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Reseña de “Fin Final (Un texto de goce solo para cuerdos)”, primera novela de Luis Rodríguez
¿Cómo podría yo definir, pobre de mí, en pocas palabras la novela de Luis Rodríguez Martín “Fin Final (un texto de goce solo para cuerdos)” publicado por la editorial TGC de Luis Francisco Martín? En este instante en que acabo de sobrepasar la página encabezada por la palabra final, es decir, la que teóricamente concluye la narración, me doy cuenta de que quizá este final no es tal, sino una continuación. ¿Son las 75 páginas que la conforman un prólogo, una invitación al lector a continuar? Con un final abierto como el que nos propone su autor me atrevería a decir que ese categórico y repetitivo, por ser sinónimo, título compuesto por dos palabras de significados tan adyacentes podría esconder una negación: dos fines pueden ser un principio, como dos negaciones una afirmación.
Protagonizada por un periodista de 59 años hastiado de la vida, sus pasos aventureros son, nada más y nada menos, que un paseo marcado por el devenir cotidiano aderezado por un misterio insondable con pizcas de rutina y delirio. ¿Novela negra? ¿Metafísica? La aparición del cadáver asesinado de una mujer junto a las tapias del cementerio será el hilo conductor por el que Ángel, el periodista, se mueva con el fin último, aunque no el único, de descubrir las circunstancias del macabro hallazgo. Junto a él desfilan personajes de la fauna cotidiana: Ricardo, el comisario bigotudo; Fran, el de la barra del bar La Sirena; Jovanonic, la bruja de brazos siempre abiertos; Mañolón y Clint… Y música de fondo. La novela está salpicada por una banda sonora palpitante sugerida por el autor para cada escena, de ahí que en la presentación del libro se atreviera a comentar que deberíamos leer sus páginas bajo los sones de cada tema. Y literatura. Pío Baroja y Eduardo Zamacois aparecen y desaparecen como los ojos del Guadiana, con el “hombre pequeñito”, amarillo y poblador de sueños, campeando con su sombra por las calles donde se desarrolla la acción. Los guiños a Kafka, Larra, Cela, Poe, Cervantes y algunos más nos asaltan en cada página ávidos de ser descubiertos por el hambriento lector.
Luis y su personaje se encuentran atrapados por la fascinación que ejerce la decadente población en la que transcurre la acción, Castropomares, el reflejo de Béjar en las aguas del río Malamula. “A mi pequeña ciudad no se le han pasado los aires de grandeza que tuvo desde la Edad Media”, dice el autor o el protagonista. “Ahora signos sutiles la delatan como una versión naif de la gran ciudad que un día pudo ser. Como si fuera una biopsia del mundo, engloba en sí todas las virtudes y defectos en proporción a su tamaño. Semáforos que se encienden y apagan sin que ningún coche les haga caso, pequeñas paradas de un pequeño bus, farolas diminutas creando sombras de la gran urbe que un día quiso ser… pero se vive bien aquí y se la ama porque en ella has vivido.
Cuando echas de menos una ciudad es que ya le perteneces. […] Castropomares es uno de esos sitios más grande que lo que abarca lo físico… La geografía invisible que conforma los caracteres de sus habitantes. Cada piedra tiene una historia, algunas una gota de sangre evaporada”. Los lugares comunes aparecen sin disfraz: el parque, el Tranco del Diablo, El Calvitero, el Casino, el Palacio Ducal, la Plaza, la iglesia de El Salvador, el convento y “su viejo magnolio” o el puente viejo.
Calle Larga arriba y abajo nos sumergimos en un misterio clavado en la rutina de los días, en un sueño con visos de pesadilla que casi todos parecen haber olvidado menos el protagonista y su amigo, el inspector Ricardo. Ambos se hunden día a día, viendo pasar el tiempo ante una copa de whisky en La Sirena, en la investigación de una muerte con tiznes satánicos. ¿Qué es más importante en el relato: la investigación o la propia narración?
Veo reflejada en la novela al propio Luis, a su carácter reflexivo y soñador, sus inmersiones en mundos ajenos al común de los mortales (Sócrates, Plinio, la existencia o no de dios, la lucha entre el bien y el mal, la captación de qué demonios hacemos aquí), su gusto por la música, por la ciudad que le vio nacer, por sus iconos literarios Baroja y Zamacois, por la presencia inevitable del ajedrez. Hasta su obsesión de hace unos años: encontrar el emplazamiento de la vieja y desaparecida ermita de Santa Marina, en la narración en plena excavación arqueológica.
Me da la impresión de haber soñado con una mujer muerta, de haber paseado en pesadillas por la Calle Larga de la mano de un hombre pequeñito y amarillo, de haber captado en aforismos las complejas interioridades reflexivas de un médico convertido en escritor, de contemplar bajo otro prisma las calles recorridas desde niña. Necesito volver a leer “Fin Final” para comprender qué mensaje se encierra en ella, cuál es ese fin final o final del principio.
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muy buena la novela de luis, para cuando la segunda parte?
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