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12 El infante desterrado
Cuando el Siglo de las Luces se encontraba en su pleno apogeo y la Ilustración pugnaba por imponer la razón sobre la oscuridad de la ignorancia, un infante de la familia Borbón llevaba la contra a su poderosa familia asentada en el trono. Su padre, sus dos hermanastros y su hermano habían ocupado consecutivamente el trono de España, pero, por azares del destino, él había nacido en último lugar y su vida no alcanzaría tales vuelos. Luis Antonio de Borbón y Farnesio había visto por primera vez el mundo en 1727 en el palacio del Buen Retiro de Madrid, siendo el sexto hijo y último varón del rey Felipe V -primer Borbón en el trono español- y de su segunda mujer Isabel de Farnesio. Dos hermanastros precedían a los vástagos del matrimonio, Luis y Fernando, que reinarían con los nombres de Luis I (1707- 1724) y Fernando VI (1713- 1759). Lejos quedaba, pues, el trono. Sin embargo, la muerte y la inmensa ambición de Isabel de Farnesio vendrían a cambiar el destino de Carlos (1716- 1788), primer varón de esta segunda unión. Después del breve reinado de Luis I y del, un poco menos efímero, de Fernando VI –ambos muertos sin sucesión- la corona de España vendría a recaer en las sienes de Carlos III -entonces ya rey de Nápoles y de las Dos Sicilias- quien, dejando este trono en manos de su hermano Felipe, tomaría un barco rumbo a su nuevo y ansiado reino.
Mientras tanto, y antes de que estos acontecimientos tuviesen lugar, don Luis Antonio de Borbón había sido destinado por Isabel de Farnesio desde su nacimiento a la carrera eclesiástica. El deseo materno se encaminaba a la obtención, como mínimo, del cardenalato y, si los hados y las influencias políticas eran propicios, a la tiara papal. De golpe y porrazo, y con sólo 8 años, sus padres consiguieron para él el arzobispado de Toledo en 1737 y la investidura de la púrpura cardenalicia. Sin embargo, un poso de rebeldía anidaba en el corazón de este infante tímido y tremendamente interesado por las artes y la cultura, revelándose en su fuero interno contra la decisión paterna de dedicarle a la carrera religiosa por muchos pingües beneficios que ésta trajera aparejada. Más le interesaban la esgrima o la danza que las misas y los credos, aunque tales actividades no fuesen incompatibles entonces. En 1754, armándose de valor, comunicó a su hermano y rey Fernando VI su decisión irrebatible de abandonar la vida eclesiástica y volver al laicado, compró el condado de Chinchón en Madrid y se dedicó al mecenazgo y a la cultura como él siempre había deseado.
En principio don Luis Antonio de Borbón no resultó un problema para sus hermanos, pero su situación se complicó cuando quiso unir su vida a la de una mujer. Dado que los hijos de Carlos III habían nacido en Italia mientras éste había sido rey de las Dos Sicilias, la Ley de Sucesión podía prohibirles su acceso al trono por haber nacido fuera de territorio español, por lo que legalmente era el propio infante el heredero al trono de su hermano. Carlos III veía en él una amenaza y le ponía trabas a cualquier proyecto de casamiento para no empeorar la situación sucesoria. Sin embargo, con su característica rebeldía, don Luis no se conformaba con el celibato. Buscaba aventuras amorosas con mujeres del pueblo y tuvo varios hijos e hijas naturales, que eran alejados a paraderos desconocidos, nada más nacer. Para evitar los escándalos, el puritano Carlos III decidió conceder la merced de casamiento a su hermano, pero eso sí no con una persona de sangre real, sino de inferior condición, poniéndole como castigo el que, si así ocurría, debería abandonar la corte y sus hijos perderían honores y distinciones. La vida del infante se veía así abocada al destierro.
Don Luis Antonio se casó en 1776, por fin, a los 49 años con Mª Teresa de Vallabriga (1759- 1820), una zaragozana de la baja nobleza de 16 años. Se retiraron al palacio de los Velada, después al de Buitrago de Lozoya y acabaron por residir cerca de aquí en Arenas de San Pedro (Ávila) donde mandaron construir un palacio al insigne arquitecto Ventura Rodríguez. Allí, en un lugar muy apto para el placer de la caza, una de las aficiones preferidas del infante, atesoraron sus inmensas colecciones de Arte, su extensa biblioteca y ofrecieron lujosas e interesantes veladas musicales. Quizás el gran acierto del infante don Luis fue descubrir y abrir las puertas en las confianza de otros miembros de la nobleza al mayor pintor del siglo XVIII español: don Francisco de Goya y Lucientes, entonces mero pintor de cartones para tapices. Durante años residió éste en la mini corte paralela del infante don Luis retratando a todos los miembros de la familia, incluyendo a sus hijos Luis María (condenado a la vida eclesiástica como su padre, llegando a obtener la púrpura cardenalicia), Mª Teresa (casada con Manuel Godoy) y Mª Luisa (duquesa de San Fernando) a los que plasma sobre el lienzo con gran cariño. Seguro que en las largas y tediosas tardes de invierno don Francisco y Mª Teresa charlarían ante la borbónica mirada del infante con el particular y característico acento aragonés.
El último aliento del infante don Luis lo exhaló en las hoy vacías salas de su Palacio de La Mosquera de Arenas de San Pedro en 1785 y entonces plagadas de tesoros y obras de arte de pintores contemporáneos como Goya, Paret, Meléndez, Maella, Bayeu, Mengs o Tiépolo, y antiguos como Van Orley, Coxcie, El Greco, Murillo, que fueron trasladas a la muerte de don Luis al palacio de Boadilla del Monte. Legó a sus hijos una colección de 5.662 obras. Ahora podemos tener el privilegio de poder disfrutar de su colección en el Palacio Real de Madrid, en la exposición Goya y el infante Don Luis: el exilio y el reino (del 30 de octubre de 2012 al 20 de enero de 2013).
Carmen Cascón
Para saber más
DOMÍNGUEZ- FUENTES, S.: El Palacio de la Mosquera del Infante don Luis en Arenas de San Pedro. Ayuntamiento de Arenas de San Pedro, 2009.
http://www.patrimonionacional.es/goya/
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Un buen articulo, esta chica promete.
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