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El brillo de las monedas de la Fragata Mercedes
La historia leída a la media luz del museo me puso los pelos de punta. Los paneles, repletos de grabados de naos y mapas de época, no podían desvelar por si solos el azaroso final de la escuadra comandada por el brigadier José de Bustamante aquel 5 de octubre de 1804.
La fama de la fragata Mercedes había resucitado en forma de noticia en 2007 cuando fue encontrada de manera espuria por el caza-tesoros estadounidense Odissey, al margen de las autoridades españolas, hundida en el golfo de Cádiz. Su cargamento, compuesto por 500.000 monedas de oro y plata, se extrajo a escondidas de su lecho marino y se trasladó a toda prisa a Estados Unidos. Robo, lo llamaría yo. La justicia alentó el derecho de reclamación de España por haber sido en sus aguas en donde se halló tan portentoso tesoro y, tras unos cuantos dimes y diretes en los tribunales americanos, una sentencia que no admitía recurso inclinó la balanza, por una vez, de nuestro lado en 2012. Diecisiete toneladas en forma de reales acuñados en el reinado de Carlos IV llegaron vía aérea a España (un viaje sin final feliz doscientos años antes), alas que se sumaron las piezas que los avispados caza-tesoros habían sisado (por si nadie advertía su ausencia) en el paraíso fiscal de Gibraltar.
Y allí estaban, ante mí, cientos de monedas expuestas en el Museo de Arqueología Subacuática de Cartagena (ARQUA). Se trataba del broche final de la visita del museo, la traca a un espectáculo que mostraba restos de pecios encontrados por todo el Mediterráneo que se había iniciado con una comprensión iniciática del complejo arte de rastrear cientos de kilómetros cuadrados bajo el agua y de sacar piezas de madera, marfil o metal después de haber permanecido siglos en líquido salado.
Monedas, decenas, centenares, de oro y plata, con la efigie de un rey que se bajó los pantalones poco después del hundimiento de la Mercedes ante Napoleón. Los metales preciosos nos deslumbran haciéndonos olvidar la historia del barco que contenía aquel tesoro fabuloso y yo caí en la trampa… hasta que el ruido de unos cañones que provenían de una pequeña pantalla interactiva me hizo descubrirla.
La fragata Nuestra Señora de las Mercedes solían hacer el trayecto usual del convoy entre las colonias americanas y la metrópoli. Había partido de Montevideo junto a otras tres naves de idénticas características, Medea, Fama y Clara, y se dirigían al principal puerto español del siglo XVIII, Cádiz, que había desbancado a Sevilla durante esa centuria. Se trataba de un periodo de paz entre guerras, un año de tregua entre ventiscas por detentar el dominio de los mares, en el que España y sus cuantiosos dominios se declaraban aliados del francés. La confianza se imponía y nada hacía presagiar que, a la altura del Cabo de San Vicente, sin esperarlo, fuesen interceptadas por la flota británica al mando de Sir Graham Moore con órdenes de que las fragatas españolas les siguieran hacia puerto enemigo. Bien sabían que sus bodegas estaban plagadas de sacas, talegas y baúles repletos de oro acuñado en forma de moneda, y no podían permitirse el lujo de que tales caudales cayeran en manos de Napoleón vía España. El brigadier Bustamante no entiende las pretensiones del inglés y no tiene otra alternativa que negarse. Sin dar tiempo a parlamentar, Moore da orden de atacar haciendo fuego, con tan mala fortuna que uno de los proyectiles cae en la santabárbara de la fragata Mercedes. La enorme detonación coge desprevenidos a los contendientes mientras la ven hundirse en fracción de segundos con toda su carga. Y las monedas son importantes sí, pero lo son más las vidas de la tripulación que muere al instante: hombres, mujeres, niños. La nave, aunque integrante de la Armada, servía como transporte a civiles y familiares de los oficiales de la Marina. Doscientas sesenta y tres personas mueren ante los ojos atónitos de maridos y mujeres, hermanos y padres que ven, desde las otras fragatas, cómo la vida les cambia en un instante. Ese fue el caso del segundo comandante, don Diego Alvear, que pierde a su esposa y a su hijo, hundidos ya en su tumba del océano. A Bustamante no le queda otra que parlamentar y la flotilla y sus ocupantes se ven trasladados a Londres entre la tristeza de la derrota y el zarpazo implacable de la muerte.
Los huesos de los muertos continúan disueltos en el agua del mar y sus pertenencias, más bien restos de ellas, se muestran en una vitrina. Hebillas de zapatos, botones, un pedazo de catalejo, son las huellas de su paso por este mundo. Quién les iba a decir que alguien les recordaría en forma de masa, de cifra, después del paso de los siglos. Más bien, aclararían, no se interesan por nosotros, sino por las monedas que atesoraban las entrañas del barco. El mundo cambia poco: los mismos muertos en la inocencia, los mismos intereses políticos, la misma dichosa guerra, el mismo poder absoluto del dinero.
Carmen Cascón Matas
- FE DE ERRATAS y defectos de
hace 13 horas 54 mins - Lo que diga Esther va a
hace 2 días 13 horas - POr cierto Esther.¿ Que
hace 3 días 8 horas - Y a AYUSO.
hace 3 días 8 horas - Gracias Esther por decir hoy
hace 3 días 14 horas - Ya no cuela este tema. Que
hace 4 días 9 horas - Aquí el caso es poner pega
hace 4 días 9 horas - Aquí huele a Koldo
hace 5 días 5 horas - La PSOE es como la gata
hace 5 días 11 horas - También había
hace 5 días 14 horas
Entre tanto brillo de plata y oro, rescatado por ese caza-fortunas que logró llevárselo a su país, aunque cinco años más tarde lo hemos podido recuperar, está el llanto y la desolación de esas familias que veían como, en un abrir y cerrar de ojos, se quedaban sin sus mujeres e hijos.
De una u otra forma, las desgracias se repiten y poco podemos hacer para remediarlas.
Siempre son interesantes tus entradas, agradezco mucho tu dedicación y trabajo.
Cariños y buen fin de semana.
kasioles
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