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Mar y Rosas
Tres veces había visto el mar:
Sobre la pasta de cartón gris, un niño de tercer grado llevaba en su enciclopedia un azulísimo vaivén y, dentro, las hojas blancas se movían como la brisa.
Pero antes, había llegado una postal de Sinfo desde la costa de San Sebastián, tenía espumas colgadas del recuerdo, traía la imagen de un pedacito de mar colgado de un arenal enorme que tapaba el hambre, una triste hambre, que Sinfo se llevó en la maleta desde el mísero remanso del río en el vado…
Mi primer mar era fácil de contemplar verano a verano, aplacado el cauce en la “casa de la vega” se detenía en los avellanares alrededor de una isleta de piedra machacada, una tosca arena de sierra donde daba gusto hundir los pies. Solía tumbarme boca abajo, sobre la hierba del prado, y a ras del agua veía una superficie larga, susurrando ondulante pequeñas olas… sí, sin duda el mar era así pero más azul y sin bordes.
Era este un ejercicio de verano, tan especial como el viaje a Madrid año tras año, visita a tía María y los primos, cargadas de perrunillas aquellas primeras cajas de “Cola-Cao” cuyo interior de oro relucía con dulces sabores... castañas y avellanas del mar de la sierra de Béjar.
Madrid se ofrecía oliendo a tren y después sudoroso en camioneta, un recorrido por sus costas con el paso obligado por la playita de “Ventas”. Veía pasar el edificio continuo desde el cristal, cargado el muro de ventanas idénticas, seguidas como cuentas de rosario, se me antojaba plegaria cómo pronunciaban mis mayores, es la “cárcel de mujeres”. Desde el estómago, me subía otro arenal de hambre, pero sin maleta...
Años después comprendí que mi intuición de infancia era cierta, cuando cayó en mis manos la carta de Blanca Brisac, una de “las trece rosas”, para su hijo Enrique. No me atrevo a tocar un punto o una coma, copio literal el contenido porque cabe toda la inmensidad del mar, del bien, en esa despedida y, a pesar de los setenta años transcurridos, mantiene fragancia eterna de frescura como sólo tienen las rosas:
“Querido, muy querido hijo de mi alma,
En estos últimos momentos tu madre piensa en ti. Sólo pienso en mi niñito de mi corazón que es un hombre, un hombrecito, y sabrá ser todo lo digno que fueron sus padres. Perdóname, hijo mío, si alguna vez he obrado mal contigo. Olvídalo hijo, no me recuerdes así, y ya sabes que bien pesarosa estoy. Voy a morir con la cabeza alta. Sólo por ser buena: tú mejor que nadie lo sabes, Quique mío.
Sólo te pido que seas muy bueno, muy bueno siempre. Que quieras a todos y que no guardes nunca rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas buenas no guardan rencor y tú tienes que ser un hombre bueno, trabajador. Sigue el ejemplo de tu papachín. ¿Verdad, hijo, que en mi última hora me lo prometes? Quédate con mi adorada Cuca y sé siempre para ella y mis hermanas un hijo. El día de mañana, vela por ellas cuando sean viejitas. Hazte el deber de velar por ellas cuando seas un hombre. No te digo más. Tu padre y yo vamos a la muerte orgullosos. No sé si tu padre habrá confesado y comulgado, pues no le veré hasta mi presencia ante el piquete. Yo sí lo he hecho.
Enrique, que no se te borre nunca el recuerdo de tus padres. Que te hagan hacer la comunión, pero bien preparado, tan bien cimentada la religión como me la enseñaron a mí. Te seguiría escribiendo hasta el mismo momento, pero tengo que despedirme de todos. Hijo, hijo, hasta la eternidad. Recibe después de una infinidad de besos el beso eterno de tu madre.
Blanca"
Creo que había visto el mar, al menos tres veces, creciendo sobre rosas en mis entrañas mucho antes de lo que percibió mi consciencia…
Y he de decir que, dentro de las tristezas, sabe tocarme firme el dedo de la luna intensa, y aunque hace tiempo que mis ojos no ven el mar lo oigo tan dentro y tan tierno como la carta de la madre, perfumado a tiritones en la arena dura de la isleta de los avellanares de mi infancia.
Nunca me abandonaron los días “de mar y rosas”.
Gel Borrajo
(Agosto 5 de 2009)
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Gracias por este regalo de mar y rosas. Blanca sigue viva en ti y en quienes leemos su carta.
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