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24 Bejaranos ilustres: Los judíos de Béjar (III). Judíos y conversos bejaranos.
En la reseña que publicamos hoy vamos a hablar de dos personajes bejaranos bien distintos, si bien ambos relacionados con la antigua comunidad judía de Béjar. Son dos paisanos de época, vida y formación muy diferentes que nos sirven de botón de muestra de la diversidad de nuestra sociedad bejarana a lo largo del tiempo.
Del primero, Hayyim ibn Muça, poco puedo decir ya que no he encontrado publicados muchos datos, apenas breves menciones sobre su obra y nada sobre su vida. Pese a ello, me ha parecido interesante incluirlo porque posiblemente, a pesar de este vacío informativo, sea el miembro más relevante de la comunidad judía bejarana. Esperemos que en un futuro cercano alguien se anime con su biografía.
Hayyim ibn Muça nació en nuestra ciudad en 1390 (según otros autores en 1380), un año antes de la que fue una de las mayores revueltas cristianas contra las comunidades judías en la península. Fue médico, traductor de un tratado médico del árabe al hebreo, poeta y un “apologista de la fe”, lo que en términos cristianos se podría denominar “un teólogo”.
En vida de ibn Muça, las relaciones entre las comunidades cristiana y judía no estaban en su mejor momento, quizás fue esta tensión la que condicionó que la obra de nuestro paisano estuviese en línea con el pensamiento más “ortodoxo” o “tradicionalista”, lejos de la órbita de la revolución intelectual que había realizado su también colega Maimónides en el judaísmo tres siglos antes. El tratado que escribió nuestro paisano se llama “El escudo y la lanza” o “Maguén wa-romah” y en él realiza una réplica a los argumentos expuestos por Nicolás de Lyra, franciscano y profesor de teología en la Universidad de París, en su obra “Postilla litteralis super Bibliam”.
Como hemos dicho, Hayyim ibn Muça se encuadra dentro del pensamiento judío que rechaza el racionalismo y la preeminencia de “la razón” sobre “la revelación”, entre otras cosas por considerar que este punto de vista es fruto de una cultura ajena, la griega, con Aristóteles a la cabeza, que no aportaba ningún bien al judaísmo. En palabras de ibn Muça: “venían pervirtiendo a Israel desde tiempo inmemorial”. Los tradicionalistas piensan que la perfección humana no se alcanza por un camino intelectual, sino cumpliendo los mandamientos y estudiando “la Ley”, y que la profecía es un fenómeno superior al conocimiento racional.
En un párrafo de su obra, nuestro paisano critica duramente la introducción de la filosofía en los sermones en estos términos:
«Y nuevos predicadores suben al estrado antes de leerse la Torah a predicar, y la mayoría de sus sermones versan sobre silogismos y las palabras de los filósofos. Y mencionan a Aristóteles, Alejandro, Timoteo, Platón, Averroes y Ptolomeo sin nombrar a' Abbayye y Raba'. Y la Torah espera triste sobre el estrado como una mujer entristecida que, salida del baño ritual, aguarda a su esposo, a que salga de la casa de su concubina y se fije en ella. Pero éste sale y no se percata de su presencia...»
En esa misma época, algunos de los correligionarios de ibn Muça proclamaban que precisamente todos los recientes males que había sufrido la comunidad judía hispana, eran un “justo castigo” por haber abandonado las tradiciones y no permanecer fieles a la fe de sus mayores.
Hayyim ibn Muça murió en 1460 en algún lugar lejano a Béjar y desgraciadamente para él, según cuenta A. Avilés, “convencido de lo infructuoso de sus esfuerzos por mantener la fe y la práctica del judaísmo frente a la activa influencia que los escritos y las obras de los auténticos conversos al cristianismo estaban teniendo en muchos judíos”.
Hasta aquí todo lo que puedo contar de nuestro médico judío.
Los que quieren oír de mí las nuevas, las saben,
y quien no las quiere saber, yo se las digo;
y si vos habéis muerto a diez,
yo mato a ciento con esta lengua que Dios me dio.
Don Francés de Zúñiga, Bufón Imperial
De esta forma tan “chulesca y provocadora” se refería a sí mismo el segundo personaje del que vamos a hablar a continuación, don Francés de Zúñiga. De él hay bastante más bibliografía y documentación, aunque su calidad de converso le convertiría en un representante atípico de nuestra comunidad judía. La mayor parte de la información sobre este otro bejarano se debe, sobre todo, a las investigaciones que ha realizado D. José Antonio Sánchez Paso, quien le hizo objeto de su tesina y otras publicaciones posteriores. El Sr. Sánchez Paso define su relación con don Francés de esta manera: “al que me eché a cuestas cuando era jovencito y se me ha quedado subido a la chepa, como un mono de feria”.
Así pues, deducirán que la autoría de todo lo que vamos a publicar sobre don Francés corresponde al Sr. Sánchez Paso. Únicamente vamos a alterar el orden de las secciones que él nos ha enviado, dejando la dedicada a la vida del personaje para el próximo y último capítulo de esta “saga bejarana judía”. Agradecemos mucho desde aquí la colaboración desinteresada y amable que ha tenido don José Antonio con esta sección de Béjar.biz.
Don Francés de Zúñiga. José A. Sánchez Paso
Sobre su nombre
El autor de la llamada “Crónica burlesca del emperador Carlos V” (1529) ha recibido, allí donde se le mencionaba, el singular nombre de Francesillo de Zúñiga. Aunque no se puede negar que en vida le dedicaran el diminutivo en cuestión, tampoco deja de ser cierto que, al menos en la documentación que a él se refiere, con tan familiar apodo no es mencionado sino después de su muerte, y quien definitivamente se lo encorsetó fue sin duda Adolfo de Castro, en el prólogo a la edición de la B.A.E. que hiciera Pascual de Gayangos (1855). Sin embargo, él mismo gustaba de llamarse conde don Francés de Zúñiga, su nombre real, salvo en lo de conde, por supuesto, y nombre un tanto más respetuoso para con el autor de esta entretenida obra, que no por que ésta sea divertida y su autor profesara de bufón cortesano ha de tenerse en menos su nombre.
La Crónica
En vida de don Francés, su Crónica nunca llegó a ser impresa. No lo fue hasta mediados del siglo XIX. Circuló hasta entonces, y con inusitada profusión, de forma manuscrita y en distintas versiones, unas más largas que otras. No es de extrañar que no llegara a ser impresa, ya que con seguridad no era esa la intención de su autor: no iba destinada al gran público lector sino a un círculo más cerrado: al emperador en primera instancia, puesto que a él está dedicada y dirigida y a él fue presentada como entretenimiento durante una convalecencia de cuartanas que padeció, pero es el público cortesano en última instancia el receptor de la sátira moral de la que ese mismo público es protagonista. Desde el momento en que se sabe que iba destinada a tan selecto grupo, se comprende que la obra no fuera ni una crónica en sí ni una obra histórica. El grado de corrupción de la verdad al que don Francés somete los aconteceres históricos hace que la obra haya que comprenderla como un ejercicio que se aproxima más a la amenidad y el entretenimiento de quien hubiera de leerla que a la divulgación, el conocimiento o la propaganda de la política carolina. Es más una subversión de la realidad que su reflejo, con continuos viajes de ida y vuelta entre lo serio y lo jocoso, lo formal y lo festivo, lo histórico y lo banal. A medio camino, pues, entre lo histórico y lo periodístico, donde mejor se plasma la burla de don Francés no es en la descripción de los grandes hechos históricos que vivió, sino en la ridiculización de los personajes concretos y la bufa individual. Con la misma tijera corta y cose chascarrillos y bromas de los de arriba y los de abajo, de nobles y villanos, nacionales y extranjeros, obispos, alcaldes, militares y criados; todos ellos son puestos en situación incómoda, para regocijo del lector, y cada cual se lleva su mote colgado del cuello, especialidad ésta en la que don Francés es maestro sin comparación en toda la literatura.
La crítica al uso considera, y no sin razón, esta Crónica burlesca del emperador Carlos V como la obra maestra de la literatura bufonesca o del «loco» en España y uno de los mejores ejemplos europeos, en opinión de Francisco Márquez Villanueva, del “jest‑book”. Don Francés de Zúñiga compone, junto con el doctor Villalobos y fray Antonio de Guevara, el trío de autores que llevan a su esplendor, en la segunda década del siglo XVI, este género literario que ya en la centuria anterior se había decantado con autores como Alfonso Álvarez de Villasandino, Juan Alfonso de Baena o Antón de Montoro. Un género cuyo principal rasgo es el de ofrecer, desde el punto de vista del «loco» racional, una crítica intelectual al poder y a la sociedad desde dentro y desde las alturas mismas de la arquitectura social y no desde la marginalidad.
Nota de A.Verdejo:
En la siguiente dirección de internet pueden encontrar varias de las cartas escritas por don Francés a diversos personajes de su tiempo: http://www.cervantesvirtual.com/historia/CarlosV/8_1_epistolario.shtml. Se las aconsejo.
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Muy interesante, de nuevo, esta entrega; creo recordar que hay una referencia escrita tambien por J. Antonio Sánchez Paso sobre MUÇA en un resumen sobre la comunidad judía bejarana publicada en una "Historia de Béjar" a finales de los años ochenta.
Enhorabuena Ana, por la difusión del trabajo.
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