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Pensemos ahora o callemos para siempre
Regreso con la adarga al brazo y una disculpa por algún tiempo de silencio en esta publicación. A veces, cuando el zapato aprieta, se piensa sólo con los pies. Tal vez no haya llegado a tal extremo, pero sí a pensar sólo en los míos. Eso no está bien, porque por mucho que te torture tu calzado vale la pena no olvidar que el mundo está colmado, mayoritariamente, de personas descalzas en sentido real y figurado. Y eso es Ley desde Jesús de Nazaret hasta nuestros días.
Será por esa creencia, enterrada en mi paganismo desde la infancia, es que sigo siendo devoto de la idea que Calderón de Barca expuso en su poema “Cuentan de un sabio que un día”: nunca falta un roto para un descosido. Así, volviendo a la realidad de la vida real, no es hora de sentirme víctima sino agraciado, al menos por el pensamiento, lo que ya es un premio.
No obstante, si hoy el tiempo me sobra será preciso conseguir que me falte; no para perderlo elucubrando fórmulas de bienestar sino llenándolo de convicciones para sacar provecho de la receta social que se hizo verdad durante la Revolución Francesa y que fuera ahogada por los poderes económicos y sus ejércitos: “Libertad, igualdad, fraternidad”. Por supuesto, en un mundo controlado por la banca la humanidad no es más que el rebaño que colma sus arcas con el visto bueno de los gobiernos. Para escapar de esa contemporánea forma de esclavitud universalmente masiva, lo mejor que podemos hacer es pensar por cabeza propia partiendo de una premisa: “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. A eso le llaman esperanza, que es punto de partida de todo cambio social.
En fin, tras este largo preámbulo, no tengo espacio ni palabras propias para continuar desgajando ideas. Por tanto, el artículo de hoy es un remake de algo ya publicado que aborda el mismo tema: las precoces verdades de José Ingenieros.
Pensar es incómodo. Cuando alguien piensa tiene que disponer de información para saber sobre qué está pensando, entresacar el trigo de la paja y hacer valoraciones propias, entrar en contradicciones con los que piensan diferente y batirse en una cuarta de tierra para demostrar que su verdad es la Verdad. No obstante, pensar es también saber perder y admitir que uno se ha equivocado y darle la razón a quien la tenga.
No sólo es incómodo el pensar sino también problemático, arriesgado, porque suele ser motivo de enemistades y enfrentamientos de todo tipo, sobre todo cuando la cúpula de la sociedad dispone de los mecanismos del pensar por los demás en aras de una verdad que podría, como todas, ser errónea.
Pensar hace a los hombres peligrosos socialmente, a menos que sus pensamientos estén encausados por el caminito fácil de la repetición de lo que dijo el que piensa oficialmente. La gravedad de ese peligro ha variado con la historia; pero nunca antes ha sido tan difícil el pensar, tan problemático como ahora. En épocas de los señores de casta noble era más sencillo, porque los hombres comunes y corrientes ni se lo proponían: hacían lo que mandaba el Señor. Obedecían sin pensar.
La modernidad es lo que ha traído el concepto de que todos los hombres son libres de pensar lo que quieran, aunque se piensa poco por la comodidad que significa que existan los profesionales del pensamiento que hablan por ellos y que la sociedad, además, les pague para que lo hagan. Tiene el pensamiento de los hombres modernos atravesados a sus chamanes del neolítico, sus amos de la esclavitud y sus pensadores del presente en la faceta de gurús profesionales del bien y el mal. En realidad, las sociedades han avanzado tanto que ni pensar nos hace falta…
Soy fan de un intelectual del siglo XIX y filósofo de los primero años del siglo XX, quien pensaba como le daba la gana y dejó tras sí un reguero de nociones sociales erradas; pero también dejó una serie de ideas brillantes sobre la libertad de pensamiento y una demanda judicial escrita para los enemigos sus pensamientos: José Ingenieros. Él dijo en su momento lo que creía. Y sucede que esas rachas de clarividencia sobre el hombre en las sociedades organizadas son hoy más válidas que cuando él escribiera sus trabajos. Acuñó nuevos términos, siendo el más destacado lo que él llamara “mediocracia”: el gobierno de la mediocridad.
“Depositarios del alma de las naciones, los Pueblos son entidades espirituales inconfundibles con los partidos. No basta ser multitud para ser Pueblo: no lo sería la unanimidad de los serviles –expresó José Ingenieros en su obra cumbre–. El pueblo encarna la conciencia misma de los destinos futuros de una nación o de una raza. Aparece en los países que un ideal convierte en naciones y reside en la convergencia moral de los que sienten la patria más alta que las oligarquías y las sectas. El pueblo –antítesis de todos lo partidos— no se cuenta por números. Está donde un solo hombre no se complica en el abellacamiento común; frente a las huestes domesticadas o fanáticas ése único hombre libre, él solo, es todo: Pueblo, Nación, Raza y Humanidad”.
Los mediócratas de las mediocracias, explica el filósofo, “sospechan la verdad, a veces, porque ella entra en todas partes, más sutil que la adulación; pero la mutilan, la atenúan, la corrompen con acomodaciones, con muletas, con remiendos que disfrazan”.
El papel social del hombre común cabría en una de sus ideas: “La civilización parece concurrir a ese lento y progresivo destierro del hombre extraordinario, ensanchando e iluminando las medianías. Cuando los más no sabían pensar, era justo que uno lo hiciese por todos: facultad expuesta a peligrosos excesos. Pero el hombre providencial va siendo innecesario a medida que los más piensan y quieren. En la medida en que se difunde el régimen democrático restríngese la función de los hombre superiores”.
Hasta la más vieja definición de las esencias de la democracia surge del pensamiento popular. Y el pensar, aunque sea incómodo y peligroso es la única forma de conservarla. La democracia no funciona por la Palabra de Dios sino por todas aquellas palabras que dichas le habrían beneficiado y calladas le harían el juego a los mediócratas que suplantan al Pueblo, a esa entidad inconfundible con voz propia que es la verdadera alma de la naciones.
La parodia de una frase muy reconocible valdría para terminar este el comentario con un corolario: “Piensa ahora o calla para siempre”. Y al que le sirva el sayo, que se lo ponga.
- Yo creo que el matadero
hace 5 horas 53 mins - Tu ves el Alcalde ,pues así
hace 6 horas 5 mins - Que no, que no, que el de
hace 6 horas 56 mins - Segun el Alcalde es Mañueco
hace 7 horas 48 mins - Lo que yo no entiendo es
hace 8 horas 25 mins - Tiene que dimitir. El
hace 10 horas 55 mins - Que es mentira? y que
hace 11 horas 35 mins - A mi también me gustaría
hace 11 horas 36 mins - A mi el 24 me ha publicado
hace 11 horas 40 mins - Tiene que dimitir. Esta
hace 12 horas 14 mins
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