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26 La Cometa: En la oscuridad
Amalia Hoya
Otra vez no funciona la luz de la escalera. Es lo que tienen los edificios viejos que siempre dan problemas, y él está más que harto de ser el único en solucionarlos y, todavía más, de insistir en las reuniones de vecinos sobre la necesidad de cambiar la caja de fusibles y la instalación eléctrica. Quién le va a hacer caso, si aquí solo viven una panda de ancianos que apenas tienen dinero para ir tirando. Tenía que haberse ido hace tiempo, comenzar de cero en otra parte. Debió hacerlo cuando murió su madre, o mejor antes: le habría venido bien alejarse del vecindario y de los chismorreos. Cada vez que piensa en hacerlo, le supera la pereza y la apatía. No es fácil tomar decisiones y, a lo mejor ahora, el cambio llega tarde.
Prueba con el interruptor de nuevo, lo golpea sin éxito. No puede subir sin luz, hasta el cuarto. Le aterra la oscuridad: está convencido de que el espíritu de las personas que habitaron los edificios, permanecen atrapados entre sus muros y afloran a la superficie en cuanto se apaga la luz. Además, si sube a oscuras apoyándose en el muro, tropezará con ellos de nuevo; igual que pasó cuando tenía seis años y sus manos infantiles tantearon dos cuerpos abrazados, amorosos, jadeantes. No sabía quiénes eran, pero el miedo le obligó a gritar, gritó tanto que su madre salió a la escalera con la linterna, y ocurrió el desastre. Fue un día muy lejano, hace tiempo.
Duda, no sabe qué hacer. Sale a la calle y vuelve a entrar en el portal. Tiene dos opciones: subir a ciegas, o ir a casa de su amiga y pedirle asilo por una noche. Seguro que le tomará el pelo y le dirá: «¿Cuándo vas a añadir la linterna al móvil? Una persona que tiene miedo de la oscuridad no debería ir por ahí sin ella» No se da cuenta de que él es demasiado mayor para usar con soltura los artilugios del móvil y también, para refugiarse bajo las faldas de una mujer. En realidad, ella lo sabe, por eso le da largas y le dice que antes de vivir juntos, primero debe limpiar el patio trasero de su vida, sacudir las telarañas, enterrar de una vez por todas a los muertos. Es normal que no quiera comprometerse con alguien que vive atrapado en el pasado.
Vuelve a la calle y comprueba si hay luz en alguna ventana. Tal vez, algún vecino le preste una linterna, igual a la que utilizó su madre cuando acudió a la llamada de sus gritos. Lo malo es que ese día todos los vecinos se asomaron. Su miedo puso punto final a la felicidad familiar, si es que la hubo alguna vez, y acabó con el proyecto de vida de la madre. A partir de ese momento, ella caminó por la calle siempre rígida, soportando los cuchillos de la maledicencia que le clavaban en la espalda, y se tragaba el orgullo, o la vergüenza, cuando tropezaba con alguna comadre en la escalera. Sí, hace tiempo que debió vender el piso, y olvidar lo que pasó. Nunca es tarde. Hoy podría ser buen momento de superar remordimientos y traumas absurdos.
Se aferra a la barandilla y alejado de la pared, comienza a subir despacio. La oscuridad es total y, sin embargo, siente que le acomete el vértigo. Al doblar el recodo del segundo, ve un destello tenue brillando por encima de su cabeza que le recuerda el rostro dolorido y sorprendido de su madre, detrás de la linterna. Por un momento, busca a los amantes, pero está solo en la escalera. La luz procede de la casa de María, la anciana del tercero: es probable que la cuidadora se haya olvidado de cerrar la puerta al marcharse. Está salvado. La iluminación, aunque es débil, exorciza a los fantasmas y podrá llegar al cuarto piso sin problemas.
No obstante, le parece raro ver la puerta entreabierta en la casa de una anciana con movilidad reducida. Llama con los nudillos, repite el nombre de la mujer varias veces y nadie responde. Empuja un poco la puerta, dispuesto a entrar. La luz encendida le permite ver a María que yace en el suelo del pasillo. Los ojos, muy abiertos, miran sin vida y tiene el brazo derecho estirado sobre la alfombra, en un intento desesperado de alcanzar el móvil que está en la mesa.
Durante breves instantes, contempla la escena, ensimismado. Debería llamar a un médico, quizás, a una ambulancia o a la policía. Si él no lo hace, nadie se ocupará de la anciana: vivía sola y no tenía familia.
Acciona el interruptor general del apartamento, y el fogonazo de la luz le parece un flash que ilumina su futuro. Debe poner el piso en venta enseguida.
La Cometa. Octubre 2021
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