Uno de los personajes de las leyendas urbanas bejaranas es Tito Bola.

El recuerdo que tengo de Tito es el de una persona que estaba detrás del mostrador o sentado en la pastelería de su familia, en la Calle Mayor, al lado del Caño Comendador.

Tito fue superviviente y protagonista de multitud de aventuras, que transformadas en anécdotas circulaban luego de boca en boca en nuestra ciudad. En una época desapareció de Béjar y decían que había emigrado a Australia. Luego volvió a la pastelería.

Tito, en una noche loca tras tomarse la enésima copa en un bar de nuestra ciudad, se apostó 1000 pts con un forastero a que se mordía un ojo. El otro, que había trasegado más de la cuenta y obviamente no le había mirado a Tito a la cara, aceptó sin pestañear. Dicho lo cual y en presencia de testigos, Tito se sacó el ojo de cristal que sustituía al suyo que había perdido y se lo mordió.

Aquella apuesta circuló de boca en boca entre la chiquillería, incrementandose la fama de Tito, de personaje imprevisible y capaz de las mayores hazañas.