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Nemesio Sánchez: el libro de la vida
Segundo capítulo de las memorias de D.Nemesio Sánchez García, nacido antes del amanecer del 20 de diciembre de 1889 en El Cerro. Emigrante. Nunca regresó.
Un día me dice mi madre,…”vamos a regar las habichuelas”. Yo, encantado; eso era lo que quería hacer, andar por todos lados. La propiedad donde estaban las habichuelas estaba a unos trescientos metros del pueblo. Yo iba detrás de ella mirando las piedras, las inmensas plantas de castaño y los pájaros.
Faltando poco para llegar, vi un pequeño pajarito que entraba por un agujerito de la pared de otra propiedad. Ese acontecimiento se me quedó grabado en el pensamiento. Observaba a mi madre regar, siempre pensando en el pajarito y en el agujerito por donde entró. Cuando mi madre terminó de regar, volvimos a casa, yo siempre detrás de ella mirando el paisaje y por supuesto “el agujerito”.
Al día siguiente, creo que era domingo, me encontré con un amigo que vivía cerca, se llamaba Fidel. Le dije, “¿quieres venir conmigo? He visto un pajarillo entrar en un pequeño agujerito en una pared, ha de tener el nido allí, ¿y si le agarramos los huevitos del nido?…”.
Eso era una ilusión mía porque nuestra mano no cabría en tan pequeña abertura. El pájaro en cuestión era el hornero; según creo, se alimenta de insectos y larvas. Fidel vino conmigo a la aventura. Yo iba delante como lo hace un guía. Al llegar a la citada propiedad, no pudimos entrar porque la pared era muy alta.
Dimos varias vueltas alrededor e intentamos entrar de todos modos, pero algo muy importante sucedió. Ese sitio estaba al lado de un arroyo angosto, como una zanja. Por un costado del mismo el nivel de la tierra era más alto que nosotros y del otro lado, estaba la pared. Como yo iba delante, apoyé un pie en una piedra y las manos en la pared, y me caigo sobre las piedras y éstas caen sobre mí aplastándome las piernas.
Empecé a llorar y Fidel corrió a buscar a mis padres. Mi padre quitó las piedras y me llevó en brazos. Una de mis piernas sangraba bastante. Cuando llegamos a casa, ya estaba el médico en la sala del segundo piso. Mi padre me sentó en una silla y me vendó los ojos. Yo me puse a llorar a los gritos, entonces me dice mi padre, “si no lloras te quito el pañuelo”. Dejé de llorar y me quitó el pañuelo de los ojos.
El médico me limpió la herida y con una aguja de coser e hilo blanco de coser, me dio catorce puntadas pues la herida iba desde el tobillo hasta la rodilla. Vi cómo me cosían, apretando los dientes, pero no abrí la boca para nada. El médico me vendó la pierna y luego habló con mi padre. Mi madre seguro estaría en la cocina llorando, me imagino, pues yo era el mayor y aún no tenía seis años…
El médico venía todas las tardes a revisarme. Debo hacer notar que el médico allí es pagado por el gobierno, el enfermo sólo debe pagar las medicinas. Así pasaron varios días hasta que una tarde mi madre me tomó en brazos y me bajó a la calle. Es costumbre de los pueblos de las cercanías sentarse a la puerta, a la sombra de las casas debido a que éstas son altas, la mayoría de dos pisos, también hay de tres. Como las calles son todas empedradas, se sientan a coser o remendar, porque son buenas costureras y también buenas tejedoras, cosen y tejen para toda la familia. Allí a todas las mujeres las llamábamos de “tía”.
Una de esas tías, estaba sentada sobre un machaero, es como un asiento. Muchos años atrás, y aún hasta que yo me vine a esta tierra, se sembraba lino. Cuando la planta estaba lista para preparar el hilado, se ponían las plantas en el machaero y con una maza grande de madera lo golpeaban e iba quedando como el algodón, en fibras finitas. Luego lo hilaban con el huso y la rueca. Mi madre se quedaba a veces hasta las doce de la noche hilando, para hacer las sábanas, fundas, camisas con esa tela que duraba una eternidad. Aquel telar a pedal aún funcionaba cuando yo partí…
Ahora vuelvo a mi pierna. Estaba sentado, como ya he dicho, y esa tía, la del machaero, le dice a otra que tenía un niño sobre su regazo, “allá viene el médico”.
El doctor me quitó la venda y pude ver que tenía una gran mancha negra sobre la herida, junto al tobillo. El doctor volvió a vendarme la pierna y se puso a hablar con mi madre.
Lo que recuerdo es que al día siguiente volvió el doctor, y al quitarme la venda vi que en lugar de la mancha tenía un hoyo como si me hubieran cortado un poco. Cuando se fue, le pregunté a mi madre qué había pasado con la mancha. Mi madre me dijo que la noche anterior el médico me había cortado porque tenía gangrena, que era muy peligroso dejarlo así y que no me había dado cuenta de lo que pasó porque el doctor me había dado algo para que no sintiera nada.
Luego fui mejorando y nunca me molestó. Esto que me ocurrió yo lo llamo “el libro de la vida”, que se va aprendiendo con los años.
Texto transcrito del original por Doña Inés Ruiz Quiroga.
Continuará….
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Gracias amigo, la historia continúa de lo mas interesante.
Entrañable, y yo que siempre me había preguntado porque se llamaban machaderos,
jose miguel
Me da mucha alegría seguir estos relatos, me acuerdo tanto de lo que contaba mi abuelo!!. Es cierto, Jose Miguel, muy entrañable.
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