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15-M: Pueblo y Nación
Nadie es culpable, porque todos lo hemos sido. Y podríamos seguir siendo hombres “normales” y mediocres, definidos por la sociedad en que vivimos y por la función social de rebaño que se nos fuera asignada como ofrenda a la nación. El concepto de la “normalidad” humana sólo puede ser relativo a determinado ambiente social. Pero éste suele cambiar. ¿Serían normales, en todo momento, los que se alinean en las filas de los convencionalismos sociales? En ese sentido, el hombre creído de su normalidad, aún ante la evidencia de la descomposición de la sociedad, no sería sinónimo de hombre equilibrado, sino de hombre domesticado.
El hombre domesticado lleva en su sangre el virus de la aceptación y las excusas para su contagio. Su rasgo característico es la deferencia por la opinión de los demás. El hombre original, en cambio, piensa por cabeza propia: nada parece tan peligroso como un hombre que aspira a pensar por cabeza propia.
El movimiento del 15-M, es un punto de giro de la mediocridad de las masas domesticadas, a golpes de promesas, por la mediocracia representativa, hecha a la medida de los domesticados para la vida en rebaño. El eterno contraste de las fuerzas que pujan en las sociedades humanas, se traduce por la lucha entre dos actitudes que mueven la mentalidad colectiva: el espíritu conservador y rutinario y el espíritu original o de rebeldía de las ideas.
El movimiento del 15-M ha roto la inercia de la mediocridad socialmente concebida y ha desvelado la mejor de las facetas del ser social que somos: la capacidad de concebir ideales. Épocas hay en que los ideales sucumben y la dignidad se ausenta, y los hombres acomodaticios tienen su primavera florida, abriendo paso a los frutos de las mediocracias. Pero todo cambia, empujado por sus propias contradicciones internas, y las mediocracias nunca han estado ajenas a su papel de incubadoras del huevo de una verdad, que los negaría.
Y esa Verdad se abre paso hoy en España con la indignación de quienes se disponen a hacernos pensar que el ideal de otra democracia superior es posible. Pero tener un ideal es un crimen que no perdonan las mediocracias, que sospechan la Verdad, porque ella entra a todas partes; pero la mutilan, la atenúan, la corrompen, con muletas, con remiendos que disfrazan. En cambio, en ciertos casos, la Verdad puede más que ellas: salta a la vista a pesar suyo y es su castigo. La fe es una afirmación individual de alguna verdad propia y el fanatismo es una conjura de huestes para ahogar la verdad de los demás.
La obsesión por acumular tesoros materiales, o el torpe afán de usufructuarlos en la holganza, borra del espíritu colectivo todo rasgo de ensueño. Los países dejan de ser patrias, cualquier ideal parece sospechoso. Los gobernantes no crean tal estado de cosas y de espíritus: lo representan. El nivel de éstos desciende hasta marcar el cero. La mediocracia es la confabulación de los ceros contra las unidades. Los políticos sin ideal marcan el cero absoluto en el termómetro de la historia.
Los países son expresiones geográficas y los estados, formas de equilibrio político. Una Patria es mucho más y es otra cosa: sincronismo de espíritus y de corazones, temple uniforme para el esfuerzo y homogénea disposición para el sacrificio. Cuando falta esa comunidad de esperanzas, no hay Patria, no puede haberla, hay que tener ensueños comunes, anhelar juntos grandes cosas y sentirse decididos a realizarlas, con la seguridad de que al marchar todos en pos de un ideal, ninguno se quedará en mitad del camino contando sus talegas. La Patria está implícita en la solidaridad sentimental de una raza y no en la confabulación de los politiquistas que medran a su sombra.
La política se degrada, conviértese en profesión y sucede que nadie piensa donde todos lucran; nadie sueña donde todos tragan. El pueblo la ignora; está separado de ella por el celo de las facciones. Depositarios del alma de las naciones, los pueblos son entidades espirituales inconfundibles con los partidos. No basta ser multitud para ser Pueblo; lo sería la unanimidad de los serviles. El Pueblo encarna la conciencia misma de los destinos futuros de una nación. El Pueblo —antítesis de todos los partidos— no cuenta por números: un único hombre libre es todo: Pueblo y Nación.
Collage de viejas visiones de sabio.
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"La política se degrada, conviértese en profesión y sucede que nadie piensa donde todos lucran; nadie sueña donde todos tragan"
En estas frases se resume lo que ocurre en esta sociedad falta de conciencia.
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