver el cielo que destila gruesos copos de nieve, lo que le recuerda que falta poco para la Navidad. Entonces el hijo volverá a casa, se quedará durante varios días y el silencio desaparecerá; a cambio, recuperará el pasado que añora. Él será su mejor regalo.
Se pierde en los recuerdos de tiempos pasados: todos se han ido, además del hijo. Otra parte de su cerebro desconecta de la nostalgia y elabora listas de compras y actividades navideñas. La soledad puede ser hermosa y relajante, pero hay que mantener viva la ilusión, especialmente en Navidad.
Diciembre 2022
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