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El Solitario que me enseñó mi padre
(El pequeño cuento invernal que le prometí a Alba)
Un día cualquiera, de cualquier semana, me di una vuelta por el enorme salón donde cada tarde muchos parroquianos jugaban sus partidas, unos de naipes, otros de dominó, ajedrez e incluso al billar, en uno de los dos preciosos billares con el tapete verde que se acababan de restaurar.
Casi todas las mesas estaban ocupadas, no sé porqué me fije en una de las que aún vacías, esperaba en un rincón, con la baraja preparada, a que los jugadores tomaran posiciones. Me acerqué de forma distraída, casi sin darme cuenta y de la misma forma, aprecié lo que ponía en la funda de las cartas: “para solitarios”. Nadie la tocaba, todos echaban una ojeada y pasaban de largo, con un gesto altanero en los hombros.
Poco a poco las mesas se fueron llenando y quedó sola y vacía la misma mesa del rincón, miré el reloj, tenía tiempo para hacer aquello que la propia baraja me ofrecía para paliar así su solitaria vida. El juego de palabras me hizo gracia; la cogí. Me disponía a abrirla cuando un murmullo, apenas audible, llegó por el aire y se paró en mis oídos, señal inequívoca de que iba dirigido a mí. Asustada, levanté la vista, no me miraban, nadie parecía fijarse especialmente en lo que estaba haciendo. Serían figuraciones mías. Moví lentamente la solapa del paquete y volvió el murmullo, esta vez con más clamor, a meterse en mi cerebro. Ya está claro, es para mí. Alzo altanera la mirada y reviso todos los rostros, ahora sí, estaban clavados en el mío.
-¿Qué pasa? ¿No la puedo abrir?
Silencio absoluto, jugando al despiste, sólo faltaban los silbiditos y las miradas al cielo.
Por toda respuesta observo como un señor comienza a levantarse de su mesa de juego, se mueve lentamente, con el andar reposado del que ya lo ha caminado todo. En apenas unos metros reviso su cara; sonriente, benévola y con un punto de sorna en la mirada.
-¡Claro que puedes abrirla!, hija, pero sentada.
-¿Sentada? ¿por qué?
-Sentada. Sentencio y se fue.
Con un enorme sobresalto, me senté, no me cabía ninguna duda de que si quería abrir la dichosa baraja debía sentarme. Y la abrí… esperé unos momentos el ¡Ohhhhh! Pero un rotundo silencio se hizo en el salón y todo el mundo volvió a sus quehaceres, a sus partidas y a sus paseos por el largo espacio entre la puerta y la galería.
Me sentí un poco decepcionada, creí que iba a ser el centro de atención y que las cartas serían especiales o algo así, pero no. Cuando saqué el contenido de la funda, me encontré con una baraja de “Fournier”, semi nueva, roja y completa.
Ya que estaba sentada, cómoda, tranquila y relajada, recordé, sin saber porqué, un solitario precioso que me enseñó mi padre, me gustaba especialmente porque siempre se resolvía. Lo recordaba con mucha precisión, quizá con demasiada. Rápidamente coloqué las cartas sobre la mesa y levantando unas, moviendo otras, fui componiendo el juego, pero no me salió. Bueno, era normal, hacía tiempo que no lo practicaba. Barajé y me repartí. Varios paseantes se habían acercado a verme jugar conmigo misma, yo envalentonada, concentré toda la zona de mi cerebro que dedico al juego (que no es muy grande) y vuelta a empezar y vuelta a empezar y vuelta a empezar. Los clientes se iban marchando, moviendo la cabeza de un lado a otro, me pareció que miraban con pena. Cuando me quise dar cuenta sólo quedábamos el señor del lento caminar y yo, que me había olvidado del mundo. Éste me sonreía ahora con sorna manifiesta.
-Ya te dije que te sentaras. Esta baraja te atrapa en sus solitarios y no buscas más compañía que ellas para jugar. No te canses, no sale nunca. Están encantadas.
-¿Cómo van a estar encantadas unas cartas? ¿Me toma el pelo?
-Si no me quieres creer, al menos sabrás leer ¿No ves que pone “para solitarios”?. Solitario. Encantadas, te lo digo yo.
Tuve intención de hacer otro, no podía ser que no me saliera el solitario de mi infancia, la última vez, pero mi amigo me hacía un guiño desde la puerta y me tendía una mano con firmeza. El gesto me sonó a rescate. Dejé la baraja sobre la mesa sin recoger, subí las escaleras mientras las cartas se reían de mí.
Cuando llegué a casa, busqué las cartas de mi padre, ellas me reconocieron. Hice el solitario tres veces completo y me fui a la cama con la carcajada prendida en los labios.
Esta mañana me he levantado con la sonrisa puesta y la incredulidad en el ánimo. Lo primero desayunar… NO, lo primero ir a por la baraja, ¡Claro que no me creo lo de la magia!, pero será mejor quitarla de la circulación, porque “haberlas haylas”.
Marina Hernández Martín “…En El Umbral De la Noche”
- FE DE ERRATAS y defectos de
hace 14 horas 43 mins - Lo que diga Esther va a
hace 2 días 14 horas - POr cierto Esther.¿ Que
hace 3 días 8 horas - Y a AYUSO.
hace 3 días 8 horas - Gracias Esther por decir hoy
hace 3 días 14 horas - Ya no cuela este tema. Que
hace 4 días 10 horas - Aquí el caso es poner pega
hace 4 días 10 horas - Aquí huele a Koldo
hace 5 días 6 horas - La PSOE es como la gata
hace 5 días 12 horas - También había
hace 5 días 15 horas
Me ha gustado el cuento, quizá un poco corto, aunque me sorprende porque no está en tu linea. Una pequeña crítica, no deberías burlarte de la magia, existe y está a nuestro alrededor. La magia es la que hace que tu puedas escribir como lo haces y ser como eres. No es un reproche, solo es un tirón de orejas.
Es bueno que haya barajas para "solitarios", la vida es un enorme solitario en el que como dice el invitado anterior la magia existe.
Y nos regala a veces,pequeños ratos amables para que el recorrido no sea tan trabajoso...
Gracias por el relato.
Muchas gracias Marina, es un cuento precioso.
Sigue así, de esta forma, todos nos podemos entretener un ratito leyéndote en estos días de frío, que salimos menos.
Un besazo muy caluroso.
Alba.
No creo que Marina se burle de la mágia, todo lo contrario, nos deja abierta la puerta para que cada uno piense lo que quiera. Es relato con un final abierto a la interpretación.
Gracias, Marina, por traer alguna reflexión a estas páginas. Este diario cada día está más contaminado de comentarios que insultan y más carente de reflexiones profundas y oportunas, y lo que es peor; parece que a los administradores del sitio es lo que les va.
Se agradece, de vez encuando, leer algo valioso de verdad, algo de lo que cada uno puede hacer su interpretación, pero en lo que no existe insulto ni sarcasmo.
El cuento, hermoso. No quisiera contaminar lo que aún está límpio. Viriato, no seas tan ligero en las apreciaciones. Tengo vetado un tema que envié hace una semana.
Muy bonito el cuento de Marina. Lo de los insultos, Viriato, no es de ahora, ni la pasividad de los administradores tampoco. Pincha escritos de hace meses, hasta donde llegues y verás lo que te digo aunque, a lo mejor, lo sabes de sobra. Lo que ahora escandaliza antes se consideraba normal. En fin, que muy bonito Marina. Vamos a quedarnos con lo positivo.
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