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22 El lugar donde se inspiran los sueños
Siento repetirme. Esta vez no podía por menos que escribir de nuevo sobre Dalí. Mas, si en otro apartado de esta sección comenté la capacidad de atracción que ejercía sobre una multitud expectante y ansiosa por adentrarse en esos lienzos repletos de surrealismo, ahora plasmaré mis impresiones acerca de una de sus principales musas: el Mediterráneo.
La mañana en que llegamos a Figueras, un sol inclemente y una humedad del 90% nos recibieron a la salida del tren desde Barcelona. El recorrido por plazas y ramblas salpicadas de árboles mitigaba un tanto la sensación de calor. Al llegar al Teatro–Museo Dalí, concebido por el propio artista como lugar expositivo de sus obras aprovechando un ruinoso edificio de espectáculos, el visitante aprecia a un primer vistazo que se encuentra en un lugar poco común: esculturas doradas con aspecto de maniquí dan la bienvenida con un cierto aire de óscar de cine. Unas figuras oscuras portan sobre su cabeza panes áureos, mientras buzos salidos de “20.000 leguas de viaje submarino” de Verne recuerdan que el Mediterráneo no está tan lejos. El mundo de los sueños entra de sopetón en el mundo real y cotidiano sin transición. Teatro e iglesia comparten una misma plaza; el uno desenfadado y palpitante, la otra rígida y acotada por las reglas. Las fachadas laterales son aún más impactantes: sobre un fondo rojo filas de panes seriados y en el coronamiento huevos de tamaño gigante. El alimento diario, necesario para la subsistencia, da la mano al símbolo de la eternidad.
El mundo onírico de Dalí continúa en el interior del edificio. Junto a cientos de obras del genial artista, el visitante se llevará pegada a la retina la imagen del gran espacio central, el antiguo escenario y patio de butacas vaciado. Presidido por un impresionante coche antiguo sobre el que se alza una gran figura femenina desnuda, acaso una sacerdotisa antigua, a varios metros de altura una barca mediterránea vuelta del revés llora sus lágrimas marinas sobre el conjunto, con la paradoja de que un paraguas cerrado advierte que las gotas no podrán ser desviadas de su trayectoria natural hacia el suelo.
Sin embargo, y a pesar de que el espíritu de Dalí vagaba por el espacio expositivo entero, no le acabé de encontrar hasta que no llegamos a Cadaqués y Portlligat, cuyas casas se hayan lamidas por el Mediterráneo. La blancura de sus edificios deslumbra. La luz otorga a los volúmenes una corporeidad casi sobrenatural. El pueblo entero es un canto a la perfección de la línea. La Tramontana silba en su paso entre los peñascos. Si a estos parámetros sumamos ese azul esmeralda tan propio del Mare Nostrum, la proximidad de los acantilados del Cabo de Creus y las rocas erosionadas de manera caprichosa y onírica, no nos es imposible imaginar al niño Dalí imaginando seres fantásticos en su contemplación al igual que lo haría con las volubles formas de las nubes. A pesar de las peripecias vitales, Cadaqués siempre estuvo en su memoria y desde Nueva York era capaz de seguir pintando las formas y la luz mediterráneas en la distancia.
Su obsesión fue tal que no renunció a acabar sus días cerca de su objeto de inspiración y es por ello por lo que compró una cabaña de pescadores en Portlligat, una cala próxima a Cadaqués, donde el mar se hace privado y las formas de las rocas en el horizonte se retuercen sobre sí mismas bajo una luz volumétrica. A ese pequeño edificio fue sumando otros hasta conformar la construcción que hoy podemos visitar, previa compra de la entrada con antelación. En esta casa vive todavía Dalí. Podemos encontrarlo detrás de cada esquina: pintando en su estudio, realizando una performance en el patio junto a la piscina, conversando con Gala en la coqueta habitación en forma de erizo, levantándose cada mañana contemplando el mar desde la ventana, idéntica visión repetida hasta la saciedad en muchos de sus lienzos. Los pinceles están dispuestos para retomar esa obra aún inacabada, la grabadora lista para hacer su función, los zuecos colocados al lado de la cama. Y en el patio imaginación desbordante: varios muñecos Michelín se ríen con Dalí, una fuente llora rodeada de botellas vestidas de toreros, un sillón de labios invita al visitante a sentarse rodeado de anuncios de ruedas, una cabina inservible sirve para aislarse o comunicarse con el mundo. Nada está puesto en su sitio por casualidad. Dalí decía que allá donde él iba estaba Portlligat.
Y el aroma lo impregna todo: a mar, a los olivos de los montes, a espliego y tomillo, a las plantas y flores silvestres que recogía Dalí y que inundan su casa.
En Portlligat comprendí que al artista no se le puede comprender únicamente a través de sus lienzos, sino que se necesita ir más allá, a su vida y a los lugares que le sirvieron de inspiración.
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